La obra avanza rápidamente, y es claro que los albañiles que trabajan en ella están contentos con el lujo y con los propósitos que ya se insinúan entre las altas paredes levantadas.
Aún así, cuando todavía faltan detalles para su terminación, el edificio de pintura blanca da un toque de elegancia y progreso a la cada vez más poblada avenida Carlos Antonio López.
El sitio del que hablo, o sobre el que escribo en esta columna, es una futura casa de velorio. Dirá o pensará el lector: «¡Qué mal gusto!». ¿Y qué? No se alarme quien lee estas líneas pues vivirá mucho y bien si cuida su salud. Ya está.
La vida y la muerte son las dos caras de una misma moneda.
Eso está escrito en los poemas.
Y ese edificio de calculada construcción es en sí inofensivo.
Allí, en su suntuoso interior, alguien, no sé quién (es imposible saberlo), irá a inaugurar su finalidad.
Y la gente, los parientes del finado, con el duelo debido, tomarán café espeso y dirán alguna sobriedad sobre su persona.
La muerte es una raya gris que marca la gran división y echa a funcionar el deseo de saciar los sentidos antes de que caiga el telón. Después vendrá el polvo que todo lo cubre.
Es la vida la que toma el pulso de nuestros días.
Las horas se nutren de nuestros impulsos, de nuestras ganas, de nuestro entusiasmo.
Porque estamos vivos nos alegramos, nos enamoramos, queremos traer los mejores frutos de nuestro trabajo a los miembros de nuestra familia, encontramos la alegría en la compañía de los seres amados. Después, pasará lo que deba pasar.
La vida nos recuerda que el tiempo no detiene su paso y que no debemos dejar que se escurran los momentos bellos. Igualmente, nos recuerda que debemos trabajar y tratar de que nuestro currículum sea esmerado y limpio.
Tantas ocasiones tuvimos para darnos a la pereza.
Es el tiempo de la siembra.
En algún momento nos damos cuenta de que la existencia no ha sido aprovechada como debería y nos enfrentamos con la realidad y damos vueltas en torno a las oportunidades que retornan a nosotros.
Es imposible que no seamos felices. El amor está a la vuelta de la cuadra.
Antes de que nos volvamos esencia y figura del otoño, demos los frutos de nuestra razón al tiempo y reanudemos la labor que dejamos pendiente.
De alguna u otra manera, ese edificio vino a instalarse para bien en la avenida Carlos Antonio López.
Nos recuerda que existe porque la vida es un contrato con fecha de vencimiento.
No nos infectemos con la amargura, recordando despropósitos.
Antes bien, desprendámonos de los sentimientos de desdicha.
Si alguien nos hizo daño, ¿qué importa finalmente? Los daños y los bondades van y vienen.
Nuestros son los días buenos siempre y cuando entendamos que debemos encarar el trabajo, la diaria labor, con corazón inquieto.
¡Tantas cosas faltan todavía por ocurrir!
Comentarios2
como siempre, Delfina, alto vuelo en tus obras. Abrazo
Albin: te agradezco tus palabras, tu elogio.
Vaya un abrazo efusivo para ti.
Delfina Acosta
Recuerdo desde infante que en cines se veía
esas negociaciones que con la muerte hacían
en nada hoy a cambiado; hay mejor tecnología
pa' venderte los lujos que en vida no quisiste;
aprovecharse de tus remordimientos,
por no darle a tu hermano algo de sentimiento.
En esta sociedad, con el sistema impuesto
necesario es mostrar cuanto dinero inviertes;
posicionar tu ego; entregarte a los bancos
para que el mundo diga... uf, ¿será un traqueto?
Todos somos culpables de estas cosas que pasan
despreciamos la vida... Nos devora la muerte.
Buenos días,
SERHO.
Gracias por tu comentario. Pero a vivir la vida con alegría.
Un abrazo.
Delfina Acosta
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