La Emily Brontë que se esconde en «Cumbres borrascosas»


Doscientos años. Se dice rápido, pero ¿cuántas vidas caben en ellos? Ayer fue el bicentenario del nacimiento de Emily Brontë y yo he pensado que no puedo dejarlo pasar así como así. Para conmemorar su voz, que ha quedado plasmada en una de las obras más extraordinarias de la historia de la literatura, escribo aquí y quiero recomendarles una edición en especial. Se trata, por supuesto, de «Cumbres borrascosas» editada por la bellísima Tres Hermanas. Así que, aquí voy, con esta recomendación y un brevísimo homenaje a la del medio de las Hermanas Brontë.

¿Por qué «Cumbres borrascosas» no muere?

Leemos para vivir. Eso en primer lugar. Por eso las obras más imperfectas son las más transformadoras. Aquéllas que cuentan con huecos que dejan pasar la humanidad de quien escribe, que permiten una mirada a la mortalidad que todo lo puebla. «Cumbres borrascosas» es una novela que posiblemente tenga muchas cosas mejorables a nivel técnico (nos lo dirán en cualquier taller literario) sin embargo, cuando la leemos no podemos dejar de sentir, de vivir, de ansiar, de experimentar esas emociones subiendo y bajando, pujando desde dentro hacia fuera. Estoy convencida de que esa es la razón por la que ha transcendido; más allá de su estructura, mucho más allá de los temas que analiza, la vida que se respira en esta novela, la convierten en una lectura inolvidable, necesaria, a la que volver en tiempos de sequía lectora.

En el caso de esta cuidadísima edición de Tres Hermanas contamos con dos cosas sumamente interesantes. La apuesta por una nueva traducción a cargo de Amelia Pérez de Villar (a quien igual ya has visto en nuestra sección Minuto del Alma) que, para muchos se acerca con más acierto a los colores de la obra de Brontë que la más popular hasta la fecha que es la de Carmen Martín Gaite. De Villar consigue que percibamos la voz de Brontë asomándose a los páramos e infundiendo terror en un escenario ya de por sí bastante tétrico. La otra apuesta es la incorporación de ilustraciones en la novela, realizadas por el genio de Fernando Vicente. Todo reunido en una portada en tonos amarillos (¿cabría otro color?) y una ilustración de la cubierta absolutamente sugestiva, como esas imágenes que te invitan (y te empujan) a viajar. Es decir, una edición que vuelve inevitable el acercamiento a la historia.

El señor Lockwood alquila en 1801 una casa de campo en Inglaterra, la Granja de los Tordos. Su dueño, vive a una prudente distancia en una casa más grande aunque bastante venida abajo, llamada Cumbres Borrascosas. Lo que para Lockwood se presentaba como la oportunidad de descansar y alejarse de la vida ruidosa de la gran ciudad, se convierte en un viaje al pasado, al corazón de una época, de una familia marcada por la desgracia y la crueldad, y la búsqueda del misterio casi de forma obsesiva por su parte. A través de la lectura de «Cumbres borrascosas» podemos conocer la historia de variopintos personajes que buscan hacer realidad sus anhelos y vengarse por el pasado, y desentrañar los misterios del alma humana.

Entre las cosas más sorprendentes de esta novela cabe señalar la forma en la que Emily sabe mantener la tensión y el suspenso. En una época en la que todavía no se escribían novelas de terror y donde las historias de amor tendían al drama, ella escribió terror romántico, tomando elementos del gótico y del romanticismo e imponiendo una nueva visión a este tipo de historias, donde la naturaleza ocupa un lugar trascendental y sirve de eje para llevar el hilo de la historia.

Literatura que trasciende

Emily Brontë nació el 30 de julio de 1818 en Thorton, Inglaterra. Fue la quinta de cinco hermanos, y junto a dos de sus hermanas, Jane y Anne, comenzó desde pequeña a escribir pequeños relatos. Su única novela, «Cumbres borrascosas», forma parte de la literatura canónica anglosajona. También escribió poesía, que publicó bajo el seudónimo de Ellis Bell.

Sin duda, «Cumbres borrascosas» fue la responsable de que el nombre de Emily permaneciera ligado a la literatura inglesa. En gran parte porque en su momento supuso un texto innovador e irreverente, en una época encorsetada en la que la literatura se hallaba sumida a los poderes de las clases altas. Emily puso en palabras las injusticias y la inmoralidad de su época y lo hizo con un estilo que abogaba por la libertad y por la pulsión del sentimiento como motor fundamental del oficio de escribir. Se considera que con esta narración Emily se adelantó a su tiempo porque ofreció una obra absolutamente diferente, que rompía con las normas morales y literarias del momento.

Uno de los escenarios principales de la novela es el cementerio. Y la forma en la que Emily lo describe y nos interna en él es escalofriante. Existe un lazo autobiográfico con este lugar. Cuando falleció su madre, las tres hermanas se fueron a vivir con una tía mayor que las trataba con mucha rigidez e intentaba hacer de ella jóvenes preparadas para cumplir con los mandatos religiosos y sociales. Junto a la casa había un cementerio, y en las noches de tormenta las niñas dejaban volar la imaginación para tramar toda clase de historias escalofriantes: sin duda, en aquellas veladas fraternales comenzaba a urdirse de forma invisible la novela que catapultaría al futuro el nombre de Emily. También la voz presente en «Jane Eyre» y, posiblemente también, «La inquilina de Wildfell Hall» escrita por la menor de las tres, Anne, tiene mucho que ver con esas noches de infancia.

La melancolía en Emily Brontë

Quizá por la melancolía de esos tiempos y por otras experiencias dolorosas, Emily no pudo escapar a su destino y escribió esta novela que sería transgresora sin que ella supiera cuánto. La melancolía, tan presente en su novela, es una de las sensaciones de la que la autora tira para escribir y para cautivarnos, pero no de una forma tradicional, sino tejiendo una tela de misterio entre lo que sucede y lo que sentimos como lectoras, de alguna forma nos permite ser atravesados por las mismas sensaciones que la atravesaban mientras escribía la historia de amor, desamparo y venganza más grande de todos los tiempos.

La luz de las Brontë era la literatura. Supieron vivir, amoldarse a las exigencias de su tiempo, con una excepción, no tuvieron descendencia. Decidieron ser ellas el apéndice de una familia en una sociedad escalofriante y nociva. Decidieron dedicar su tiempo libre a la lectura y la escritura, y postergar aquello que les habían inculcado como misión natural.

Hace unos días conversaba con un amigo acerca de lo difícil que me resulta continuar aquellas novelas que no me enganchan desde el principio. Me ha pasado con un par que comencé últimamente y que fui dejando por falta de pulsión. La lectura debe darnos lo que la vida, no: emoción, miedo, precipicio, y por eso ciertas lectoras no aceptamos los libros que no nos aporten eso, que se basen en contarnos historias sin corazón. Corazón, eso le sobraba a la Emily y lo dejó bien claro en «Cumbres borrascosas». Creo que a Brontë le habría gustado escuchar que su novela tiene corazón, porque ¿quién sino ese músculo tan cercano al cerebro de las emociones podría haberle permitido escribir una novela tan fascinante?



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