El invierno de los jilgueros de Mohamed El Morabet (Galaxia Gutenberg) es una novela bellísima sobre la fuerza de la supervivencia.
El desierto y el mar. En el medio, un horizonte lacio que se tiñe de colores estacionales. La sensación que nos llevamos al leer El invierno de los jilgueros de Mohamed El Morabet (Galaxia Gutenberg)-XV Premio Málaga de Novela- es ésa. Estamos frente a una historia que trabaja sobre la grisura de la vida y la importancia de aferrarse a pequeñas rutinas para no desesperar en un mundo difícil. Una novela preciosa y escrita con intensidad.
El mundo en Alhucemas
Brahim es un niño huérfano de padre que vive en un barrio de Alhucemas y va narrando su día a día, sus miedos, su soledad, su desconcierto. El comienzo es muy luminoso, pero es interesante cómo el paisaje se va torciendo a medida que avanzamos. Brahim está obsesionado con el horizonte y es todo lo que pinta en sus cuadernos. Horizontes reales e imaginarios. Quiere saber cuáles fueron sus primeras palabras pero encuentra silencio. Nadie lo recuerda. El silencio familiar se irá trenzando con la propia construcción de su identidad.
El Morabet describe con exactitud los rituales cotidianos de la ciudad, y esto nos permite transitar por esas calles, conocer a la gente que vive y trabaja, e intuir ese pacto de comunidad que se establece entre los ciudadanos. La localización es muy interesante. Alhucemas, la ciudad fértil, un poblado construido a principios del siglo XX por los españoles y que formó parte del Protectorado Español hasta la independización de Marruecos en los años cincuenta. Sobre el carácter mestizo de la identidad hay muchas referencias en el libro y resulta interesante si pensamos que es una novela escrita en una lengua adoptiva. Alhucemas que, leemos, está siempre preparada para el placer, así como también para la tristeza. Esa ciudad que, como le dirá uno de los personajes, es un buen sitio para morir, pero donde él también intentará encontrar dulzura y una rutina amable. La descripción de ese mundo de colores ambivalentes es uno de los grandes aciertos de este libro.
La lavanda ayuda a cicatrizar las heridas pero es también una flor con un intenso aroma que suaviza el tedio y llena de frescura los hogares. Es aquí una planta presente, que atraviesa los sentidos de los personajes. Una planta que, entre sus nombres vernáculos tiene uno que resuena en nosotros enseguida, «alhucemas». Planta que alivia, lava, cura, y que será una especie de amuleto constante en la vida de Brahim.
Balbuceos y orfandad
Cuando Musa viaja al desierto, al ser reclutado para la conocida marcha verde, la vida de toda la familia se sacude y sufre las consecuencias de un hecho dramático. Musa vuelve distinto y Brahim hará todo lo posible por entender qué le ha pasado en el desierto. El desierto y la ausencia de palabras es una imagen que se repite a lo largo de todo el libro y que entronca con la orfandad. Es sumamente destacable la construcción del personaje principal, esa voz primera. No nos cuesta trabajar entenderlo, caminar con él por esas calles, sentir su silencio y atravesar su miedo.
Hay un aspecto de la novela que no he entendido. En la segunda parte hay un giro rotundo de estilo narrativo. La voz deja de acompañar a Brahim y se posa sobre Olga, una profesora que viaja a Tetuán para enseñar arte. El contraste de profundidad de ambos personajes es brutal y, personalmente, no me ha gustado. Es difícil empatizar con Olga, que parece una niña bien, protegida y contenida por su familia, a quien parece no haberle ocurrido nada especial en la vida. De alguna manera hay cierta frivolidad en el personaje que se traduce en el estilo: avanzamos en la historia a través de sus diarios. Si bien es destacable lo bien logrado del contraste en ambas voces, creo que le quita intensidad a la historia, porque Olga tiene mucho menos para decir que Brahim. Digo que no lo entiendo a nivel emocional (que me lleva a desconectar con la novela), pero destaco que hay un trabajo interesante a nivel técnico.
Para sobrevivir a la violencia de la vida, Brahim deberá aferrarse a la rutina, intentará sostener una normalidad de actos que le impulsarán hacia delante, más allá del dolor, del miedo y de la pérdida. Y creo que quizá sea esta actitud la que destaque al personaje y, como lectores, al terminar la lectura, nos deje algo de luz. En Alhucemas la luz destaca. Es ideal para pintar. Es ideal para pensar en otro mundo posible. La luz que guía los pasos de El Morabet para construir una historia dramática imbuida de ternura.
El invierno de los jilgueros es una novela con tintes grisáceos, donde la luz se filtra como lo hace en un cuadro gótico, para iluminar las sombras, para dejar ver esa posibilidad escondida que parece esconderse siempre de nuestra mirada. Brahim tendrá que atravesar su adolescencia y construir su propio destino, enfrentando las burocracias tediosas de la vida civil, reconstruyendo su visión del mundo, del mar y del desierto. Creo que ese proceso de maduración está muy bien logrado y es lo que nos llevamos cuando la historia termina. Como diría la cantante Bebe, «siempre hay luz al fondo». Que nadie se pierda esta preciosa novela.
EL INVIERNO DE LOS JILGUEROS
Mohamed El Morabet
Galaxia Gutenberg
978-84-19075-38-3
288 páginas
Papel: 20,50 €
Digital: 12,99 €
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