Sara Gallardo se llamaba una mujer que escribía; fue niña, escritora y falleció de asma. Sara Gallardo se llama una mujer que escribe; fue niña, es mujer y parece dejarse la vida en cada página. Los nombres importan y siempre detrás de ellos hay historias que debemos descubrir. Entre ambas mujeres hay algo ¡tiene que haber algo! Cuando me acerqué a Epidermia (poemario de la segunda Sara publicado por la editorial El Gaviero) intentaba responder a esta pregunta: ¿Qué puede haber de cercano en dos mujeres que nacieron en épocas distintas pero llevaron el mismo nombre?
Le tememos a los cambios. No queremos que nos arrebaten lo conocido. Nuestra piel se aja, se vuelve mayor. No queremos envejecer y recurrimos a cremas de todo tipo para evitar que cambien nuestros gestos, para que nuestros ojos sigan tan luminosos como cuando eramos niñas. Hace unos días abríamos la discusión en torno a los cambios vividos en nuestra comunicación durante las últimas décadas. Tampoco queremos que nos cambien el lenguaje, porque si esto sucede, envejecemos más, y no queremos morir. Pero ¿qué haríamos si nos quedáramos pausados, si escribiéramos con las mismas palabras, la misma sintaxis la vida que nos queda?
Sara Gallardo se atreve; escribe contra los formalismos y nos entrega en Epidermia un conjunto de textos llenos de valentía que llevan en su interior una clara reformulación estética del lenguaje. Al igual que su tocaya, Sara Gallardo inventa un idioma y nos invita a explorar nuevas formas de decir.
La infancia, ese rincón pegado a la piel
Ana María Matute solía decir que la infancia es para toda la vida. Al principio creía que se refería a que algunas personas tenemos la necesidad de sentirnos niñas siempre, de volver a esas emociones y de disfrutar con las mismas cosas que nos hacían reír de pequeñas. Pero hoy sé que iba mucho más allá: la infancia es para siempre porque lo que ahí te pasa se te queda grabado en la piel de una forma indeleble.
En Epidermia hay numerosos poemas que hablan de esa infancia duradera. La soledad, el invierno a mediados de mayo, las noches como cicatrices, los laberintos que conducen al deseo y más tarde al miedo de sentirse olvidados, maltratados y solos… Imágenes como esas se pasean por estas páginas y contrastan con la lluvia que aparece como una luz oblicua. Los poemas sirven como aprendizaje frente a la tristeza, nos enseñan que esa tristeza-lluvia puede convertirse en el ron del sol. La poesía funciona así como numerosos senderos de ida y vuelta desde el presente hacia ese mundo imaginario e imaginado en la infancia, ofreciendo los contrastes de ambas realidades. La escritura se presenta como una lengua necesaria, el único camino para encontrar el propio silencio.
Citando a José Luis Piquero diré que Epidermia es una autobiografía moral cuya finalidad es ayudar a su autora a sobrevivir. La poesía adquiere en estas páginas cualidades antagónicas que la convierten en antídoto frente al vacío y, a la vez, en la soga imprescindible para dejar de vivir. Pero lejos está de ser un poemario que se posa sobre la sombra; más bien es un grito de luz, una bocanada de aire, el instante en que deja de llover y el sol se asoma, tímido, para ver la vida.
En ese punto en el que los extremos se acercan está la poesía, el lenguaje, la piel. Y se convierten en el nexo entre lo conocido y aquello que nos mira desde las sombras, entre la realidad interna y la que habita en el exterior, entre el consciente y el inconsciente. El objetivo de la escritura es aprender a pronunciar lo desconocido y establecer vínculos y asociaciones entre espacios que a simple vista parecen opuestos. La escritura es la eterna infancia.
Malversación de puntos
En Epidermia los poemas van encadenándose unos con otros y construyendo un universo circundado de abismos. Las palabras se interrumpen entre sí y se lanzan a una carrera desaforada para decir lo mismo más fuerte, más cruel, más intenso. Se trata de usar el lenguaje hasta exterminarlo, de explorarlo hasta su mínima molécula; es la única forma de crear desde el precipicio.
Entre los numerosos recursos de los que se vale Sara me ha producido verdadero goce su forma de utilizar los signos de puntuación. Cuando creías que lo habías visto-leído todo, descubres que había una habitación en la que no habías mirado. Uno de los poemas que deja más en evidencia esto es «Garras» donde las comas son sustituídas por puntos. Quizás porque es un texto compuesto con desesperación y con desgarro, y las comas resultarían demasiado suaves para evidenciar la idea principal que abraza el poema: la soledad por la falta de afecto maternal que pone a la autora al borde del llanto y de la tristeza. También «Carta blanca» podría ser un buen ejemplo.
Sara juega con los puntos y las comas hasta convertirlos en irremediables protagonistas de su poesía. Consigue apropiarse de las capacidades de los puntos para dotarlos de una simbología que no da lugar a malas interpretaciones; y nos invita a mirar por el resquicio de la puerta, abrazándonos a esos nimios matices para entender el metalenguaje que se esconde de la luz del día; para encontrar su infancia, nuestra infancia: eso, que dura toda la vida.
Fragmentos pulidos con valentía
En Epidermia Sara inventa un idioma que va modificándose a sí mismo (y a ella también) a lo largo de las diversas partes del libro. Las sentencias del comienzo del libro, de absoluta claridad, se van transformando hasta mutar en un lenguaje confuso y fragmentario, sobre el final del poemario.
Los primeros poemas se encuentran vinculados con la esencia: de dónde viene la piel, cómo se forma. Y, a medida que su voz va adquiriendo fuerza, el lenguaje se vuelve más intenso y parece surgir de un terreno virgen: es como si las palabras se tallaran a sí mismas. Sin miedo a las controversias que esto pueda despertar, Sara se atreve con nuevos conceptos (ajenos todavía para la poesía) y explora las arrobas, los extranjerismos que rodean el mundo de las redes sociales y los emoticones con una elegancia magistral.
Me conmovió especialmente la forma en la que consigue combinar ciertos conceptos frívolos con una escritura íntegra e intimista. Porque, pese a contar experiencias aparentemente propias consigue poner en palabras cuestiones fundamentales para todos. Al caminar estas páginas nos hallamos una y otra vez con el miedo a la soledad; la que nos pertenece a todos. No digo el miedo a quedarnos solos, sino a estar REALMENTE solos, a ser conscientes y aceptar definitivamente que todos lo estamos y que nada puede arrancarnos de ese estado-espacio. Se precisa ser valiente para plantarse en ese desfiladero.
(Esta foto pertenece a Ramón Gómez)
Llamarse Sara Gallardo
Nacidas en continentes diferentes, pero enlazadas por su pasión por las letras y por los viajes, viven ambas Saras. Sara Gallardo, la argentina, posó su nombre sobre una literatura subversiva que dio inicio al realismo mágico; Sara Gallardo, la española, se atreve con el lenguaje para ir más allá de los límites razonables de la sintaxis.
La piel cambia, se marchita. La piel es lo único que no podemos arrancarnos. Podemos cambiar de casa, de recuerdos, de vida, pero la piel siempre es la misma. Sin duda, el título de este libro es exacto. La piel es lo único realmente nuestro, y quien realmente sabe qué es lo que nos sucedió porque lo lleva escrito a fuego. Gracias a su piel, a su epidermia, Sara Gallardo compone un poemario fragmentario, lleno de recovecos, de secretos, de soledad, de tristeza y a la vez, de esperanza. Busca ese otroyo para asegurarse de que este yo existe. ¿No era acaso también ese otroyo lo que buscaba la otra Sara, bisnieta de Cané, cuando decidió escribir su Eisejuaz?
Epidermia
Sara R. Gallardo
Prólogo de José Luis Piquero
Editorial El Gaviero, 2014
ISBN: 978-84-15048-07-7
98 páginas
14 €
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