Cultivando el propio infarto

Viva el día, estimado lector. Traslademos su presencia al pasado. Usted caminó durante una tarde lluviosa, presa del afán, de la necia urgencia del mañana (el mañana no existe). Sumergido en obsesivos y agobiantes pensamientos no vio, no pudo haber visto aquel carruaje tirado por caballos que apareció por la esquina y arrastró su humanidad. Quienes presenciaron el accidente fatal, ante los requerimientos de los uniformados, quisieron acercar sus impresiones: «El pobrecito iba como ausente…».

Creo que muchos seres humanos olvidamos que éste puede ser el último día de nuestras vidas. Y nos afanamos. Y nos dejamos llevar por la cólera ante cualquier nimiedad. Cuando alguien, algún compañero de trabajo quizás, responde con bronca, con ira desmedida a una consulta suya, no se enoje, lector, pues no vale la pena; vea en su actitud una deformación de su personalidad y percátese de que él está disgustado consigo mismo y enfermo de una realidad que lo supera.

Hay tanta gente que cultiva, como si se tratara de una bella flor del huerto, su propio infarto. Aunque ya sus fuerzas físicas y anímicas no le responden, toma la delantera en acciones de riesgo, es la primera en anotarse en emprendimientos que le demandarán una cadena de disgustos, no se permite el tiempo de dejar su mente en blanco o escuchar una música hermosa, la melodía de la naturaleza en momento de gestación. «El Danubio azul», de Johann Strauss (hijo) por ejemplo, remonta a la mente a playas, a praderas y a un río que corre con alegría, se diría. ¿Sabía cuánto influyen sobre sus sentidos los sonidos musicales?

Gente hay que fuma día tras día a pesar de las advertencias de su médico. Yo fumaba, lo confieso, pero dejé de hacerlo. Aquel fue un acto de oportuna toma de prudencia.

Muchas personas viven presas de las angustias y de los temores y canalizan su ansiedad comiendo cuanto está a su vista. Cuidado. Numerosos trastornos generan en el pobre corazón tales vicios. He oído un dicho que tal vez debería ser difundido, con énfasis en un sano programa alimenticio, a través de los medios de comunicación: «Que tu alimentación sea tu medicina».

Sé de individuos que desconocen el mecanismo liberador de la caminata. Cientos de malas ideas, hijas del ocio, salen disparando para el oriente cuando uno se entrega a la diaria disciplina de caminar cuatro, diez, doce cuadras.

Y las personas que hacen del resentimiento contra el eventual adversario la vía peatonal por la cual transitan obsesivamente, cuánto se desgastan. No hay cosa tan enfermiza para el espíritu como el odio pues su semilla se abre en infección.

Miles de hombres y de mujeres desorientados buscan con desesperación en los libros de autoayuda un método para encaminar sus pensamientos, sus dudas y sus planes materiales hacia mejores rumbos. No estoy en contra de tales textos, ni mucho menos, pero digo francamente que el mejor libro de autoayuda es la Biblia. Leyendo sus páginas uno encuentra reveladores mensajes capaces de hacer liviana y saludable la existencia. He aquí una perla: Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura. Mateo 6:33.

Semáforo en rojo: un trabajo con mucho estrés aumenta el riesgo de contraer enfermedades cardiovasculares. Viva el día en paz, entonces. Mañana es otro día. Mañana Dios dirá.



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