Ernest Hemingway le dedicó al alcohol muchas líneas de su escritura. Bebía desde los 15 años y aseguraba que la bebida era una de las pocas cosas que le habían hecho sentir un verdadero placer. Estaba convencido de que para un oficio tan duro como el de la escritura el alcohol puede ser el compañero ideal, ya que vuelve soportable la rutina, hace menos tenebrosa la idea de que el día siguiente será un día nuevo-viejo de arduo trabajo, y así durante mucho tiempo.
Aunque para muchos no hay diferencia entre oficios y en todos pueden surgir personas alcohólicas; lo cierto es que en el mundo de la literatura la pareja escritura-alcohol ha sido fiel a lo largo del tiempo. Pero mientras muchos escritores comenzaron esa extraña relación casi sin darse cuenta, como le ocurrió a Elizabeth Bishop. Otros, no sólo se aferraron con firmeza a ella sino que además hicieron de ella parte de la propia escritura; tal es el caso e Ernest Hemingway. Continuando con este ciclo sobre literatura y alcohol, hoy les traigo una breve semblanza sobre este escritor americano y su extraña relación con la bebida.
Beber para soportar la existencia
La vida de Hemingway no fue aparentemente sencilla. La tristeza y las profundas depresiones que le aquejaban le llevaban a ser por un lado una persona muy alegre (forzándose hasta el delirio para mostrarse contento) y por el otro, un hombre infeliz que se sentía mal consigo mismo y con el mundo. Si bien parte de ese malestar pudo ser provocado por determinadas experiencias que le marcaron profundamente, también es posible que en su caso haya habido algo más.
Hemingway sufría de un trastorno mental que recibe el nombre de Encefalopatía Crónica Traumática (ECT), una enfermedad de tipo degenerativa cuyo origen, en su caso, no está del todo claro. Si bien es normal que los exboxeadores la padezcan, en el caso de Ernest parece que quizá hubo algún tipo de influencia genética que nunca terminó de confirmarse del todo. Uno de los síntomas de esta enfermedad es depresión y ansiedad; dos terribles fantasmas que el escritor sólo pudo aliviar abusando indiscriminadamente del alcohol. Cosa que, a su vez, aseveró el progreso de la enfermedad.
Terapia de electrochoques fue lo que le recomendaron los médicos. Hemingway lo intentó pero no sólo no le ayudaron a mejorar sino que después de esas terapias las recaídas fueron más violentas. El alcohol, entonces se volvió una salida alternativa que, si bien tampoco mejoró su estado, al menos le permitía ser menos consciente de la situación emocional en la que se encontraba. Escribió:
El alcoholismo en tiempos de Hemingway
Entre las bebidas favoritas de Ernest estaban los mojitos (que los tomaba dulces), los martinis y el whisky (se dice que llegó a consumir media botella de esta bebida por día en su época más beoda), y tanto espacio ocupaban estas sustancias en su vida que en cualquier fotografía del autor de «París era una fiesta» veremos una botella, un vaso o un rastro de alcohol. Igualmente, al asomarnos a su narrativa, la bebida es un tema que abarcó con detenimiento.
Pero es sumamente curioso pensar en cualquier autor de la generación de Hemingway y descubrir que este rasgo es común a la mayoría de ellos. Y la respuesta a ese alcoholismo común entre escritores amigos podría tener una explicación mucho más sencilla que indagar en sus turbios pasados, en su arduo oficio de escritura o en sus obsesiones retorcidas.
Cuando Hemingway vivía en París (corrían los años veinte) se reunía con otros escritores, entre los que estaban Gertrude Stein, James Joyce y Ezra Pound, y conversaban acerca de temas filosóficos y literarios. ¿Dónde? En estratégicos cafés. Entonces la bebida era un punto de conexión y el alcohol corría de una mano a otra. Mientras algunos escritores charlaban y bebían, otros trabajaban y también bebían. Hemingway mismo afirmaba que sus mejores cuentos los había escrito en los cafés parisinos que solía frecuentar. Al finalizar el día habían trabajado, comido y bebido y se sentían satisfechos. Y así día tras día. Finalmente, para escribir necesitaban del alcohol y la sociabilización: una extraña generación de autores que buscaban la exposición y que encontraban inspiración donde otros escritores se habrían sentido amenazados.
La batalla que la bebida no le ayudó a vencer
Esas palabras son de Hemingway, de una conversación con su hija Ava Gardner. Y no cabe otra explicación más que su voz para explicar su fascinación por la muerte, su afición a la caza y a las corridas de toros: un intento de sobreponerse a una nube gris que lo iba envolviendo y que lo conminaba a terminar como su padre. Y una forma retorcida de enmascarar su empeño por sobrevivir (que en el fondo sólo era una máscara, como lo es la escritura) fue arrebatarle la vida a otros seres vivos; aunque en el fondo de su alma le repugnaba la muerte. El asco, dice la filósofa JMelanie Joy, es un acto de defensa que se dispara en nosotros cuando lo que vemos no coincide con lo que sentimos, cuando algo nos hace tanto ruido dentro que no terminamos de comprenderlo. El asco es una forma de reaccionar ante aquello que sabemos que no coincide con nuestras ideas-emociones. Quizás fue eso lo que le ocurrió a Hemingway siempre con la muerte, después del asesinato de su padre.
En Hemingway el alcohol sólo fue una forma de alargar la vida o, dicho de otra forma, de retrasar la muerte que golpeaba su mente desde pequeño. La única batalla que no pudo ganar la bebida contra su depresión fue la decisiva. El 2 de Julio de 1961, cuando le faltaban 19 días para cumplir los 62 años, Hemingway se quitó la vida con el mismo rifle que tantas veces había utilizado para asesinar animales. Sin dudarlo, apretó el gatillo como quien pone el punto final a una novela que le ha costado sacar adelante.
Aprovecho para recomendarles este interesante texto en el que Adrián Granmary intenta aproximar las orillas que llevaron a Hemingway hasta el suicidio: la genética, el abuso del alcohol y su quebrado pasado.
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