Antitierra es un poemario intenso con guiños a los principios pitagóricos del número perfecto y una especial atención en nombrar el daño. Valeria Tentoni nos habla de él y nos permite acercarnos un poco a las razones que la llevaron a escribir este maravilloso libro. A continuación, la segunda parte de la entrevista (en este enlace pueden leer la primera) que ha tenido la valentía de responder. ¡No dejen de acercarse a su poesía!
—¡Antitierra es un titulazo! Y creo que permite muchas lecturas e interpretaciones: tanto el título como la obra en sí, ¿no? ¿Cómo se te ocurrió este nombre y por qué necesitaste escribir este poemario?
—Una vez me entusiasmé mucho leyendo en un tomito bastante escolar de filosofía que los pitagóricos, que tenían al diez por número perfecto, al mirar al cielo esperaban encontrar también perfección y como solo conocían nueve cuerpos celestes agregaron uno y lo llamaron Antitierra. Le inventaron una órbita a espaldas de la tierra, dijeron que giraba por debajo nuestro y por eso no podíamos verlo. Una idea tan ridícula y hermosa, una testarudez tan diamantina que la quise usar.
»Aristóteles, en Sobre el cielo, se ríe de esa idea: “Conciben e imaginan otra tierra, contraria a esta, que llaman la ‘antitierra’, no ya buscando las explicaciones y las causas para las cosas que se ven, sino llevando a ciertas opiniones suyas lo que se ve y procurando adornarlo…”. El libro trabaja otras cosas, pero usando exactamente ese movimiento que ataca Aristóteles.
—Insisto en que permite varias lecturas. A mí me hizo pensar (como lo dije en la reseña) en la forma en la que esas verdades absolutas de la infancia, como el mito de la mina del #113, se van diluyendo con el paso del tiempo. Lo entendí como una forma de poner en palabras el caos de la existencia para darle un cierto orden aunque resulte absurdo. ¿Hubo algo de eso? ¿En qué te cambió Antitierra?
—Claro, sí, la idea de orden absurdo, o de orden caprichoso, está. De la verdad como espejismo provisorio. Lo escribí sin entender del todo hacia dónde me empujaba. Es un libro de despedida.
—Hay muchos animales trepando por estas páginas. A propósito del gran revuelo que se ha armado en torno al libro de Nicholas Wade se me ocurre que podríamos dividir a los escritores en dos grandes grupos: los que aceptan que son naturaleza y los que intentan negarlo rotundamente. En tu libro hay vida y hay contacto con lo salvaje, ¿me equivocaría si te ubicara en el primer grupo? ¿cuál es tu relación con la naturaleza y los animales?
—La verdad, no sé, y no conozco ese revuelo y los revuelos literarios me aburren tanto que preferiría no enterarme para responder.
—Hay también un intento de romper con las distancias, de rebelarte ante los cambios y plantar tu bandera en medio de la ternura y de la crudeza. ¿Es la poesía una forma de quedarte siempre a mitad de camino entre la infancia y la madurez, entre la abogacía y la literatura?
—No, no, la poesía definitivamente me ayuda a no quedarme a mitad de camino. Y no sé si diría que me siento a mitad de camino entre esas cosas tampoco.
—Esa repetición del ‘todo así’ es una reafirmación de la tristeza, de la soledad, ¿como si no hubiera forma de arrancarse las consecuencias de hacerse grande?
—perdón, en serio no sé responder estas preguntas. No me sale mucho pensar sobre lo que escribí, lo que pude decir sobre esas cosas es lo que está ahí. Mejor que como lo escribí no lo puedo decir, si no me salió en el libro menos me saldrá ahora respondiendo.
—No es éste un poemario intimista aunque quizá hable mucho de vos. Podría hablar de todos nosotros, porque hablás del dolor, de la traición, de la soledad y te valés de un lenguaje casi desnudo. ¿Creés que es la poesía el mejor ámbito en el que se puede sino entender explicar la realidad, como cuando niños, con imágenes?
—No necesariamente; la poesía no es mejor que nada y no sé si sirve para explicar la realidad o entender. No sé para qué sirve la poesía.
—Y estas dos están vinculadas a la anterior: ¿Creés que escribir poesía es comprometerse con la realidad? ¿Sentís el peso de ese compromiso cuando escribís?
—No. No.
—“La exactitud es una versión más entre todas las posibles”, decís. ¿Todo depende de la perspectiva con la que se lo mire? ¿Estamos hechos de contradicciones? ¿Sirve la poesía como rescate?
—En serio digo que no sé para qué sirve la poesía. Y a las dos primeras preguntas sí y sí. ¡Por suerte! ¡Alabado sea el dios rándom!
—¿En qué estás trabajando ahora?
—Estoy cerrando un libro de relatos, mucho más breve que el primero, que tiene demasiados. Demasiados tiros como para embocar al centro. Se llama Furia diamante. Estoy con otro de poesía, que hace su camino lento y me va a llevar mucho tiempo, y se llama Brea.
»Y una novela hijaputa que nunca termino, lo único seguro es el epígrafe. Necesito mucho tiempo de corrido para la novela y ahora mismo no me lo sé hacer. Y en un perfil de Juan Filloy, un escritor que fue también juez, entre muchísimas otras cosas, pero con fines académicos. No creo que lo publique: hay más de una persona trabajando seriamente en su biografía y creo que sería redundante.
Fotografías: Christian Broto
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