Dolores Reyes ha conseguido una brutal visibilidad a partir de su primera novela, Cometierra (Editorial Sigilo). No es para menos. En ella, la escritora argentina trabaja con una exquisita sensibilidad las consecuencias de la educación machista y avanza sobre los feminicidos, en una historia donde la violencia es moneda corriente, pero también hay luz, vitalidad, color. Conversamos con Reyes por teléfono acerca de su novela y aquí va la primera parte de nuestra charla.
Uno de los temas centrales de Cometierra es la violencia machista y todo el aparato que despliega esta violencia. A medida que leemos entendemos que lo que a simple vista puede ser una historia de ficción encierra una grisura tremenda, que sabemos que no es fruto de la imaginación de Reyes, una realidad brutal que es protegida por las líneas de un sistema que protege al agresor. Me ha interesado muchísimo la reflexión en torno a la falta de justicia y a la indiferencia del sistema ante la desaparición y los asesinatos de mujeres. Sobre eso le pregunto a la autora.
P—¿Cometierra es una denuncia a la falta de movilidad dentro del sistema judicial, cuando se trata de resolver casos de feminicidio?
R—Me parece que en el momento en el que van a buscar a Cometierra para que resuelva un caso ya está ese tema del aparato judicial y el Estado que está fallando. Nadie va en primera instancia a buscar a una adivina, a una tan particular… Van cuando ya agotaron las instancias de ir a la policía, a los jueces. Y van a buscar a alguien que está al margen, en una zona precaria de vida, porque la chica les puede dar respuestas. Sí, un poco se está indicando la falencia del sector estatal.
P—Cometierra es una novela coyuntural en tanto y en cuanto ofrece un lirismo impropio o contradictorio con el tema que toca. ¿Cómo lo ves?
R—Empecé a escribir Cometierra hace unos seis años, entonces no sabía en qué momento iba a ser publicada. Como se publican tantas novelas que pueden leerse desde un punto de vista feminista pensaba: «por ahí va a caer en un momento que satura esa temática». Entonces la fecha de publicación era azarosa pero sabía que iba a caer en un momento en la que las luchas por las vidas de las mujeres están en boga en todo el mundo. Por el fin de las violencias y toda esta epidemia de violencia de género que culmina en femicidio en muchísimos casos. Más allá de esto que sí es coyuntural me parece que es una novela que aporta un montón en el sentido de no naturalizar ni las violencias ni la muerte. Hace que el lector se detenga en la historia, en la tristeza que genera la violencia, los femicidios y los asesinatos de cualquier ser humano. Vuelve sensible eso que muchas veces los medios pasan al vuelo despectivamente. Entonces me parece que aporta un poco al no naturalizar la crueldad sino relatando los femicidios en lo que tiene que ver con la pérdida, con el dolor, con la tristeza… con una pérdida que nunca puede subsanarse porque quién nos devuelve a las que no están. Respecto al lirismo, es algo que tiene que ver con el cómo se narra. Creo que el tema del asesinato de mujeres está siempre en la literatura y en todas las artes; pero siempre desde una perspectiva erotizada. Y yo no quería narrar desde ese lugar.
P—¿Desde dónde se debe escribir cuando se intenta visibilizar la crueldad social y el desclasamiento para conseguir que te lean más allá de la clase que defendés?
R—Me parece que el quiénes leen y por qué se lee en todas las clases sociales, incluso en otros países que yo nunca pensé que iban a interesarse en esta problemática, tiene que ver con la voz genuina de los personajes. Porque a pesar de que están en zonas súper precarizadas de trabajo, de vivienda, de relaciones familiares, son muy ricos, muy vitales, muy genuinos, y con muchas ganas de vivir. Son muy fuertes y muy tristes, pero muestran ese lado muy luminoso al relacionarse entre hermanos, entre amigos, entre esa suerte de familia nueva y paralela que ellos eligen, y se van relacionando de una forma muy genuina. Y es eso, me parece, lo que crea empatía en los lectores más allá de los países y las fronteras. A mí me interesan esos materiales que están problematizando la sociedad para tomarlos y volver a problematizar, pero desde la voz genuina de los personajes de la novela.
Siguiendo con ese lirismo que atraviesa la voz narradora de Cometierra, me parece interesante pensar en la forma en la que Reyes consigue narrar para que el relato nos interpele; en ese tono que está a mitad de camino entre la denuncia social y la fábula.
P—¿Cómo fue la escritura de Cometierra, y cuánto de cabeza y de intestinos hubo en ese trabajo?
R—El proceso de escritura de Cometierra fue bastante largo. Es una novela que fui trabajando a lo largo de cinco años con otros escritores que me acompañaron, con los que hacía taller literario. Entre ellos, Selva Almada, Julián López y, finalmente, Vera Giaconi, con la que trabajé un año cuando ya estaba decidido que se iba a publicar por Sigilo. Fue un trabajo permanente de escritura, lectura, corrección en el que quienes me escuchaban me devolvían sus lecturas, sus observaciones y yo volvía a trabajar con el material… Más allá de eso ha tenido un costo emocional muy grande para mí. Me acuerdo especialmente de un capítulo que es muy corto, el de la muerte de su amiga Florencia; con la mamá escuchando qué es lo que pasó, y ella decidiendo no cobrarle por el trabajo de visión y tampoco decirle la verdad. Me acuerdo que ese capítulo me resultó tan triste que estuve como dos semanas muy impactada, pensando en las chicas tan jóvenes que son víctimas de femicidio, a las cuales las madres buscan desesperadamente durante toda su vida.
P—¡Ese capítulo de la Florencia es extraordinario!
R—Es un capítulo que terminé de escribir en una cafetería cerca de casa, donde voy a veces para estar tranquila. Terminé de escribirlo y se me caían las lágrimas, no podía evitarlo. Una tristeza enorme. La escritura a veces es eso, hacerte cargo del costo emocional que tiene la historia que estás trabajando.
La tradición tampoco le es indiferente a Reyes; que ha conseguido volcar en su primera novela el pulso de una buena tragedia griega con el tono argento y la pasión adolescente por la vida. Le pregunto sobre la forma en la que la literatura ha trabajado los feminicidios y en general la violencia machista.
P—¿Se ha ocupado la literatura con la suficiente seriedad de la denuncia de los asesinatos del régimen machista?
R—Creo que sí, que la literatura lo está tomando desde hace un tiempo como un material de escritura. Pienso en varias obras, en 2666 de Bolaño, en Las niñas perdidas de Fallarás, en Chicas muertas de Selva Almada, y en tantos otros libros que están tomando este tema de los femicidios, algunos de ficción y otros de no ficción. Hay uno que también me gusta mucho, el chileno Diego Zúñiga, que también lo toma como material de escritura. Creo que la literatura problematiza esto que la sociedad no resuelve, que nos tira en la cara esto que está pasando para que no nos hagamos los tontos. En la literatura, puede tratarse desde otro lugar, más sensible, mucho más empático, y también desde un tiempo que tiene la escritura que es otro: ese detenerse y ver qué está pasando… detenerse casi materialmente en el procedimiento que la literatura tiene para narrar, en las palabras, en las construcciones, hace que el problema quede ahí instalado.
P—¿Quisiste además trabajar con personajes que pertenecieran a clases marginadas por la literatura? «Las jóvenes marginadas son bellas y merecen un lugar en la literatura»; ¿es eso lo que venís a decirnos?
R—En este momento en mi país el 52%, más también, de los niños y los adolescentes se hallan por debajo del límite de la pobreza. Entonces, yo creo que relato la vida de los jóvenes, en sí, de la mayoría de los jóvenes de Argentina… Así que me parece que no hablo tanto de los excluidos o los marginados, sino de la juventud, de la infancia, en este momento en mi país.
»Por otro lado, trabajo en Pablo Podestá desde hace doce años. Antes trabajé dentro de Fuerte Apache, en Ciudadela. Vivo en este distrito en donde transcurre la novela, 3 de Febrero. Tengo hijos adolescentes, entonces son nuestras problemáticas, nuestras voces. El de Cometierra es nuestro mundo y el de tantos jóvenes. Me parece que esas voces son hermosas y que deben ser narradas, que esas historias merecen ser leídas.
P—¿Cuánto de investigación y cuánto de imaginación tiene Cometierra?
R—No sé si hubo algo como una investigación. El tema de los femicidios vengo siguiéndolo a diario desde que era muy chica, desde que ni siquiera había una palabra para definir eso que nos pasaba… Pienos en el caso de María Soledad Morales, el primero que me impactó. Yo era muy niña. Ella tenía apenas cinco años más que yo. Yo venía todos los días de la escuela, prendía la tele, a ver qué había pasado con esa chica, y cómo sus familiares y toda la provincia de Catamarca fueron exigiendo que se investigase, e hicieron público que los femicidas eran todos hijos del poder, de la casta política y gobernante y dominante de Catamarca… Desde ese momento, en el que entendí qué es lo que nos podía pasar sólo por ser mujeres, el tema quedó muy encarnado en mí. Y hasta el día sigo leyendo las noticias de los femicidios todos los días, que acá son diarios. Cada 24 horas se produce un femicidio.
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