Algunas lecturas tienen la habilidad de mostrarnos un mundo que no eramos conscientes de que existía ahí fuera; otras nos llevan a descubrir un mundo dentro de nosotros. Estas últimas, creo, son las más exquisitas, aquellas que nos obligan a revisar a fondo nuestros pasos y nuestras creencias. Técnicas de iluminación, de Eloy Tizón, es uno de esos libros. Una obra que nos ofrece una lectura clara y luminosa y una relectura que nos lleva a indagar en lo más profundo de nosotros mismos.
Tizón nació en Madrid en 1964 y según las solapas de sus libros es un autor que ha compuesto varias novelas y al que se lo ha traducido a diversos idiomas. Pero no, las solapas mienten. Eloy es mucho más que eso. Es un autor apasionado que dice que la literatura es un hecho emocionante ¿cabe mejor expresión para este universo que compartimos? pero ¿cómo dejar constancia de ello en el borde de los libros?
Le envié tímidamente una serie de preguntas que revisé con cautela sabiendo que nunca podría estar a su altura; y él me devolvió una entrevista. Con tanto mimo y precisión respondió a mis inquietudes, que al final el trabajo duro terminó haciéndolo él. Hay luz, hay cariño, hay pasión, hay dolor, hay besos, todo eso en esta entrevista cuya primera parte pueden leer a continuación.
—¿Qué hecho de tu vida te marcó o te condicionó para convertirte en escritor? ¿Cuándo supiste que eras un narrador sin remedio?
No recuerdo ningún hecho desencadenante; más bien una conjunción de pequeñas circunstancias que fueron tejiendo su tela de araña. En realidad, he elegido pocas cosas en la vida; más bien he sido elegido por ellas. Me recuerdo como un niño bastante reconcentrado: dibujaba, hacía cómic, me atraía la pintura. Siempre me ha gustado leer. Con la crisis de la adolescencia, que me atacó fuerte, descubrí lo que la escritura tiene de refugio y desahogo. Fue una época de grandes deslumbramientos: la generación del 27, los novísimos, la narrativa latinoamericana del boom, todo eso me fascinó. La literatura es un hecho emocionante; esto lo descubrí entonces y no lo he olvidado nunca.
»A consecuencia de todo ello, empecé a escribir a escondidas pequeñas piezas imitando a mis ídolos –poemas en prosa, cosas así–, para mí mismo, sin la menor ambición de llegar a verlas publicadas algún día. No se las mostré a nadie, ni siquiera a mi familia. Era una especie de escritor secreto; llevaba una doble vida. La idea de «ser escritor» en serio ni se me pasaba por la cabeza. Era una pretensión ridícula; los escritores eran gente como de otro planeta. Yo era un estudiante que vivía en un piso de las afueras de Madrid, de fealdad rotunda, sin vida cultural, sin nada.
»Sin embargo, un poco por azar, terminé juntándome con amigos que tenían parecidas inquietudes, con quienes podía charlar de literatura o cine, ver exposiciones, intercambiar tímidamente algún texto. Eran los años 80, la época del «do it yourself»; se abrían revistas efímeras, alguien conocía a alguien que estaba pensando montar una editorial de autores jóvenes. ¿Por qué no? En ese caldo de cultivo algo parecía moverse, ofrecer algún tipo de horizonte vital o de consuelo en un presente que pintaba bastante negro. Unas cosas llevaban a otras y uno, sin pretenderlo, se encontraba de repente señalado como «autor emergente» o «joven promesa» o como quieras llamarlo. Y así hasta hoy.
—¿Te gusta releer? ¿A qué autores sueles regresar?
Releo mucho, sí. Para mí el verdadero placer, el placer profundo, está en la relectura, más que en la primera lectura. Releo con frecuencia fragmentos de mis autores de cabecera: John Cheever, Clarice Lispector, Robert Walser, Djuna Barnes, Virginia Woolf, Onetti…
—¿Podrías hablarme un poco de Hotel Kafka? ¿Cómo surgió la idea? ¿Quiénes pueden participar de este proyecto?
Con mucho gusto. Hotel Kafka nació en 2006 a partir del núcleo formado por Vanessa Herrero y Eduardo Vilas, además de algunos otros amigos. La semilla inicial surge de la necesidad –o casi urgencia– de abrir un centro de estudios y lugar de encuentros con perfil propio, que conectara de manera decidida, sin dogmatismos, con la sensibilidad contemporánea: literatura, cine, música, arte. Vanessa y Eduardo han sido los impulsores apasionados de esta iniciativa que prendió rápidamente y a la que nos fuimos sumando muchos otros profesores: Jordi Doce, Marta Agudo, Julieta Valero, Manuel Fernández Cuesta, Guillermo Aguirre, María José Codes, Ronaldo Menéndez, Rafael Reig, Juan Aparicio Belmonte, Mateo de Paz, Begoña Huertas y otros más.
»Yo me ocupo del área de relato breve. Hay muchos otros cursos, además de un máster de un año de duración. Puede participar cualquiera persona que lo desee, sin restricciones; basta con que ame la literatura y el arte, sea abierto de mente y no se crea en posesión de la verdad. Será bienvenido.
—¿Tienes alguna manía cuando te sientas a escribir? ¿Qué es lo que más te gusta del proceso de escritura? ¿Y lo que menos?
No creo tener muchas manías, aunque igual esa creencia es mi principal manía. Suelo escribir por las mañanas, con la mente despejada, en completa soledad y silencio. Necesito un poco de cafeína y mucho tiempo por delante. Lo que más disfruto son esas horas que paso a solas en mi escritorio, soñando despierto, absorto en mi tarea. Ese para mí es el tiempo sagrado de la escritura, donde me juego el ser o no ser de mi condición; eso no lo cambiaría por nada.
»Y lo que menos me gusta… comprendo que promocionar nuestros libros es algo imprescindible (cada vez más) y a veces nos permite conocer a personas verdaderamente valiosas, lo que es muy de agradecer, pero en algunos momentos la exposición pública llega a resultar cansada.
—¿En qué crees que el auge de las redes sociales y las posibilidades versátiles de comunicación impuestas por Internet han favorecido a la literatura?
No estoy seguro. Mantengo una posición ambivalente, como muchos de nosotros. Por un lado, me parece que Internet ha facilitado y generalizado el acceso a la información de una manera brutal e insospechada, como nunca antes en la historia de la humanidad, sin vuelta atrás. Por otro lado, es un juguete tan goloso, tan manipulador, que si te descuidas te puede robar demasiado tiempo y fagocitarte mucha energía digna de mejor empleo.
»Además de información instantánea, Internet y las redes sociales generan mucho ruido y muy poco relato, lo que me parece perjudicial para las horas de sosiego y aislamiento monacal que una lectura crítica requiere. Cada vez resulta más difícil concentrarse; todo es distracción, picoteo por aquí y por allá, retuiteo. Lo notas en las salas de cine, en que muchos espectadores no pueden pasar cinco minutos sin desatender la película para consultar su pantallita. Es penoso; vivimos dominados por el espejismo de una taquicardia de instantaneidad y urgencia falsas que a la larga, me temo, resultan incompatibles con la temporalidad lenta de la literatura (escribir y leer) que, ya lo dijo María Zambrano, «es defender la soledad en que se está».
Continuará…
FOTOGRAFÍAS: PÁGINAS DE ESPUMA
Comentarios1
Interesante la formación de un escritor, muy parecida a la del lector(a) apasionado,y luego convergen en esa dinámica recíproca.
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