Vuelvo a nuestro ciclo de Entrevistas para el Recuerdo. Esta vez, la protagonista es Elfriede Jelinek, autora de libros como «La pianista» y «Los excluidos» y ganadora del Premio Nobel Literatura de 2004.
Cuando la anunciaron como la ganadora del Nobel el asombro fue tan grande para ella como para el resto del mundo: nadie la conocía y ella no estaba dispuesta a que las cosas cambiaran. Así, los intentos de la Academia por comunicarse con ella fueron nulos. La autora se resistía a convertirse en un personaje mediático. Su casa, como una trinchera, le permitió mantenerse aislada mientras afuera la televisión aullaba por tener una primera entrevista con la nueva Nobel. Sin embargo, cuando pasó el ruido, se dejó ver y su amabilidad pareció sorprender profundamente, contrastando con la imagen que el mundo se había hecho de ella. Y es que la resistencia de Jelinek tenía un mensaje claro.
En lo que respecta a su escritura, Jelinek, se define a sí misma como una escritora provinciana, difícil de traducir; sin embargo, sus libros han dado la vuelta al mundo y nos han servido a muchísimos lectores para entender mejor la realidad. El suyo es un lenguaje construido desde el sonido, dando por sobre entendido que el sonido no puede traducirse.
Cuando se trata de hablar sobre la estructura patriarcal que rige como norma en nuestro mundo y sobre la que reflexiona Jelinek en todas sus obras, expresa que es un tema importantísimo para ella, que le interesa conversar sobre lo fálico en el arte y sobre la forma en la que los hombres continúan dominando el mundo. Observar esto, y experimentarlo, es lo que la ha llevado a trabajar en sus novelas la realidad de la mujer en el mundo de la cultura.
Jelinek afirma que escribe sobre lo que está destruido y esto está vinculado con sus raíces, que le acercan a Kafka y a Kraus; pero también tiene que ver con que siempre fue una mujer combativa, a la que le interesó reflexionar sobre el por qué de las cosas, y también de la escritura. Y, posiblemente, haya colaborado muchísimo con su forma de mirar y de escribir la extraña relación que mantuvo con sus padres. A su padre asegura conocerle bastante poco y de su madre, dice haber tenido que sufrir sus abusos de poder, y establecido con ella de forma perenne una relación enfermiza. Pero ahí apareció la escritura, como una barca a la que aferrarse, para poder volver a la infancia.
La suya es una escritura rebelde y directa, por momentos absolutamente cruel e incómoda pero centrada en nombrar aquello que se esconde de la realidad, a través de un método exhaustivo que le permite hablar sobre lo vil y lo estúpido del ser humano, como semillas de la ignominia y la bajeza. Y la escritura, dice, sirve como estrategia cuando la vida duele más de lo que puede soportarse, cuando el abuso de poder de nuestros padres nos pesa y la realidad nos empuja al encierro. Y es en ese encierro-aislamiento que surge la obra de Jelinek; pero como es imposible combinar vida y escritura escoge el aislamiento. Algunos escritores como Rimbaud, cuenta, escribieron y después vivieron. Y continúa:
Sin duda, es ésta una autora que no podía faltar en este ciclo que consiste en semblanzas de escritores que parten desde su propia mirada, basándome para hacerlas en diversas entrevistas. En este caso me he apoyado en una publicada por Esto es puro cuento aquí y una charla que mantuvo Julieta Rudich con Elfriede publicada en El País. ¡Por favor, lean a Jelinek!
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