Hoy les traigo otro artículo para el desván de los libros perdidos. En esta oportunidad voy a hablar de un libro maravilloso que marcó considerablemente mi infancia y que, espero, que muchos de ustedes recuerden. Se llama Diloy el vagabundo y fue escrito por la condesa de Ségur, a quien pertenece la frase que encabeza este artículo.
Diloy el vagabundo es una historia llena de ternura, con bastante drama y muchísimas reflexiones en torno a las relaciones de clase y los prejuicios sociales. Si no la han leído, se las recomiendo.
El sabio vagabundo
Era un libro antiguo con olor a viaje y a siglos; de hojas gruesas y marrones y tapas duras: todo lo que una niña de unos pocos años puede desear para sus vacaciones. Bueno, al menos una niña, como la que yo era, deseosa de mundos y con ganas de viajar a través de la lectura.
Diloy fue un verdadero compañero; un hombre desgarbado que se pasaba los días caminando por las calles, sin hogar, sin patria, sin familia… Un hombre libre que sabía más de la vida que los numerosos transeúntes que le miraban con desprecio y que no eran capaces de tenderle una mano.
Diloy el vagabundo es una de las obras de la condesa de Ségur, una dama rusa criada en Francia. Ella misma vivió vagabundeando por Europa, lo que le permitió años más tarde escribir acerca de ese hombre vagabundo con el que muchos nos hemos encariñado y llorado.
La condesa de Ségur, escribió numerosas obras (sí, consideradas para niñas pero necesarias para todos los públicos) entre las que se encuentran “Las desventuras de Sofía”, «Memorias de un asno», «François, el jorobado» y «Después de la lluvia, el buen tiempo».
En todas sus obras la autora empatiza con personajes olvidados u olvidables e intenta dar un mensaje de carácter moral y realista; analizando los prejuicios que lideran la vida en sociedad y que impiden que la mayoría de las personas sientan empatía hacia los más desfavorecidos.
La condesa de Ségur
Bajo el nombre de Sofía Fiódorovna Rostopchiná nació la condesa de Ségur el 1 de agosto de 1799 en San Petersburgo. Era hija de un conde que trabajaba como ministro de relaciones exteriores para el zar Pablo I de Rusia.
Sus primeros años fueron placenteros y felices, pero esa dicha se rompió cuando Napoleón I invadió Rusia, provocando destrozo y muerte a diestra y siniestra. Se cree que el padre de Sofía fue uno de los principales luchadores contra la invasión de Moscú, a tal punto que estuvo a favor de incendiar la ciudad para evitar dicho dominio.
Debido a esa decisión, Napoleón tuvo que emprender una atropellada retirada y Moscú quedó destrozada pero todavía libre. Pero las cosas irían a peor y cuando Pablo I fue reemplazado por su sucesor (Alejandro I), la familia de Sofía debió exiliarse por cuestiones políticas.
Allí comenzó una vida de vagabundeo que los llevaría por diversos países: Varsovia, Alemania, Italia y Francia. Sería en este último país donde se quedarían y se convertirían al catolicismo para evitar una nueva persecución. Allí residiría la condesa para siempre y contraería matrimonio con el conde Eugène de Ségur, quien le daría el título por el que hoy se la conoce.
La obra de la condesa de Ségur
La condesa de Ségur comenzó a publicar casi a los 60 años, pero escribía desde pequeña y conservaba toda su historia en pequeños diarios. Aunque la literatura parece haberla olvidado, sus relatos y su obra son fundamentales para entender la vida social de una Europa que estaba cambiando, volviéndose más «legítima». Su obra, quizás, puede servirnos para ver de cerca esa ruptura que se había ido dando entre las diversas clases sociales y que, a partir de la era industrial, se plasmó de una forma indeleble.
En sus libros se nota una clara preocupación por los peligros a los que deben enfrentarse los niños a causa de las malas decisiones de los adultos. Sus primeras publicaciones fueron una serie de cuentos de hadas que la conducirían directamente a la editorial Hachette, una de las más importantes del siglo XIX en París, en lo que a literatura juvenil respecta. Tal fue su fama que posteriormente se publicaron colecciones completas de sus obras en múltiples idiomas.
Sofía Fiódorovna Rostopchina falleció el 9 de febrero de 1874, en París; se cree que nunca regresó a Rusia y que, incluso, sintió que Francia era su hogar. Es posible que haya sido esta la razón que la llevó a escribir en este idioma, la lengua de un país en el que se sintió a salvo y protegida.
Diloy el vagabundo es una de esas historias que se te quedan grabadas en alguna parte de la memoria y que vuelven a ti una y otra vez. Lamentablemente pese a que he intentado recuperar ese libro los viajes a los que posiblemente esa misma lectura me ha llevado, me alejaron de aquellas hojas marrones… Ya saben que la literatura tiene esas cosas irónicas y contradictorias.
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