Cometierra (Sigilo) es la primera novela de Dolores Reyes, pero no responde para nada a esta condición. Se trata de una historia escrita con precisión y buen gusto: a mitad de camino entre la crueldad y la belleza, y con una historia fascinante y realista. Tengo más preguntas para Reyes, aquí va la segunda parte de nuestra charla. [Puedes leer aquí la primera parte]
Pese a que la voz narradora de Cometierra nos invita a pensar en una vida donde aún habita la esperanza, a medida que avanzamos en la historia seguramente nos preguntaremos acerca de la dificultad emocional que supone escribir sobre un tema tan realista y duro. Por otro lado, aunque puede leerse como una denuncia de la violencia machista y un homenaje a las víctimas invisibles de los feminicidios, también tiene una parte luminosa y un tono de fábula que nos invitan a pensar en el alcance de la novela y en las posibles lecturas que nos ofrece. Sobre todo ello converso con Reyes.
P—¿Sentiste rabia mientras hilabas la historia de Cometierra?
R—Sí, muchas veces siento rabia, bronca… de ahí la dedicatoria que tiene Cometierra. Melina Romero es una chica a la que mataron de una forma muy brutal en Podestá, donde viven mis alumnos. Sentí muchas veces bronca por lo injusto, lo violento, lo patriarcal, de los periodistas diciendo cosas como «bueno, era una chica que había dejado la escuela secundaria, a quien le gustaba ir a bailar, era fanática de los boliches»… eso me da mucha bronca, porque hay muchísimas chicas que tienen que dejar la escuela porque la realidad les impone tener que salir a ganar unos pesos, y también porque sé que en general tampoco tienen una estructura familiar ni social que les aliente a permanecer en la escuela. Y que encima de eso sean violentadas, asesinadas, y que este tipo de discurso despectivo siga reproduciéndose… De ahí que haya tomado un par de estas historias que me marcaron tanto para que los nombres de estas chicas no sean olvidados ni despreciados. Para que se las recordara como eran, hermosas, jóvenes, con un gran potencial que les fue arrebatado.
P—La novela me ha transmitido una sensación impotencia…
R—Sí, el tema es qué es lo que hacemos con eso. Creo que también Cometierra tiene una conciencia de lo reducido de su poder, que no llega a solucionar, pensá que sólo en la menor cantidad de casos consigue rescatar a alguien con vida. Pero también está esta cuestión tan necesaria de devolver los cuerpos a sus seres queridos, eso que tenemos como sociedad desde Antígona para acá: la necesidad del entierro, de devolver el cuerpo a sus seres queridos, como una cicatriz que queda abierta más allá de la muerte. Y Cometierra sabe que desde ahí puede accionar, operar, colaborar, pero la solución social global por el momento está bastante lejos. Ella dice en un momento «mi fuerza poca no cambia nada». Y, bueno, esa también es una parte de los conflictos que tiene con su don. Y esto es algo que la literatura ha trabajado muchísimo, lo de la doble cuestión del poder de las mujeres, que pueden ver pero nadie les cree. Es como Casandra, a la que nadie le creía. Cometierra por un lado puede ver pero muchas veces lo que ve es algo tremendo y es ya la muerte consumada, entonces en esos casos puede ayudar a recuperar el cuerpo, pero no la vida de esas personas.
Lo sobrenatural también se abre camino en la narrativa de Reyes, aunque ella nos recuerda que todo depende de la mirada, de lo que creamos y lo que nos enseñen a creer que es fantástico. La presencia de las videntes y de la adivinación en la novela nos da pie para dialogar sobre el lugar de la mujer en lo sagrado.
P—Pienso en algo que decías al comienzo de que los familiares de las víctimas cuando llegan a Cometierra ya han sido rechazadas por el sistema de alguna forma, o desoídos, ¿la lectura que podríamos hacer es que tal y como están las cosas lo único que puede ayudarnos es un hecho sobrenatural?
R—Me parece que acá hay varias cuestiones del cómo se lee. Me gusta mucho un artículo que salió en Babelia, que es de Carlos Zanón, porque él percibe algo que a mí me pasa todo el tiempo: esto de quién lo lee como algo sobrenatural… Al menos en estos barrios donde vivo y donde transcurre Cometierra no es sobrenatural curar un empacho o un mal de ojo. No es sobrenatural el tema de ciertas videncias o ciertos oráculos, como no era sobrenatural, pienso, en Grecia y en Roma. Ni en todas las sociedades antiguas, incluso las más antiguas basadas en ciertos poderes de adivinación de las mujeres, donde era normal consultar con una pitonisa o una adivina. Me parece que después vinieron otros discursos de la racionalidad y también relacionados con las religiones, con el cristianismo, con el monoteísmo, con un dios único, hombre, es decir, un compendio de discursos de hombres, que penalizaron fuertemente el cuerpo de la mujer, como el lugar del mal y de lo no sagrado, y que trajeron inquisiciones que quemaron mujeres por brujas o adivinas con una frecuencia espantosa, y disciplinaron una y otra vez las prácticas de adivinación o de curandería de las mujeres como algo que se podía castigar con el tormento y la muerte. Entonces, ¿qué es lo natural y qué es lo sobrenatural? ¿Es natural castigar la adivinación de las mujeres con una hoguera? Te vuelvo a decir, el tema de la adivinación nos ha acompañado muchísimos años. El tema de ver a la tierra como un principio femenino también nos ha acompañado durante años. Si te ponés a ver en todas las culturas antiguas la tierra siempre es un principio femenino. Aquí tenemos la Pachamama, pero también está Gea, Gaia y tantas otras como representación de la tierra, como algo también sagrado, porque es el origen de la vida y también el final, el principio que nos va a acoger en su seno cuando ya no estemos vivos. Va a volver a recibir nuestro cuerpo de la misma forma que se recibe una semilla para generar vida.
P—Sí, yo te lo decía más pensando en que toda representación que hagamos de lo sagrado de alguna forma lo es…
R—Sí, pero justamente hablamos de representaciones de lo sagrado que nos dejan afuera, que dejan la cara femenina y el culto femenino completamente afuera. Y quería tratarlo en la novela, porque esos discursos vienen a sacar lo sagrado que había en las culturas antiguas en torno a la fecundidad y los ciclos femeninos, y a poner en el cuerpo de la mujer sólo aquello pecaminoso, peligroso y maldito, en el sentido de pecaminoso, de lo que hay que erradicar en el cuerpo de las mujeres. Y es una cosa horrible y muy violenta que coincide con el discurso del machismo, de la violencia hacia las mujeres. Me parece que en esto las religiones actuales coinciden, mientras que en la antigüedad había otros ritos… Pienso también en la presencia de las Maes, como esos cuerpos exuberantes de mujeres que son diosas y que representan o encarnan el cuerpo de otras diosas femeninas. Acá está Yemayá y todo el culto a la diosa de las aguas, de las religiones afrodescendientes, a las que en determinado momento Cometierra necesita consultar para saber cómo recuperar ese cuerpo que se ahogó en aguas de El Tigre. De esa forma trato de traerlas hacia la novela y hacerlas visibles.
P—¿Lo de incluir a la Mae tuvo que ver con el reivindicar el papel divino en lo femenino, como una bofetada al patriarcado y a los cultos religiosos que como decías ponen por encima lo masculino y asocian lo femenino con el mal y lo censurable?
R—A veces ciertos personajes y ciertas incorporaciones no sé si responden a haberlo pensado tanto en el momento de escribir. Los cultos afroascendientes que incorporan figuras femeninas están muy presentes en estos barrios, o sea que yo tengo muy presente la figura de las Maes. Sí fue intencional lo de buscar sacerdotisas, figuras femeninas a las que se les consulta y que mantienen ese poder de adivinación. Desde ahí fue consciente. Y también esa escena en la que Cometierra se compara con las demás y se siente tan flaquita y tan diferente, y la Mae la increpa y le dice: «vos también sos una adivina, hacete cargo de tu poder y de lo que estás haciendo»… Ese cruce entre dos mujeres con poderes me parece muy importante: una con toda la experiencia y la otra súper joven. Me interesaba ver cómo ese encuentro la hacen reflexionar a Cometierra sobre tantas cuestiones que se van viendo.
P—Cometierra es capaz de encontrar los cuerpos pero no la vida, y es como si repitiera (o recordara) en cada nueva historia el asesinato de su madre. ¿Un don a veces puede ser una maldición?
R—Yo creo que un don tiene un costo y esto lo pienso y lo trabajé mucho en Cometierra. El don tiene una responsabilidad enorme y a la vez tiene un costo. Al principio es una niña la que se topa con este don, que le hace ver aquello que no quisiéramos ver nunca: el asesinato de nuestra madre en manos de nuestro padre. Desde el principio, para ella tiene un costo enorme y, sin embargo, vuelve a la tierra, una y otra vez, porque piensa en las notas que le dejan en esas botellas y siente la carga, la responsabilidad por tener ese don. Entonces me parece que sí, que el tema de la maldición incluso está en el nombre. Ella nunca dice «yo soy Cometierra»; siempre son los otros, la voz de los otros, del barrio, del entorno, que le dicen «Cometierra»… Y desde ahí también es una carga. Ellos son, de alguna forma, marginados también dentro del barrio. Ella casi no sale de la casa, se relaciona con aquéllos que van llegando, con los que entran amistosamente y no tan amistosamente. Entonces, sí, me parece que tiene un costo enorme, una responsabilidad y a la vez un desgaste. Además, cada vez que come tierra y cierra los ojos está en el momento en el que se está produciendo un femicidio, un asesinato, un secuestro, es decir, pone el cuerpo de distintas formas, para presenciar eso tan fuerte que le muestra la tierra y también cuando la tierra se queda dentro de ella, provocándole visiones más allá de lo que quiere… Y a veces tiene que vomitar para terminar con esa experiencia tan fuerte.
P—¿Sentís una responsabilidad similar a la de Cometierra, respecto a la escritura?
R—A veces sí siento eso. A veces siento alguna responsabilidad en la voz, porque ¿cuántas mujeres no pueden hablar o ser escuchadas? ¿Cuántas han sido silenciadas violentamente? Pero desde un lugar más empático que una responsabilidad culposa. Nuestra voz está entrando a la historia de forma colectiva, entonces de alguna forma entrelazamos nuestras voces para ser escuchadas y para tener esa potencia que la sociedad y el orden nos arrebató. Ésa creo que es mi sensación, la de ser parte de la voz de las mujeres, como un colectivo enorme, como un colectivo que a pesar de ser mayoritario ha sido excluido, vapuleado, ninguneado de todas las formas posibles.
Hay momentos en los que Cometierra quiere desaparecer o que se vayan las visiones, y mantiene una relación de rechazo con su don, como bien lo explicó Reyes. Y hay una escena que a mí me ha gustado especialmente en la que decide cambiar de tema rotundamente y aprende a jugar al Mortal Kombat. No sé si alguien que no haya jugado a este título puede entender la perfección de esta escena: ese ir y venir del menú al juego por el que todos pasamos al principio, para memorizar los kombos y los movimientos especiales de nuestro personaje. Como fanática de la saga de Ed Boon, no puedo evitar preguntarle sobre ello.
P—Te cambio rotundamente de tema. ¿Jugás al Mortal Kombat?
R—Sí, acá somos fanáticos. Yo, en lo personal, desde muy chica soy fanática de los videojuegos, y mis hijos, también. Juego al Mortal Kombat en todos los formatos habidos y por haber. Si encuentro uno, el que sea, me pongo a jugar con ellos y nos divertimos, la pasamos súper bien.
P—Sabés que te lo pregunto por esa escena en la que Cometierra aprende a jugar, ¡qué bien lo explicás; es fabuloso ese capítulo!
R— A mí también me gusta mucho. Porque es un momento en el que ella dice «bueno, necesito hacer otra cosa». Y es súper entendible, ¿no? ¡Es una piba!
P—Sí, tipo para descansar del peso de la vida.
R—Claro. ¡A Jugar!
P—Dolores, ¿qué visiones te habría gustado darle a Cometierra para devolverle un poco de inocencia?
R—Esto creo que no lo pensé nunca y en un punto me sirve, para pensar y ver si puedo escribir algo desde ese lugar. No pensé nunca en visiones para que Cometierra recupere un poco ese estado de inocencia anterior a tantas visiones fuertes que le han quitado su mirada inocente del mundo… Pero creo que tendrían que ver con la infancia, con la madre… Una excelente pregunta que voy a tomar para escribir. Muchas gracias.
P—Y ahora sí, la última: ¿qué tiene Cometierra que te gustaría tener a vos?
R—Ésa es otra pregunta que nunca me hicieron. ¿Qué tiene ella que me gustaría tener? Y, estos arranques tan vitalistas. Por ejemplo cuando se va a bailar, siente la tentación, quiere salir y no le importa nada… no le importa si el Walter la quiere llevar o no. Ella quiere salir y punto. Lo mismo cuando tiene esto de comprarle un regalo al hermano, ¿no? Me parece que esos impulsos tan vitalistas y tan afectivos, porque ella lo quiere tanto a su hermano que siempre quiere como retribuirle, hacerle un regalo, estar presente con él… Eso es un lado del personaje que me gustó un montón, ese vínculo de hermanos que es hermoso… Eso me gustaría tener, esos impulsos tan vitalistas, propios de la adolescencia, que la dibujan de cuerpo entero también… o sea, el lado lumínico. Porque más allá de que está conectada con la oscuridad, con la muerte y con la gente desaparecida todo el tiempo, también conserva el vitalismo y el lado luminoso de la vida.
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