Jane Eyre, la Gran Novela Victoriana contra los privilegios de clase

Siempre he sentido una especial conmoción al llegar a ese momento en que Jane Eyre se queda junto a Helen cuando su amiga está por abandonar este mundo para siempre. En esa escena y en un par más se encuentra toda la fuerza del libro. Y las razones por las que adoro a Brontë y en especial, vuelvo a este libro con cierta asiduidad. Hoy escribo sobre la crítica a los privilegios de clase en la novela de Charlotte Brontë.

El verdadero secreto de Jane Eyre

Se han escrito muchísimos textos en torno a «Jane Entre»; sin embargo, sigo pensando que la forma en la que se ha leído, y se lee esta novela es injusta y mediocre. Generalmente las lecturas se centran en la historia de amor entre Jane y Edward, y dejan fuera todos los aspectos sociales y de reivindicación libertaria que hay en ella.

Pero en esta novela hay mucho más de fondo que no aparece en esta mirada, y que no estamos leyendo. Entre todos los temas de índole social sobre los que se rebela Jane, su juicio a los beneficios de clase me parece uno de los más interesantes. Encontramos una reflexión lúcida no sólo en la crítica al trato diferente que reciben quienes no ostentan una buena posición económica sino también a sus posibilidades a nivel sanitario.

De hecho, sí lo quisiéramos, entre otras cosas, Jane Eyre es una defensa de la salud pública, porque expone con claridad cómo en épocas de cataclismo los que menos tienen no gozan de las mismas oportunidades para salvarse que de aquellos que cuentan con una buena economía, y expone que los que gobiernan deberían buscar alternativas sanitarias accedibles para todos.

Cuando Jane conoce a Edward Rochester le dice que el señor Brockehurst, el dueño del colegio al que ella fue enviada, es una persona malvada y lo acusa de no darles a las pupilas las condiciones mínimas para vivir. Hace alusión a la epidemia de tifus que atacó el colegio siendo ella una niña. Una catástrofe que podría haberse evitado con unas condiciones de higiene, abrigo y alimentación adecuadas.

Las víctimas de la epidemia de tifus en Lowood son niñas pobres, de familias desestructuradas y muchas de ellas incluso son huérfanas. Por eso, no reciben la ayuda que necesitan y la situación termina siendo «controlada» desde el propio colegio, sin ayuda alguna externa y sin que las enfermas tengan acceso a los tratamientos apropiados. Esto provoca que muchas de las víctimas fallezcan. Sobre este tema, Charlotte Brontë se detiene especialmente; es una parte del libro muy lúgubre donde el miedo de la protagonista de ese mundo raro en el que ha entrado se puede percibir y donde la rabia y el sentimiento de abandono nos sacuden. Si a esto le sumamos que en esas circunstancias Jane pierde a su amiga Helen, podemos entender mucho más su odio contra el señor Brockehurst.

En la adaptación de la película de 1997, con una Jane muy bellamente interpretada por Samantha Morton y un inolvidable Edward en la interpretación de Ciaran Hinds, hay una escena que capta bastante bien esta situación. Cuando Jane después de haber esperado durante días detrás de la puerta de la habitación de Helen con el deseo de verla, finalmente consigue pasar y mantienen un diálogo profundo e infantil al mismo tiempo sobre lo que la muerte no puede romper. Está muy bien captada en esta película este aspecto de la novela. En lo personal, es mi adaptación cinematográfica favorita de Jane Eyre.

La enfermedad, las clases y la salud pública

Y aquí hay algo que me gustaría apuntar especialmente. La forma en la que la enfermedad aparece en la literatura victoriana tiene características góticas y algo sentimentalista; no obstante, en la obra de Charlotte Brontë, tanto aquí como en Shirley (donde volveremos a ver un interés por la salud pública y la mala distribución de oportunidades de clase), la enfermedad aparece con una mirada clínica. Toda la parte en la que Brontë nos cuenta cómo era la situación de la epidemia en Lowood, cómo iba enfermando todo el pupilaje y sobre todo el proceso de deterioro de su amiga Helen, sus síntomas y su muerte, se hallan detallados de una forma extraordinaria y precisa.

Pero Brontë no se queda ahí. Hay una mirada todavía más ambiciosa, que llega a abarcar la salud mental. Si nos centramos en la escena en la que Edward cuenta cómo la familia de Bertha Mason, la mujer que vive escondida en el desván de su casa, y que atemoriza a Jane desde que llega con sus gritos y su risa, lo ha engañado y cómo él ha tomado la decisión de mantenerla a salvo en la casa para evitar que en un hospital mental la traten con violencia o la estigmaticen. Toda esa escena es brutal. Es una profunda reflexión en torno a la poca amplitud mental de la sociedad, frente a las enfermedades mentales y es en cierta medida una crítica a la iglesia y al estado por su forma de tratar o «no tratar» sino estigmatizar a los enfermos.

En definitiva, en Jane Eyre tenemos una novela extraordinaria. La novela victoriana por excelencia, porque no sólo nos cuenta cómo es la vida, la sociedad, sus diferencias de clase, como no ha sabido hacerla ninguno de los autores y autoras de la época, sino que además nos permite imaginar cómo podría ser esa sociedad. Quizá en este punto deberían centrarse todas las novelas sociales o de época: en contar cómo es y en ofrecer una mirada sobre cómo podría ser.

¿Cómo no iba a ser «Jane Eyre» la historia más fascinante de la Era Victoriana? Este año se cumple el duodésimo cuarto aniversario de su nacimiento y creo que no sería ninguna mala idea volver a esta novela, fascinarnos con su estilo y aprender de una de las creadoras más fabulosas de todos los tiempos.



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