El humor fue, es y será un factor vital dentro de la literatura. Hay libros que hicieron época y fueron llevados a la pantalla gigante, en todo el esplendor de su tragedia y de su melancolía, como Cumbres borrascosas, de Emily Bronte. La obra de la autora tomó el sentido contrario del humor, pero, siendo tanto su influjo sobre el ánimo, puede afirmarse que Cumbres borrascosas hizo de la calidad del lenguaje artístico su camino natural al éxito.
El humor en las obras literarias es necesario, pues aporta la risa.
Cuando uno lee Don Quijote, entra en un mundo hilarante. Cómo no soltar la carcajada, mientras se toma registro de aquel lío mayúsculo que se armó en un hostal donde el Caballero de la Triste Figura y Sancho fueron a parar, apenas salieron a recorrer el mundo. Este capítulo es uno de los más hilarantes de la historia de don Quijote, quien debe, con la razón perdida, rechazar las solicitudes (así lo interpreta él) de una mujer fea como la muerte, pues su corazón es sólo para Dulcinea.
El humor es una constante en Don Quijote. Recuerdo, y recordará el lector, el acto conocido como el escrutinio o la quema de aquellos libros de caballería que hicieron perder el juicio a don Alonso Quijano.
Refresquemos el hecho:
«Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo el cual aún todavía dormía. Pidió las llaves, a la sobrina, del aposento donde estaban los libros autores del daño, y ella se los dio de muy buena gana. Entraron dentro todos, y la ama con ellos, y hallaron más de cien cuerpos de libros grandes, muy bien encuadernados, y otros pequeños; y así como el ama los vio, volviose a salir del aposento con gran priesa, y tornó luego con una escudilla de agua bendita y un hisopo, y dijo:
– Tome vuestra merced, señor licenciado; rocíe este aposento, no esté aquí algún encantador de los muchos que tienen esos libros, y nos encanten, en pena de las que le queremos dar echándoles del mundo.
Causó risa al licenciado la simplicidad del ama, y mandó al barbero que le fuese dando de aquellos libros uno a uno, para ver de qué trataban, pues podía ser hallar algunos que no mereciesen pena de fuego».
Ya puede el lector imaginar la atmósfera y divertirse dentro de ese ambiente que tiene mucho de realismo mágico. ¿A qué obedece la intención de quemar los «cien cuerpos de libros grandes»? Pues al poder maléfico de los tales. Y es en ese tópico donde el lector desarrolla su humor. Y en más tópicos. Como cuando, con picardía, el licenciado considera que no hay necesidad de quemar todos los textos… Ya se entiende que existe un interés oculto del personaje de quedarse con algunos libros, de los que buen provecho podrá sacar más adelante.
LOS RECURSOS DE CERVANTES
El humor vive en las páginas de Don Quijote. El hecho de saber que los recursos de don Miguel de Cervantes para mover a la risa son infinitos, abre un panorama feliz para los lectores.
Los libros en los que asoma el humor son de la preferencia del lector. Cierto es que el lenguaje depurado y de alto acento artístico prevalece, pero la lectura que se deja llevar por la hilaridad es la que se instala en el gusto popular.
Mucho me he reído leyendo Aventuras de Tom Swayer. Cuando se hace referencia a tal libro, que es un clásico de la literatura universal, se consideran no solo los matices históricos y religiosos de una determinada población, cerca del Misisipi, sino además la bien trazada picardía de Tom, un chico fantaseador de aventuras de piratas.
El buscón, de Quevedo, propicia un despilfarro de risas. Francisco Gómez de Quevedo y Villegas (1580 – 1645) es uno de los escritores más originales de España y uno de los más varios y ricos en doctrina, asuntos y tonos. Va desde el humorismo acre hasta la meditación severa… Con El buscón se entra en la novela picaresca. La primera novela picaresca fue, quizás, El Lazarillo de Tormes. Esta es la historia de un niño que vino al mundo para ser aporreado por gente religiosa y sin escrúpulos. Las irracionales y jocosas situaciones planteadas nos muestran un talento de quilate en Quevedo. Sin embargo, la crítica, que todo lo ve, todo lo oye, todo lo siente, considera que El lazarillo de Tormes no pertenece realmente al tipo de novela picaresca, porque el pobre niño, víctima de sus amos, no es todavía el pícaro como lo presentó al lector Mateo Alemán en el Guzmán de Alfarache (1599-1604).
El buscón cuenta las peripecias de un personaje llamado don Pablos.
Una escena de tacañería que mueve a la risa, pues con harto ingenio nos la relata don Francisco de Quevedo, es la siguiente: «Entretuvímonos hasta la noche. Decíame don Diego que qué haría él para persuadir a las tripas que habían comido, porque no lo querían creer. Andaban váguidos por aquella casa, como en otras ahíto. Llegó la hora del cenar (pasó la del merendar en blanco); cenamos mucho menos, y no carnero, sino un poco del nombre del maestro: cabra asada. Mire v.m. si inventara el diablo tal cosa. «�Es muy saludable cenar poco»�, decía, «�para tener el estómago desocupado»�, citando una retahilla de médicos infernales. Decía alabanzas de la dieta, y que con esto no tendrían sueños pesados, sabiendo que en su casa no se podía soñar otra cosa sino que comían. Cenaron, y cenamos todos, y no cenó ninguno».
UNA OBRA BREARD
(Texto poético)
Por Juan Pastoriza.
15 de abril de 1998.
Lo más probable es que nunca más expidan ninguna visa para visitar los EEUU,
Ni de turista o algo así, en tanto corra incontenible como lava el poeta marginado.
A la par de las concéntricas oleadas finales de la inyección letal en la cámara de
Muerte de la prisión de Jarratt, cerca de las 10.45 GTM, del pasado 14 de abril de 1998, Copando de a poco las venas del compatriota Ángel Francisco Breard, de 32 años, Allá en Virginia. Y caiga casi de golpe sobre él un negro telón o por extraña contradicción la misma máscara con bonete de verdugo sobre el rostro asfixiante del Condenado cuya condena se cumplió sin dilación. Aunque haya habido de por medio La Torre de la Corte de la Haya, Holanda.
Un estertor. Un temblor de dos o tres mínimos segundos en la Escala Vida como un Macabro orgasmo sin enterarse el mismo. Y nada más. Quedan apenas los péndulos.
Solo las lacias extremidades caídas a los costados y tal vez un muy breve humo de Cigarrillo. O no sé por qué se nos ocurre un azul olor a quemado por donde se supone Habrán salido los espíritus del semejante antes del tiempo previsto por las escrituras y con las puertas abiertas a merced de los ladrones.
Por la prisa de la injusticia de la Justicia. Pero aquí no han matado a Ángel Francisco Breard por delito de intento de violación y muerte de suvecina, la norteamericana miss Ruth Dickie, una noche de invierno de 1992 en Arlington.
Si no han ahogado primero y resecado después con aguja y veneno la piel indeseable no de un ser humano. Una gente menor cuya vida no debería importarle mucho a un americano medio más que el movimiento del meñique de la mano derecha al sorber
Apresuradamente su café antes de comenzar la jornada de trabajo tipo.
Y mirar brevemente las noticias parpadeantes de la televisión, donde habrá visto congelado un instante mustio, en blanco y negro la cara del muerto y debajo un nombre
Escrito vagamente hispano. Más preocupado por las conexiones de las atestadas carreteras y de la dura supervivencia a partir del desayuno. O las condiciones climáticas.
Además que el ejemplo cunda, piensa de refilón, como si nada. Eso es lo principal.
Que la seguridad sea bien segura para todos los ciudadanos acólitos del Tío Sam.
Que llegue un río marrón de barro como las películas de catástrofes y que lleve la lluvia de amenazas lo más lejos posible hasta un desaguadero galáctico. Porque todos son así. Latentes peligros. Para engañarnos. Y porque por lo menos, dirán otros, más rojos y cachetudos de bien alimentados que están, que ensayan en las jeringas las nuevas fórmulas de la aniquilación colectiva de los invasores y rápidas sillas eléctricas como tren bala. Para sentar las calaveras.
Que son muchos los oscuros Ángel Francisco Breard, que se reproducen como en millones de espejos y ratones. Exterminio de plagas para quienes nunca deberían haber tenido oportunidad. Ni de defenderse. Porque no son. Ni merecen ser. Ni jamás serán de acá. De esta zona marcada por los transparentes limites de los ojos azules implacables de hielo como el corazón. El pelo rubio y un presidente que por suerte no nos salió marica según dicen. Al comenzar otro día sin novedad.
El poemario Breard se convirtió en canción contra la pena de muerte en los Estados Unidos y tiene varias versiones en varios idiomas.
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