El sábado por la tarde tuvo lugar en Málaga la presentación de los poemarios «A mano alzada» de Esther Garboni (Libros de la Herida) y «Los animales heridos» de David Eloy Rodríguez (Marisma). En calidad de amiga y lectora he estado, y ha sido un verdadero honor, a cargo de la presentación. Gracias a la acogida del Museo Interactivo de la Música de Málaga, hemos tenido la suerte de disfrutar de las voces y el talento de estos dos poetas. Aquí va la lectura que preparé y sobre la que basé mi intervención. ¡No dejen de leer estos dos maravillosos libros!
Dos poetas que debes conocer
David Eloy Rodríguez nació en Cáceres pero vive en Sevilla desde hace muchos años. Tiene sobre sus hombros maravillas poéticas como «Miedo de ser escarcha», «Escalones que descienden hacia arriba» (Luces de Gálibo), Crónicas de la Galaxia» (El Transbordador) y «Los animales heridos» (Los libros de la Marisma). Además, es editor de la editorial Los libros de la Herida, que ha publicado la maravilla de Garboni que presentamos en el encuentro, así como a otros interesantes autores como Antonio Rodríguez Almodóvar, Alberto Porlan y Laura Casielles.
Esther Garboni nació y vive en Sevilla donde desempeña una labor educativa apasionante y amiga de las buenas causas medioambientales. Como poeta tiene en su biografía títulos como «Sala de espera» (Ediciones En Huida) y «Las estaciones perdidas» (Asociación Cultural SEARUS). También es autora de la novela «Delirium tremens». Sus poemas han aparecido en antologías tales como «Homenaje a la Fiesta del Soneto» (publicada por el Ateneo de Sevilla), «Antología poética del II Recital Chilango-andaluz» (Cangrejo Pistolero) y «Femigrama. Poesía con voz de mujer» (La Palabra Itinerante).
Qué vínculo existe entre ambos libros
Ésta es la pregunta que me hice cuando me dispuse a preparar mi lectura: quería que fuese un comentario plural, en el que ambos libros participaran, dándose la mano, retroaliméntandose. Con un poco de esfuerzo pienso que casi todas las lecturas pueden emparejarse; pero es que en este caso, precisamente es mucho más sencillo porque tienen muchas cosas en común. Aquí sólo señalaré algunas de ellas, las más evidentes, quizá.
Si bien son dos libros que no tratan exactamente de lo mismo, tienen muchos puntos en común. Ambos podrían considerarse de corte social, porque se levantan contra las injusticias del sistema y nos invitan a una reflexión colectiva sobre la realidad. Sin embargo, lo hacen enriqueciendo la poesía desde perspectivas diferentes, con enfoques estéticos distintos. Esther Garboni explora lo social partiendo de lo íntimo, ofreciéndonos una poesía que va lo de lo personal a lo político, mientras que David Rodríguez, realiza el trayecto en el sentido contrario: parte de la experiencia colectiva para llegar al territorio de lo íntimo.
Garboni tiene como punto de partida los miedos y las amenazas de la infancia, la exposición a una violencia inexplicable y normalizada que desemboca en la construcción de una identidad política que lucha contra esas injusticias del patriarcado. A medida que la leemos, además, descubrimos una gran preocupación por el lenguaje: la búsqueda de la frase exacta que explique las heridas.
Dice. Y recorre el camino de la búsqueda de sentido para esa soledad impulsándose, o usando como punto de referencias, tres técnicas del arte pictórico. Así, profundizando en los procesos que conllevan esas técnicas, explica los mecanismos de afirmación cultural y la forma en que las imposiciones de rol y género se van consolidando en el imaginario social para oprimir a los individuos. El lenguaje, ese verbo primero, se va abriendo paso y ocupa algunas de las reflexiones más interesantes del libro.
También el lenguaje ocupa muchos de los versos de Rodríguez. Pero en su caso, parece estar vinculado a la sensación de no poder apropiarse de una estética que lo represente, el lenguaje normativo que alimenta inevitablemente las raíces de un sistema tóxico, contra el que el poeta se rebela, y esto provoca una búsqueda estética contundente que va del coloquialismo y la oralidad al aforismo. Para ello se apoya en aqueññas certezas colectivas, que repetimos sin pensar, y que en el fondo no nos representan y recorre una larga pregunta entre nuestra función en la sociedad y nuestras necesidades como individuos.
Esta afirmación se abre camino en una poesía que rescata nuestra animalidad y busca retorcer nuestra incapacidad para nombrarnos y explicar la realidad para encontrar luz donde sólo parece haber tormenta. Así, viaja de los dolores colectivos a la herida personal, del desamor, del abandono, de la incomprensión, donde las experiencias nos convierten en criaturas rotas, y trata de darle un nuevo sentido a las huellas de la experiencia. También trabaja sobre la responsabilidad íntima y colectiva en procesos que nos contienen: como el medioambiente, la justicia social y la pluralidad en todos sus aspectos. Al final de todo verso, de toda pregunta, de toda explicación se asoma una verdad contundente:
Y aquí podríamos volver a Garboni, que dice:
La violencia del sistema y esa mano alzada contra nosotras durante siglos debe ser contada, puesta en palabras. Y no sólo eso, sino que también debemos trabajar para cambiar los espacios de debate donde nuestra voz sea escuchada. Y aquí viene lo más interesante: sólo a través de la memoria podremos pensarnos de una forma distinta y nueva. De la memoria individual, para sobrellevar el pasado, y de la memoria colectiva, que nos brinde poder y fuerza para responder a la violencia del sistema de forma contundente. Y para eso, Garboni nos invita a asirnos a la poesía a fin de convertir el vino en tinta.
Vuelvo ahora a la poesía de Rodríguez, que tiene una forma hermosa de explicar la herida, como una consecuencia inevitable de la conciencia animal, es decir, de la experiencia vital. La herida como una condición ineludible, como parte de la herencia natural y la identidad a llevar sobre los hombros.
En definitiva, estamos ante dos poemarios que nos invitan a una reflexión del mundo a través de un lenguaje riguroso y de una búsqueda estética muy interesante. En el caso de Esther, un lenguaje que se apoya en un lirismo detallista que aborda las costuras de lo íntimo; en la poesía de David nos encontramos con un tono más coloquial, frases cortas y cierta búsqueda aforística, pero sin olvidarse del buen gusto, y con un absoluto cuidado de la forma. David y Esther nos invitan a buscar propuestas de cambio en la sociedad a través de dos libros que pueden servirnos para intuir caminos nuevos de identificación colectiva y luz, con la que observar el mundo.
Dice David:
Dice Esther:
Y digo yo que por favor, nadie se pierda estos dos libros para descubrir por nosotros mismos la verdad del abismo poético que exploran con maestría estas dos maravillas de la literatura española.
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