Todos tenemos nuestras costumbres, a veces buenas, otras, un tanto cuestionables… También los escritores manifiestan una cierta tendencia a la rutina o a asirse de ciertas actividades para corroborar su arte o su oficio. Muchas veces estas manías resultan interesantes otras, parecen simples actos de extravagancia, según con qué ojos sean mirados.
Así como hace unas semanas hablamos sobre la tendencia de algunos autores a trabajar de noche o de día y más tarde sobre las manías de algunos escritores a la hora de trabajar; en el artículo de hoy les traigo algunos ejemplos de por qué los escritores resultan personas tan ordinarias como ustedes y como yo.
Miedos y posturas al escribir
Muchas cosas me unen a Fiódor Dostoyevski, entre ellas ambos sufrimos de nictofobia también conocido como miedo a la oscuridad; eso que a tantos nos aturde de niños y que a algunos nos acompaña incluso en la vida adulta. En su caso, y según podemos leerlo en diversas biografías, sufría también de manía persecutoria y esto lo llevaba a encerrarse y escribir de forma compulsiva por las noches para apagar sus miedos. Se dice también que mientras escribía caminaba de un lado a otro de la habitación con una actitud compulsiva. Cierto o no, lo único que puedo decir es que estas sensaciones persecutorias también acompañan a muchos de sus personajes y los vuelve maravillosos.
Las posturas que adoptamos cuando escribimos dicen mucho de qué clase de autores somos. Henry Miller, por ejemplo, estaba convencido de que la única forma de escribir era sintiéndose incómodo, porque sólo así volaba su imaginación, por eso para escribir adoptaba posturas incómodas que más tarde le dejaban intensos dolores musculares y en las articulaciones.
A Marcel Proust no había quién lo sacara de la cama y en ese rincón de la casa escribió sus obras más valiosas. Pero esta afición de Proust de escribir en la cama era debido a su gran miedo: morir de asfixia. Era hipocondríaco y creía que sólo si escribía acostado podía evitarse el sufrir un ataque de asma.
Truman Capote era otro que escogía posturas extrañas para escribir: se dice que escribía en posición decúbito supino, por extraño que resulte imaginárselo empuñando el lápiz en dicha posición. En una entrevista expresó que se asumía como un escritor horizontal ya que no se le ocurría una sola idea en cualquier otra postura que cuando se hallaba acostado. Lo que sí; siempre tenía a su lado una copa y un cenicero, ya que sin la bebida y el cigarrillo tampoco era capaz de pensar ni escribir. Ya que veo algo difícil escribir acostada boca arriba en la cama, imagino que elaboraría sus obras en esa posición y que escribiría pequeñas notas que después les permitieran llevar a cabo dichas ideas. No obstante, resulta una extraña manía, ¿no les parece?
Jornada de escritura
Flannery O’Connor era una rigurosa escritora. Dedicaba dos horas diarias a la escritura; decía que era toda la energía que tenía pero que no permitía que ninguna distracción interrumpiera esas horas. Así que la autora de «Las dulzuras del hogar», escribía siempre en el mismo lugar y la misma cantidad de tiempo. ¡Quién tuviera esa disciplina!
Sin duda las costumbres de Tom Wolfe son las más llamativas. Ya hablamos de su extraña elección de la posición vertical a la hora de escribir (excusada en su inmensa altura), a eso cabría agregar que escribía en máquinas de escribir y se había impuesto un mínimo de diez páginas diarias a triple espacio; esto sería algo así como mil ochocientas palabras que, aunque a los que trabajamos de redactores no nos alarme, teniendo en cuenta que se trataba de exprimir la mente y dar mil ochocientas palabras válidas para una historia sí que resulta un desafío. En el caso de Wolfe esta imposición era muy estricta. Si conseguía alcanzar ese número de palabras en tres horas, podía dar por terminada su jornada laboral, pero si llevaba doce horas y todavía no lo había conseguido se imponía el estarse quieto frente a la página hasta que su cerebro produjera las benditas palabras. ‘Sea como sea tengo que terminar’, se decía.
Lápices o máquina de escribir
La pluma, la máquina de escribir, el ordenador o computadora… El medio que empleamos para poner en palabras nuestras creaciones en algunos casos es algo estricto. El poeta chileno Pablo Neruda, por ejemplo, de quien se dice que tenía muchas manías, jamás escribía con un bolígrafo que no fuera de tinta verde. Me habría gustado esconderle esos bolígrafos por un día para ver si conseguía sobreponerse a esa extraña obsesión.
Por su parte, John Steinbeck utilizaba lápices redondos porque decía que así evitaba que las aristas se le clavaran a los dedos y siempre escribía con lápices en lugar de bolígrafos. Otro que quizás se dejó llevar demasiado por las supersticiones.
Otro autor organizado y cuidadoso del material en el que plasmaba sus ideas era Vladimir Nabokov. Escribía sus novelas en tarjetas organizadoras (index cards) que iba uniendo con clips y colocando en pequeñas cajas para almacenarlas. Además, escribía con lápiz y solía borrar muchísimo. Decía que teniendo todo su instrumental no era difícil escribir.
La forma en la que escribimos, el material que utilizamos, la postura que adoptamos al acercarnos a la escritura dicen muchísimo de nosotros. Nuestros hábitos, en cierta forma, hablan de nuestras preferencias y muchas de ellas, de nuestros miedos y obsesiones. Creo que una de las cosas más interesantes de rescatar las manías de los autores es el poder volverlos humanos, más cercanos a nosotros. Y descubrir que, en el fondo, todos escribimos porque tenemos un miedo atroz a la muerte.
Comentarios2
Curiosidades increíbles! Y pensar que de algunas extravagancias surjan líneas de incuestionable inmortalidad.
Gracias, Tes, por regalarnos estos secretos...
Estoy con Pruden, sorprendentes manías que originan maravillosas páginas de literatura. Gracias por hacérnoslas llegar. Un abrazo, Tes.
Debes estar registrad@ para poder comentar. Inicia sesión o Regístrate.