Emilio sale a correr todos los días con su compañero de vida, un perro llamado Kilb y que es mucho perro para él. Ama. Desea otra vida. Aunque su único movimiento es mantenerse a la espera. Pero algo sucederá y las cosas van a ponerse feas. Ese podría ser un brevísimo resumen del hilo principal de «La distancia» de Pablo Aranda (Malpaso). Encontramos aquí una historia llena de humor, de preguntas y de desolación pero también de ternura y de luz. Una novela como una bocanada de aire fresco que se disfruta de principio a fin.
Casualidades o caminos escritos
La narrativa de Aranda se caracteriza por su enfoque en los detalles. Esto puede apreciarse tanto en lo elemental de la trama como en el oficio literario que encubre. Un perro que se llama Kilb. Un malagueño viviendo en Granada que se enamora de una mujer marroquí. Un español que se siente despatriado en su país. Un hombre que ha perdido a su padre y descubre que nunca lo ha tenido. Esos personajes fracturados que se buscan en la literatura. Y los objetos que conectan historias: una lámpara, un cenicero, un móvil, un golpe. Pero lo más importante: un tratamiento de la narración que combina la ternura con el desastre y que se cuela por nuestras ventanas de forma contundente.
«La distancia» podría definirse como una novela sobre las casualidades, aquello que creemos que ocurre de forma mágica, sin que nosotros podamos evitarlo. Y nos dispara la pregunta de si no estaremos toda la vida cronometrando nuestros pasos para llegar a un destino que hemos imaginado o deseado, creando casualidades con las decisiones que vamos tomando en el camino.
Es también una novela acerca de la felicidad, aquello que todos deseamos y que no sabemos cómo atrapar. Y nos lleva a ella la fabulosa cita de Joyce Carol Oates que ha escogido Pablo como epígrafe. Afirmar que la felicidad es lo que nos sucede mientras la estamos persiguiendo, ese presente que miramos anodino y que un día echaremos de menos.
Narra la historia de Emilio, un traductor que quiere una vida distinta y que se ha obsesionado con una relación que a simple vista no le corresponde. Y la historia va de cómo este tipo hace todo lo posible por encajar ese cuadro que desea, por convencerse de cómo son las cosas, por intentar hacerse un hueco en la vida de los otros (de una otra) y de cómo a causa de ello debe enfrentarse a situaciones bastante peculiares. Y es que esa forma de encarar su vida le llevará a tomar decisiones que le dejarán un poco perdido. Y es en ese momento que lo encontramos nosotros.
¿Qué hubiera sido si..? Esa parece la pregunta que se asoma siempre en las novelas de Aranda. Y también retumba en «La distancia». Emilio maquina acerca de las posibles vidas que podría haber tenido si no hubiera actuado de una determinada forma. A través de su monólogo interior, Aranda nos va llevando a lo más profundo del personaje, donde habitan su miedo y su rabia. Encontrarnos con Emilio y empatizar con él (a pesar de lo cobarde y lo capullo que puede parecernos a veces) son dos cosas que van de la mano, porque la forma en la que Pablo nos presenta al personaje nos obliga a tomarle cariño. Y llegados a este punto ¿cómo no mirar con otros ojos a ese hombre-niño perdido en un mundo que parece atropellarle a cada paso?
Las obsesiones del narrador
En la narrativa de Pablo Aranda hay algunos elementos que se repiten: extranjería, pasado, desamor, orfandad y muerte. Sus historias se construyen usando de puntapié la mirada del otro, que es extraño y es amigo, el vivir constante en la incertidumbre que provocan las diferencias culturales y la vida que se vuelca ante la llegada de un elemento extraño que, como un virus, amenaza la integridad de los protagonistas.
No suelo soportar este tipo de insistencias en las obras. Me resulta cansino porque me suena a que su autor encontró una fórmula que le funcionó y ya no quiso salirse de ella ni arriesgarse mucho. Sin embargo, lo que me ocurre con Aranda es distinto. No me importa que deambule sobre las mismas preguntas porque su forma de contar siempre me atrapa; como esas películas que ya hemos visto pero siempre nos hacen volver al sentimiento primigenio. Además, sus obsesiones se abren como si fuesen flores y maduran de libro en libro, y por eso sus tramas no resultan predecibles. De alguna forma, Aranda consigue que aquello que en «El protegido» (por nombrar su novela anterior) era vulnerabilidad, aquí se transforme en rabia que deriva en el hallazgo de nuevas respuestas o preguntas distintas. ¡Ese rasgo de su escritura me interesa especialmente!
Volviendo a «La distancia», las obsesiones aquí le llevan por el camino de la rotundidad del deseo. Y es protagonista esa pasión que cuando parece que se ha apagado, revive. Con una llamada, un golpe de suerte, un encuentro furtivo. Las consecuencias de esos detalles-chispa darán pie y vuelo a una novela que es realmente deliciosa.
La lectura como hipnosis
Dice Manuel Vilas que Aranda tiene la sangre de los narradores hipnóticos. Creo que nadie ha definido mejor la narrativa de Pablo. Al leerlo sabes que ciertos elementos de sus novelas anteriores estarán presentes (esas obsesiones que se instalan, crecen, se reescriben, se desdicen) pero no sabes cómo, ni cuándo las hará estallar sobre tus ojos. Comienzas a leer con todo el cuerpo y el alma en orden y de pronto, ¡plum! te encuentras metida en una historia que te pone los nervios de punta, con ese deseo de que las cosas se encaminen a un final distinto, no a ese que sabes es el que tocará, porque la vida es así…
Y es que en Pablo no importa cómo terminan las historias sino cómo se viven. Importa llevarte de la mano, paso a paso, corazón adentro. Y esa es una de sus mayores virtudes. Captar nuestra atención desde la primera palabra, llevarnos por los pasadizos secretos de sus tramas (que conlleva internarnos en lo más profundo de nuestra mente: nuestras mentiras, nuestro pasado, nuestro deseo). Y así, la lectura se convierte en un viaje sin meta, donde todo es distancia.
Y no quiero dejarme fuera uno de los elementos más atractivos de esta novela. Aunque el narrador de la historia es Emilio, el verdadero protagonismo lo tienen las mujeres. Tamar, Marta, Leila, Amina y Latefa. Sobre quienes no quiero contar nada porque vale la pena ir descubriéndolas en la lectura, pero que tienen una fuerza extraordinaria. Hay asimismo toda una lectura interesantísima en torno a las diferencias culturales y a la búsqueda de la libertad cuando la crianza ha sido atrofiante. Y nos permite, creo, una revisión de nuestros prejuicios en torno a la ruptura con el pasado. Porque ser valiente implica otros retos cuando te han arrebatado la capacidad de sentir y de ser libre. En ese sentido, de hecho, creo que es una lectura que ofrece miles de ventanitas para reflexionar en torno a las muchas formas que puede adquirir la valentía.
Pablo Aranda es un autor con un talento extraordinario para convertir simples historias en acontecimientos narrativos y «La distancia», una novela emotiva que te atrapa desde la primera línea. ¡No te libres de su fuerza hipnótica!
LA DISTANCIA
Pablo Aranda
Editorial Malpaso
978-84-16665-34-1
224 páginas
Papel: 20,00 €
Digital: 7,99 €
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