No soy lo que se dice una persona fisonomista; mucho menos cuando se trata de reconocer el rostro de escritores. Por eso cuando conocí a Antonio Soler avergonzada, tuve que preguntarle «¿Antonio Soler, el escritor?» Su respuesta afirmativa vino acompañada de una sonrisa casi entera que apaciguó mi sonrojo. Dice Andrés Neuman que el rostro de Antonio es como una técnica narrativa, la sombra da paso a la luz que al ser breve dura y brilla más. Comprendo eso cuando al oírlo y al observarlo noto que hay algo mucho más profundo en él que las palabras que dice y es la forma en la que atiende las tuyas y parece atesorarlas.
La vida tiene esa extraña costumbre de regalarnos instantes que duran para siempre, como las sensaciones que se te quedan pegadas cada vez que lees una novela de este malagueño. Aquí comparto una deliciosa charla telefónica que mantuve con Antonio, y que recordaré con mimo: porque aunque no es buena para conservar las líneas de los rostros, mi memoria tiene debilidad por los instantes.
—¿Cómo fueron tus inicios en la literatura? ¿Hubo algún hecho que te condicionara para dedicarte a las letras?
Bueno; el hecho es que cuando era niño unas navidades me regalaron unos libros de Emilio Salgari. Yo creo que a partir de ahí vino todo. Y todo es una consecuencia de esa pasión por leer. Pero nunca siendo niño ni adolescente leí con la expectativa de convertirme en escritor. Eso me parecía como un abismo: gente que tenía una marca especial que yo no me veía por ningún lado.
»Y ya fue con veintiún años cuando me decidí a cruzar la línea y ponerme del otro lado. Escribí un relato y mi hermana lo envió a un premio importante en el País Vasco, y me lo dieron. Lo cual me llenó de sorpresa, y lo inmediato fue pensar «habrá un nivel muy bajo». Es que yo no me consideraba escritor. Cuando de verdad me empecé a considerar escritor fue unos años después cuando tuve un trabajo constante con lo que luego fue mi primera novela, fue una novela corta. Esos meses de trabajo continuo, de medirme de verdad a mí mismo, de encontrar mi sitio en el mundo, fueron los que me hicieron sentirme escritor.
—Te defines como novelista pero también has escrito relatos. ¿En qué estilo te sientes más a gusto?
Quizá, en la novela. El relato es un género que admiro mucho y que fue con el que yo empecé a escribir, a medirme como escritor: con todo el respeto, considerándolo como un camino de inicio, aunque no por eso un camino menor. Pero no sé muy bien por qué, quizás por mi propia inseguridad, me sentía más cómodo en historias más cortas, que yo pudiera manejar mejor. Aún así, mis libros de relatos son en algunos casos casi nouvelles, porque todos andan por 30 o 40 páginas; aunque también he hecho algunos relatos más cortos, pero casi siempre para periódicos o revistas. Pero ahí no me he sentido nunca verdaderamente cómodo. Me he sentido cómodo a partir de una cierta dimensión donde yo podía crear una atmósfera a lo largo de más páginas. Y, quizá, alguno de aquellos relatos primeros (esos de treinta o cuarenta páginas) si los hubiera abordado con esa trama argumental unos años más tarde, probablemente se habrían convertido en novelas o por lo menos en novelas cortas.
—¿Como que hay un camino ya trazado, que no eliges tú, que te condiciona a ser novelista?
—Sí, la propia naturaleza mía de escritor. Como bien dices, más que una elección racional es un estado de comodidad y de desarrollo en el que yo me encuentro mejor. Lo mismo que un corredor de fondos siempre estará incómodo corriendo los 200 metros.
—¿Y también tiene que ver con la obsesión que hay en la forma a la hora de abordar una novela que es muy diferente a la del cuento?
—Sí, pero para mí es más la posibilidad de construir una atmósfera y prolongarla: intentar sacarle el máximo rendimiento. Pero sí puede haber algo obsesivo; yo creo que lo hay siempre que uno escribe, sea el género que sea. Pero en mi caso la novela me permite desarrollarlo de un modo mejor. A veces incluso cuando he escrito relatos muy cortos casi parecen fragmentos desgajados de otra historia, como destellos…
—como si miraras por una hendija dentro de otra historia…
—Sí. Y atraparas una parte de una historia mayor. Nunca tienen un desarrollo característico del cuento propio, como el género que normalmente conocemos.
—¿Y notas alguna diferencia en cómo abordas la escritura hoy y cómo lo hacías cuando te iniciaste? ¿Cómo te pesan los premios que has tenido y la trayectoria a la hora de sentarte hoy a pensar el universo de una novela?
—Sí, hay diferencia pero no una diferencia abismal ni mucho menos, porque todo lo que uno ha publicado es un ruido de fondo que queda atrás, es como una etapa que pasó, aunque fuese ayer. Pero cuando estás delante del ordenador, con un territorio en blanco, el reto es el mismo y la dificultad es la misma; la ambición también. Lo único, que en el fondo de ti tienes la certeza de que puedes conseguirlo. Porque cuando yo escribí la primera novela dudaba seriamente de que yo pudiera hilvanar cien páginas de un modo coherente y medio satisfactorio para mí. Ahora sé que eso lo puedo conseguir, pero el nivel de exigencia es el mismo. Y el temor a que las cosas no salgan como las tienes planeadas en la cabeza también es el mismo.
»Yo diría que incluso a veces el nivel de exigencia es superior cuando va pasando el tiempo; porque cuando has publicado diez o doce libros se te deberían perdonar menos cosas: ya no puedes acudir a que eres joven y no tienes experiencia… ya ese tipo de excusas no te valen. Yo creo que la presión, una presión relativa, siempre viene bien. El gran enemigo de la creación es la auto complacencia.
—Tu versatilidad como autor no sólo te ha permitido encarar la narración desde el punto de vista de una mujer (como es el caso de Lausana) sino también de hombres de diferentes estratos sociales y realidades familiares; o incluso, te ha permitido meterte en la piel de un niño, como lo haces en tu última novela. ¿Cómo se desarrolla el proceso de producción de una novela: qué es primero la historia o la voz desde la cual va a narrarse?
—Pues es algo a lo que yo le he dado muchas vueltas porque hay algo que siempre se me escapa. Yo no tengo sublimado el mundo de la creación pero sí es cierto que hay un componente de irracionalidad, de misterio, probablemente porque el subconsciente está por medio, que escapa al análisis racional. Yo no puedo analizar fríamente cuál ha sido el proceso de revelación de una novela. De pronto me he encontrado con que tengo ahí un germen de algo que sé que si lo puedo desarrollar, perseguir, me puede dar pie para una novela, pero el detonante primero se me escapa.
»Sí es cierto que puedo reconocer unos determinados sucesos que han hecho que determinadas pulsiones se concreten. Por ejemplo, en el caso de Lausana yo recuerdo que se me ocurrió parte de la novela viajando en un tren por Suiza. Había salido yo de Lausana y vi a una señora que viajaba cerca de mí que yo suponía que era suiza porque iba sin equipaje ni nada, porque era un tren de cercanías, y de pronto empezó a hablar español con unos chicos que se subieron y vi que era española pero que vivía allí. Y, a lo mejor porque yo había estado con descendientes de exiliados, pensé «bueno, esta puede ser una hija de un exiliado de la guerra» ya que por la edad podía coincidir… y ahí se concretaron varias cosas a la que yo previamente le había dado vueltas. Una de ellas era escribir una novela desde el punto de vista femenino; desde ver el mundo a través de los ojos de una mujer, que es algo que siempre me ha interesado mucho, he intentado conocer ese mundo. Por eso digo: ahí se conectaron varias cosas pero que ya estaban latentes.
»Y del mismo modo puedo analizar cómo surgieron algunas otras novelas. Pero la sensación cuando eso ocurre es que siempre han estado ahí, rondando en mi cabeza, dando vueltas… y en un determinado momento confluyen varias ideas y se concretan en un chispazo que es el origen de una novela. Y me ha ocurrido de formas muy diferentes.
»En el caso de Una historia violenta» también recuerdo que estaba viajando en un avión. Leía algo sobre un niño y, de pronto, recordé el mundo de mi infancia y una agresión muy brutal que tuve por parte de un niño: me golpeó sin que yo supiera por qué la cabeza con una piedra…
—Ah. ¡O sea que ese episodio fue bien autobiográfico!
—Sí, totalmente. Fue como una magdalena de Proust en bruto. Y recordé a ese niño, su tía, la atracción que yo sentía hacia aquella mujer siendo yo un niño. Toda la luz de aquel día y empecé a tomar de un modo compulsivo muchas notas y referencias y como era un viaje largo al acabar tenía un esquema de toda la novela. Pero normalmente no ocurre así; vienen como les da la gana.
—¿Y hacen contigo los que le da la gana?
—Bueno, el trabajo consiste precisamente en lo contrario. En que intentan hacer conmigo lo que les da la gana y yo, como escritor, intento domar el caballo.
Algunas de las fotografías han sido tomadas del archivo de Diario Sur
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