Una de las preguntas que solían hacerle los periodistas a la inmensa Ana María Matute era acerca del límite entre lo autobiográfico y la ficción en su escritura. Ella siempre respondía lo mismo; algo así como que las invenciones forman parte de la realidad. Y lo decía con la misma seguridad con la que afirmaba que las hadas existen.
Aprender a vincular la fantasía con la realidad para pensar la vida fue una de las mejores enseñanzas que nos dejó la Matute; que supo contar a través de historias entretenidas esa ruptura sórdida que nos conmueve cuando maduramos.
Nadie se prepara para ser adulto. No nos ayudan de niños a ver aquello en lo que nos convertiremos. Y cuando llegamos a la frontera entre infancia y destino descubrimos que estamos solos y que siempre ha sido así. Sobre esa ruptura y esa soledad se centra «El cuerpo secreto» de Mariana Torres (Páginas de Espuma).
Ayer escribí sobre mujeres que rompen barreras, que empujan el techo hacia arriba. Hoy sigo en esa línea, con un libro de relatos que se sale de la norma, que rompe con el discurso homogéneo y se presenta como una colección de historias, imágenes y pinceladas que parecen dibujadas por una cámara, con la valentía de quien sabe que detrás de todo lo que vemos hay una historia, y que el mundo nunca es lo que parece.
Niños rotos, mujeres a la deriva
Niños rotos, niñas llenas de sueños, niños y niñas divididos en varias partes como piezas de puzzles. Niños que lloran, niñas que gritan, niñas y niños que se convierten en árboles, en pájaros, en insectos. Estos son algunos de los protagonistas de estos cuentos; seres diminutos con una fuerza interior inaudita, que los convierte en criaturas necesarias en su entorno. Todos ellos se encuentran habitando cuentos polifacéticos que podrían dividirse en dos líneas bien definidas: la de la narración que se extiende, que se abre como un árbol, y la de las historias que habitan en una imagen. Mariana Torres ha jugado especialmente con estas dos formas de contar y ha construido un artefacto que por momentos funciona como una pantalla de cine y por otros como un inmenso laberinto de palabras.
En el primer grupo encontramos relatos entretenidos donde ocurren cosas, y hay dolor, gritos, decisiones. Son relatos más o menos lineales que se leen con facilidad y que nos permiten zambullirnos en el lenguaje de Mariana: claro y con ciertos matices líricos que parecen querer abandonar el discurso narrativo, pero no terminan de despegarse de él.
«El monstruo está despierto», «La máquina», «El corsé y la niña» y «En la cuerda floja», son algunos de los relatos a destacar de esta línea; presentan un contundente conflicto que se va abriendo y que deja al descubierto la parte menos dócil de los hechos; porque como en la vida, en la ficción, las cosas nunca son lo que parecen. En todos ellos nos encontramos a seres más o menos indefensos que deben enfrentarse a situaciones nuevas en las que todo parece romperse, y se ven de improviso completamente a la intemperie. También aparece la revisión del pasado; y hallamos criaturas que han sepultado los recuerdos de infancia en lo más profundo de ellos mismos y por determinadas situaciones se ven expuestos a ese color de antaño, y son sacudidos de una forma que no son capaces de explicar, ni de controlar.
En la segunda línea encontramos cuentos que son como poemas o como pequeños cortos. Luces que se van encendiendo y apuntan a un escenario donde la vida transcurre y en toda esa vida hay una imagen que se presenta como fundamental. Imágenes que estallan en las letras y cautivan nuestros ojos.
Pienso en «Surcos» (una niña y su caballo planeando en una pista de hielo), «La planta que grita» (imágenes arbóreas y contundentes) o «Escarcha» (pájaros que pierden las alas a causa del frío). En este caso son brevísimos cuentos donde cada palabra parece haber sido escogida con una consciencia emotiva más que buscando la exactitud literaria; como ocurre con esas escenas fílmicas que nos marcan para siempre aunque, muchas veces, ni siquiera seamos capaces de recordar a qué película pertenecen. Cuentos-imágenes que nos atraviesan y nos cambian para siempre.
Volver a la tierra
«El cuerpo secreto» es un libro lleno de ternura y de una agilidad literaria sorprendente. La búsqueda de la exactitud en un terreno complicado, como es la pérdida de la infancia, es un signo de valentía que aplaudo. Y en toda la lectura no he podido despegarme de la imagen de «La niña fea», y no sólo porque Mariana nos trae una colección de niños extraños y dolientes; sino porque lo hace con muy buen gusto y sin sensiblerías.
Al mismo tiempo que nos entretiene y nos llena de ternura este libro nos ofrece pequeñas reflexiones en torno a la situación de la literatura, a la difícil lucha de las mujeres por hacer un trabajo valioso ante los ojos del mundo. He pensado en ello sobre todo en «El monstruo está despierto», que podría ser una alegoría perfecta de la lucha de las mujeres por derrocar al patriarcado, usando como herramienta el mimetismo con un mundo en el que nos hayamos descolocadas: algo así como luchar con las mismas armas con las que somos oprimidas.
Déjame volver a la tierra pedimos a gritos cuando la situación adulta nos desborda y, de pronto, recordamos la ilusión con la que mirábamos las cosas en ese tiempo amarillo. Mariana Torres nos obsequia un libro maravilloso lleno de colores y también de drama, de esa tristeza melancólica que nos sobrecoge al mirar hacia atrás y ver que nuestra infancia, incluso ella, también fue ficticia; porque la vida no puede dividirse en realidad y ficción sino en biografías que se trenzan, miradas que se salvan del naufragio, mares e islas que se abrazan para formar un continente.
¡Lean «El cuerpo secreto»! ¡Vuelvan a la infancia, mírense en este espejo de palabras y atrévanse a vivir con esa fuerza y esa inocencia que los años han intentado arrebatarles!
El cuerpo secreto
Mariana Torres
Editorial Páginas de Espuma, 2015
ISBN: 978-84-8393-187-5
136 páginas
14 €
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