El bien mayor

La salud es el bien mayor. Cuando estamos enfermos, la vida misma tiene no sé qué de insania. Los árboles que antes se nos presentaban vistosos, moviendo sus grandes hojas como aspas, caen en un silbido lamentoso que nos va estrujando el alma.

No gastamos bromas a los demás como cuando respirábamos bien, dábamos pasos seguros y estábamos listos para echar a andar el trabajo que nos tenía tan bien ocupados siempre.

Enfermos, andamos por ahí, llevando nuestra respiración angustiada a cuestas. Hacemos cálculos: quizás algún alimento enlatado nos ha traicionado o tal vez empieza a fermentar nuestra edad y lo que nos ocurre no es sino una declaración de guerra del tiempo que todo lo mancha, todo lo oxida, a nuestros sentidos.

Ah… tanto tiempo que llevamos de vivir, y eso tiene su costo.

Pero yo me quiero acordar de los pequeños.

Quiero traer a esta página la historia de los niños, que deben ser llevados con urgencia a un hospital, pues están con fiebre, y los ojos asustados, y la piel amarillenta, y ese llanto que la madre quisiera aquietar.

Ah… el llanto de los niños, de los débiles y bellos querubines.

Muy poco todavía se hace para mejorar la atención a los enfermos, a aquellos que pertenecen a la clase pobre y no tienen sino dinero para su pasaje en los bolsillos. ¿Qué pasa, en los centros de salud?

Vez pasada, iba yo caminando, y vi a varias mujeres con sus pibes enfermos en sus brazos, y era la expresión de sus rostros tan dolorosa, tan demacrada, tan agotada y cercana al límite de los límites, que por instante sentí el vuelco del mundo en mi estómago.

No existe cuadro más lastimoso y tierno que el de una madre doliente intentando, con un soplo continuo y amoroso de su boca, borrar la fiebre de las mejillas y la frente de su hijo.

Todas las horas del mundo son de ella cuando trasnocha y se reprocha el cabeceo mientras vela a su adorada criatura.

No merecen las madres pasar por tan apremiantes necesidades pues para eso existe un Estado. Y existe en el discurso colectivo el énfasis que se pone en la urgencia de dar solvencia y pleno rendimiento a dos ministerios de la República del Paraguay: El Ministerio de Educación y Cultura y el Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social.

Pues bien, el Ministerio de Salud renguea.

Basta observar el grado de dejadez de numerosos dispensarios médicos y sitios donde la atención a los pacientes (que están desamparados, mayoritariamente) deja mucho que desear.

Ver la fila de hombres, mujeres y niños, con su vestimenta que deja a la vista el rostro descubierto de su pobreza, es ver la orfandad humana y es tomar conciencia de cuántas cosas faltan todavía por hacerse en nuestro país.

La salud es un bien común. Debe ser un bien común. No puede estar fuera del alcance de los pobres y de los indigentes.

Y luego está el trato o el maltrato.

Y la desesperante espera en los pasillos.

Y esa atención que no pasa de ser un caricatura.

Mientras la salud no esté en los planes urgentes del Gobierno, la población sufrirá y la vida tendrá poco valor en el Paraguay. Espero haber sido clara.