«El entusiasmo», de Remedios Zafra —Editorial Anagrama—

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Llevo semanas intentando dar con el tono apropiado para esta lectura. Las palabras se atascan, se manchan, desaparecen. El motivo es que escribir sobre «El entusiasmo» de Remedios Zafra (Premio Anagrama de Ensayo) es enfrentarme a un tema que me atraviesa profundamente por dos razones. En primer lugar porque he visto reflejada en él mi propia realidad y aunque me parece importante y necesario hablar sobre trabajo y precariedad, exige poner en tela de juicio la economía moderna, llámese capitalismo, lo cual viene acompañado de una larga cadena de confrontaciones. En segundo lugar porque esta reflexión no me parece posible sin una mirada profunda a uno de los hábitos humanos más preponderante, el carnismo. Y doy vueltas como un trompo porque aunque mi trabajo aquí es ceñirme a recomendar los libros que leo, en este caso no puedo (ni quiero) dejar al margen una idea quizá inflexible (y con todo lo que me gusta el término tolerancia), aunque sé que mis palabras pueden herir a los lectores. Sí, a ti. No obstante, creo que «El entusiasmo» nos incita a movernos, a transformar nuestro entorno y a perder miedos y prejuicios en pos de libertad (individual y colectiva) y por eso creo que es el libro más apropiado para exponer mundo. Y como no creo en un feminismo que se deje fuera la lucha por la liberación animal, porque no existe un sistema basado en la repetición del maltrato y la cosificación normalizada con consecuencias más nocivas sobre los individuos y la sociedad que el de la industria ganadera; y porque creo en un feminismo abolicionista que mira el propio deseo en constante vínculo con los derechos y deseos de los otros (¡y cuántas otras!), es que me he lanzado a la pileta. Con miedo pero también con el deseo de que mis palabras sirvan de algo a alguien. Quizá, a ti. La lectura de Zafra me ha movilizado profundamente, llevándome a establecer miradas cruzadas con otras lecturas que igual no tienen tanto que ver a simple vista con ella pero que reflexionan con la misma intensidad sobre lo poco que decidimos en la vida y lo mucho que podríamos cambiarla si realmente nos lo propusiéramos.

Feminismo y liberación animal

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Hace unos días, a propósito de la emisión del programa «Salvados» de Évole, tuve que enfrentarme nuevamente a muchísimas palabras que justifican una conducta que en cierta medida reprobamos sólo porque cambiarla exigiría renunciar a la confortabilidad. Me refiero a la insistencia de que los animales pueden ser comida —o sea, que son susceptibles de ser bienes materiales, es decir, usables, desechables, asesinables—, simplemente porque «qué haríamos sin los embutidos y las grasas carnívoras». Esa afirmación punza (esa palabra de Barthes que tanto le gusta a Zafra) porque se basa en dos ideas muy bien amasadas por el capitalismo. Por un lado, el prejuicio de que los veganos nos alimentamos a lechuga: y lo escribo con una mueca semi irónica —el periodismo a veces exige aclarar para que el mensaje no se tuerza— después de zamparme una pizza (con embutido y queso absolutamente vegetal y hecho en casa). Por el otro, la justificación de ciertas conductas violentas como tradiciones innegociables. Dos afirmaciones que aunque ya las tengo muy vistas me siguen asombrando con el mismo temor del primer día.

¿Por qué le interesa tanto al capitalismo que sigamos consumiendo carne? Esa es la pregunta correcta, que diría el Dr. Lanning, y ahí aparece la primera lectura que se cruza con el libro de Zafra: «Por encima de su cadáver» de Bob Torres (Ochodoscuatro Ediciones), un ensayo que permite entender el firme puntal que supone la explotación ganadera para la subsistencia del capitalismo —propone que la explotación animal y humana tienen más vínculos de los que parecen y que la permanencia de una supone inevitablemente la continuación de la otra—. ¿Por qué le interesa tanto al capitalismo que seamos pobres y que trabajemos gratis? Esa es la pregunta que se hace Zafra y para la cual consigue respuestas similares a las de Bob: porque en la tristeza nos volvemos vulnerables, consumistas y maleables. En ambos casos la solución radica en el movimiento. En ambos casos la respuesta está en nosotros y en saber entender las sutiles formas que utilizan quienes ostentan el poder para conducir nuestra vida y nuestro consumo. Si bien puede parecer un cruce de lecturas algo peculiar, pienso que puede llevarnos a reflexiones interesantes y necesarias.

El miedo. He aquí nuestro principal problema, como bien lo propone Zafra en «El entusiasmo». Ese vil enemigo de lo que de verdad nos hace felices. Me ha resultado muy interesante la idea de que una de las justificaciones a través de la cual acomodamos ese temor en nuestra experiencia diaria creyendo que así nos daña menos es pensando en que la vida que vivimos no es nada comparada con la que tendremos. Es decir, ese aplazamiento del deseo y de las ilusiones en pos de un futuro prometedor. Aquí volvemos al sistema económico-productivo, donde se nos asegura que cuanto más demos más nos mereceremos. Aunque es un dar que nos va limando y entristeciendo, a través del cual nos entregamos a unos señores que apuntan con sus dedos a criaturas (ahora, nosotros) mansas, consumistas, comprometidas con su causa (que nunca es la nuestra). Aquí también hay un parecido con lo que expone Bob: aplazamos el cambio porque nos queda cómodo, porque tenemos miedo a lo que desconocemos y preferimos encontrar buenas excusas para continuar apoyando aquéllo en lo que en realidad no creemos. Sin embargo, mientras no tomamos la decisión de cambiar nuestra vida otros sí escogen; deciden explotarnos. Mientras no tomamos la decisión de dejar de apoyar la explotación animal, otros deciden por nosotros continuar con ella.

Es gracias a las etiquetas —esas mismas que usamos tanto en las redes— que se sostiene (o tambalea, igual sería más preciso) esta realidad ficticia que se apoya en la democracia y el capitalismo. La primera, intenta hacernos creer que la libertad individual es viable sin la libertad ajena. El segundo, quiere convencernos de que si hacemos lo que nos gusta, si tenemos la oportunidad de dedicarnos a esa vocación que bulle en nuestro interior, entonces ya tenemos que darnos por pagadas, contribuyendo al enriquecimiento de unos pocos, a costa del trabajo y de la precariedad de unos cuántos (más ellas que ellos, por cierto). Este es el tema que desencadena las numerosas y exquisitas páginas del último ensayo de Zafra, que se cruza con otra lectura más cercana que la de Bob, «Ojos y capital», también de Remedios. Nuestra pulsión creativa necesita un canal y es posible encontrarlo en huecos alternativos, sólo necesitamos cambiar nuestra forma de mirar el mundo y de entender la vida detrás de las pantallas. Zafra construye un ensayo empapado de ficción y de sensibilidad y en el que se asoma un personaje precioso: Sibila, que trabaja y puja por liberarse en un entorno que le exige mucho y poco le da a cambio.

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Capitalismo o revolución

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Aquí aparece una tercera lectura que puede complementar lo que expone Zafra, «Sobre la revolución» de Hannah Arendt, quien realiza un estudio sobre las diferencias entre guerra y revolución, atravesadas ambas por la violencia, y se pregunta si se puede hablar de revolución social sin proponerse reconquistar con ella la libertad individual. Bob Torres lo plantea también desde la perspectiva animalista: ¿podríamos hablar de sociedades libres si su subsistencia depende de la esclavitud de los animales? Zafra lo hace desde la perspectiva del trabajo creativo y su relación con las nuevas tecnologías; y se plantea si es posible crear en una situación de precariedad y vulnerabilidad social. En los tres casos aparece la palabra revolución muy vecina de la libertad y cerquísima (indisoluble, podríamos decir) de la lucha colectiva.

Pese a que es gracias al conflicto que creamos, si no tenemos dinero, si nos falta mundo material en el que apoyarnos para dejar fluir nuestra creatividad, ésta se bloquea o se tuerce en favor de producir para otros. Y así, los sueños se vuelven cada vez más inalcanzables y la posibilidad de construir una vida lenta, en contacto con lo de que de verdad queremos (y sobre todo, ansiábamos hacer), una alternativa de futuro. De ese futuro que aplazamos para ganar un presente precario y triste. Y aquí, vuelta a girar otra vez como un trompo en la misma dirección.

En este punto aparece uno de los temas más cautivadores del ensayo: el lugar que nosotras hemos ocupado en los procesos productivos. Y me parece muy interesante la mirada de Remedios sobre cómo las expectativas del patriarcado sobre nuestro cuerpo han provocado una parálisis colectiva que ha supuesto la demora de nuestro futuro hoy. Asimismo, quienes más han sufrido esta censura han sido las mujeres con bajos recursos y sobre cuyos cuerpos se ha escrito con insistencia la dominación machista, que nos cosifica, es decir, nos convierte en posesiones usables, desechables, asesinables —La similitud en el trato que recibimos y el que imponemos-permitimos hacia los animales como mínimo debería hacernos dudar—. Y esto nos debería movilizar a todas, porque no existe libertad creíble para ninguna si algunas están presas.

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El cuerpo y las instituciones

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Mencionaba antes «Ojos y capital» (Consonni) y existe un punto en el que se acercan especialmente ambos textos: en el análisis sobre la forma en la que el mundo ha cambiado desde el surgimiento de Internet. Y cuando decimos mundo, hablamos no sólo de las relaciones emocionales y laborales, sino también de poder. Nada deberían perderse de la reflexión en torno al sistema educativo y las estrategias en las que las instituciones han transformado sus objetivos y métodos en favor de una mayor visibilidad, como si fuese un mercado cualquiera; subiéndose a esa brillante pero peligrosa rueda que gira y se alimenta de la producción y la economía, sin importar el precio.

Aquí Zafra vuelve a los caminos torcidos. Y nos deja la luz de Sibila, una de tantas que hacen hueco y hurgan en la herida del capital para desarrollar vidas alegres —la alegría le pesa al capitalismo, aunque intente hacernos creer exactamente lo contrario—. Construir caminos alternativos, sin embargo, cansa cuando estás sola. Cuando no tienes un título que justifique tus conocimientos, porque has decidido no ir a la universidad sino ser autodidacta, cuando no tienes una documentación que te habilite para realizar tu labor en un país extranjero, un justificante de que eres aquello que dices que eres, que sabes hacer lo que estás asegurando que sabes hacer, y que puedes incluso mostrar pruebas, es desoladoramente cansador. Cansa mirarte al espejo sabiendo que tienes que aceptar que eres algo que el mundo no acepta ni quiere, porque no encajas ni produces a la velocidad que el mundo capitalista necesita. ¿Dónde el abrazo, entonces? Igual en este libro muchas encontremos algo de luz.

La posibilidad puede que esté en ese mirar en la fotografía —que dice Barthes en ese libro maravilloso que es «La cámara lúcida» y que también se aparece en «El entusiasmo»— y hacer que algo profundo cambie en nosotros; ese crear la fotografía buscando en la imagen aquello que punza y transforma. Y tal vez la mejor forma de intentarlo sin desfallecer sea la que nos propone Zafra: el abrazo colectivo. Para mimarnos cuando todo se desmorona y construir juntas puentes para las desaladas, las desangeladas, las que se ahogan en ese mar rojo que es el Mediterráneo (tema que también se asoma, evidentemente, en este ensayo). Dice Zafra que si viviéramos en un mundo justo naceríamos con alas para hacer eso que más anhelamos, ser pájaros, volar, cambiar de radio. Pero no vivimos en una realidad ideal, por eso, sobre todo por eso, nos necesitamos.

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Mantener vivo el entusiasmo

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Las muchas formas de extorsión que nos llevan a ceder son los «nunca» y los «esto debe hacerse así». Llegamos ciegos a un mundo que se anuncia sólido e inamovible y tenemos la opción de adaptarnos y repetir esas mismas sentencias o abrirnos. Suena bonito, hasta que descubrimos que abrirse exige renunciar; esa palabra que tanto duele y que tan lejos nos deja del resto de los mortales, incluso de aquellos que se ven cercanos. No obstante, no deberíamos olvidarnos de que somos sujetos susceptibles de ser conducidos y que, como dice muy lúcidamente la gran Teresa de Cepeda y Ahumada, si no decidimos tomar nuestras propias decisiones, alguien las tomará por nosotros sin inmutarse. Aquí creo que cabe un tema muy interesante de «El entusiasmo»: el cuerpo como herramienta de productividad pero también (y sobre todo) de revolución. Cuerpo y deseo, esas dos palabras tan bonitas que nos mantienen vivas y que insisten cuando cerramos los ojos en apropiarse de nuestro destino. ¿Y si de una vez las dejáramos? ¿Y si de pronto realmente asumiéramos que es preferible una realidad escogida que el sueño prometedor de una gran beca, un trabajo, una casa, un coche, una vida de lujo? ¿O es que hemos olvidado lo que realmente deseamos?

Pero tomar la decisión no es fácil, y aquí entra en juego la vida colectiva. Ese descubrir no sólo que no estamos solas, sino que el deseo de los otros es tan innegociable como el propio. Vuelvo nuevamente a Torres y coincido con él en que no nos sirven medias revoluciones si queremos de verdad un cambio. Aunque en este punto sí que cabe una hendija. Yo sí que pienso que tomar decisiones desde lo individual puede cambiar el mundo, porque cambia tu mundo, tu entorno, y es como una ola (el efecto dominó). Porque llega el día en que entiendes que gracias a una decisión nimia han cambiado algunas cosas a tu alrededor (aunque el mundo siga estando a simple vista tan pringoso como siempre). Aprender a decir que no, cuando las condiciones laborales no son las esperadas. Aprender a decir que sí cuando el proyecto realmente lo vale, no por la promesa de tener una beca o un futuro, sino porque en el mientras tanto el resultado sea gratificante. Esa es la alternativa por la que nos anima a rebelarnos Zafra. Indagar sobre el deseo y reconquistar las razones por las que hacemos las cosas para poder, convencidas, provocar un cambio. Por los caminos torcidos siempre se llega primero, por eso intentan convencernos de que no los tomemos, atemorizándonos con la idea de futuro.

«El entusiasmo» es un ensayo potentísimo que abarca toda nuestra historia. Es un libro para leerse de un sopetón pero que exige una relectura muy lenta, porque en cada bocado hay mucho que saborear. Zafra es una filósofa que escribe con la sensibilidad a flor de piel y que siempre parece venir a rebelarte una realidad que creías dormida-muerta (y así es). Ya en sus «Ojos y capital» nos ofrecía una reflexión sobre la forma en la que nuestro mundo se abre o cierra según encontramos o no hueco en las nuevas herramientas de comunicación, según nos importa o satisface lo que somos capaces de conseguir en esas relaciones online, en el trabajo en red y demás. En «El entusiasmo» vuelve sobre este tema de una forma más contundente y salimos del libro con una visión esperanzadora sobre la realidad. No hay posibilidad de derrumbe si todavía mantenemos vivo el entusiasmo, pero él puede morirse si lo dejamos, si el capital ocupa más lugar o si lo hacen nuestros miedos a decir que no por perder el futuro que nos prometen, por no tener el valor de escoger el camino menos transitado. En «El entusiasmo» a modo de alegoría Zafra nos propone abrir de cuajo nuestras pantallas y encontrar ese píxel en el que cabemos, para desarrollarnos como personas, pudiendo habitar un mundo material sin morir en el intento.

¡Lean «El entusiasmo» con la certeza de que no hay certeza más valiosa que la duda!

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EL ENTUSIASMO
Remedios Zafra
Editorial Anagrama
Premio Anagrama de Ensayo 2018
978-84-339-3855-8
264 páginas
Papel: 19,90 €
Digital: 9,99 €



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