La historia de Julio Biosca, publicada en El Páis, ha disparado en mí una secuencia de pensamientos y preguntas nuevas-viejas. Porque siempre estamos preguntándonos lo mismo en busca de nuevas hipótesis, supongo. Julio es un cocinero que lidera un restaurante familiar en un pequeño pueblo ubicado entre Valencia y Alicante (España). Durante cuatro años su establecimiento gozó de ese galardón que le interesa a todos los que se encuentran en el negocio de la gastronomía. Servir un par de años en ese rubro me permite asegurar que en algunos sitios existe una preocupación casi demencial por formar parte de la elitista lista de restaurantes que promueve la lista Michelín.
Pues bien, Julio, sin buscarlo, un día se vio involucrado en ese mundillo: con una estrella Michelín y un aumento considerable de las presiones, aunque también de la clientela. Recientemente renunció al galardón porque está convencido de que la gastronomía no debería alejarse de la cotidianidad y la exigencia para aparecer en la guía resulta ser exactamente lo contrario; una combinación entre brillo y exquisitez exótica.
¿Por qué relato toda esta historia? Ciertamente me ha extrañado muchísimo; en estos tiempos que corren la publicidad es fundamental y para un restaurante no hay mejor publicidad que aparecer en esa preciosa lista. Pero no es esa la razón por la cuál decidí incluirla en este texto, sino porque encuentro una analogía directa entre esta historia y la escritura: entre los restaurantes que persiguen lo exótico para lograr ese galardón y los escritores que se amordazan para decir las cosas de una forma indescifrable, con tal de parecer extraños; y entre los que entienden el arte, como parece hacerlo Julio: un espacio donde fluye (o se expresa) la vida cotidiana. La escritura, cuando se aleja de la vida se convierte en una comida exótica que puede alcanzar prestigio y altura pero jamás hablar de la armonía y la belleza que habitan en la sencillez de las cosas.
Buscar. No, encontrar las palabras
Cuando éramos niños explorábamos el lenguaje sin miedo; las palabras venían y las escribíamos sin miedo. Antes de conocer el peligro de los vicios y el miedo a la hoja en blanco, éramos capaces de sumergirnos en él y dejar que fuera él quien guiara nuestros pasos. Después vino la madurez que si no somos cuidados puede llevarnos a un resultado seguro y lamentable: la concepción del arte de escribir como algo absolutamente estructurado. Y, por miedo a usar formas demasiado simples nos pasamos horas buscando las palabras adecuadas y terminamos elaborando textos fríos que se alejan bastante de nuestra idea principal.
Hace un tiempo le leía un texto de un autor que me encanta a un amigo y le dije casi sin darme cuenta ‘¿Ves? Así es como me gustaría escribir: que parezca que lo que expreso lo estoy diciendo de la única forma posible’. Y entonces, él me dijo ‘Entonces deberías escribir como vos sabés hacerlo, porque esa es la única forma de ser realmente auténticos’. Creo que es el mejor consejo que me han dado jamás. Y pienso que posiblemente él fue capaz de dármelo porque no escribe y, por ende, no se encuentra limitado por esa persecución de las formas y colores que tantos problemas nos trae a los que escribimos.
Estoy segura de que mejoraría muchísimo nuestra escritura si recuperáramos esa forma de expresarnos que nos caracterizaba en la infancia; la que explorábamos en esos primeros textos, que hoy pueden parecernos ruinosos pero que se encontraban tan impregnados de esencia, de emociones, de lo que nosotros éramos. Si utilizáramos la madurez (los conocimientos, el aprendizaje) para mejorar y no para anular lo que en realidad queremos decir creo que podríamos decir que hemos aprendido a escribir.
El sabor de lo tradicional
Uno de los problemas que aparecen al escribir es el miedo a que nos vean como escritores anticuados. Y el remedio es una preocupación constante por mostrarnos más «vivos», pero tampoco estamos del todo conformes con la forma en la que la modernidad se involucra en la escritura, y nos quedamos paralizados. Ni anticuados ni modernos, debería ser otro buen consejo. Si somos fieles a nosotros mismos es posible que no caigamos en ninguno de ambos deslices.
Las recetas tradicionales en un restaurante con estrellas Michelín suelen convertirse en un plato exótico que se aleja completamente de las viejas comidas que hacían nuestros antepasados y que hemos ido aprendiendo generación tras generación. Y esos platos exóticos a veces no pegan con el ambiente cálido y familiar de los restaurantes. ¿Dónde hallar el equilibrio entonces?
La más importante cuestión es (una vez más) hacia dónde apuntamos, qué buscamos al sentarnos a escribir. Explorar el lenguaje es el único camino posible para encontrar las palabras exactas, pero ese hallazgo no debería estar supeditado a tendencias o movimientos porque lo que conseguiríamos es escribir mentiras anquilosadas y retocar los textos de otros, porque serían los pensamientos de otros los que horadarían en nuestra escritura.
Salirse de la receta y reconocernos en un plato sabroso ese es el objetivo que deberíamos plantearnos: ni fotocopia de nuestros maestros ni retorcidos esquemas en los que el lector pueda perderse, y con él nosotros. Aprender a escribir sobre la memoria, el amor y la pérdida con esa frescura que nos surgía cuando con ocho años intentábamos nuestros primeros poemas, o decidíamos llevar un diario íntimo.
Julio deja un espacio vacío en la lista de los premios Michelín en el que pronto será ubicado algún otro restaurante deseoso de un poco de brillo. Pero Julio podrá volver a hacer esos platos sabrosos y suculentos que servía antes de toda esta historia y de los que disfrutaban los buenos comensales. Escribir bien, escribir mal ¿acaso importa? Escribir dando lo mejor de nosotros, de eso se trata.
Comentarios3
Totalmente de acuerdo, Tes. En muchas ocasiones, intentamos adaptarnos a la moda porque vemos que alguien está "triunfando". Nada más dañino para la evolución personal del escritor.
Buen artículo. Un abrazo.
Plenamente de acuerdo! la espontaneidad y la frescura de la ingenuidad es a veces atrevida arriesgándose a plasmar lo que siente sin analizar mucho. Felicitaciones por el artículo.
Quien sienta que escribe mal, quizás debería de intentar otra cosa, pues generalmente al alma de escritor nace cuando se ha gestado correctamente su intelecto
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