Mi abuela materna era una mujer que me enseñaba muchas cosas.
Tenía ella el don, por así decirlo, de saber observar a las personas. Callada, escuchaba hablar sobre política a sus amigas; la mayoría de ellas no tenían filiación partidaria.
No vayan a creer que en su época la situación del Paraguay era diferente a la de ahora. No. Era la misma. O sea que había una pobre educación impartida en los colegios de la capital y del interior del país, y la gente comía mal, y los establecimientos de salud de la campaña estaban pésimamente equipados, y estaba el terreno preparado para multiplicar esta huerta de toronjas y perejiles monstruosos que vienen a ser los políticos de hoy, con excepción de muchos que todavía se mantienen firmes en su compromiso de sacar de la miseria al país.
A ella le gustaba gastar su sueldo de maestra jubilada en alguna bebida espirituosa.
Era admiradora del Dr. Gaspar Rodríguez de Francia.
Tenía la convicción de que era la vida para divertirse, y en su casa ubicada sobre la calle Mayor Bullo, organizaba fiestas a las que acudían numerosos familiares.
Como era maestra, se mantenía en la firme convicción de que el desarrollo del Paraguay debía gestarse en las aulas de las escuelas.
Yo tengo una opinión formada, creo, sobre la situación del país. El Paraguay nunca levanta cabeza por culpa de su ignorancia.
Tú hablas con cualquiera (y cualquiera es un carnicero, una recepcionista, una maestra, un empleado público, una vendedora de perfumes) y caes en la cuenta de que su nivel de educación es muy pobre.
Apenas son capaces de armar una frase, más o menos coherente, las personas que están en los medios políticos. O sea que sus condiciones intelectuales dan muestra de un conocimiento mínimo, que nunca llegará a cerrar el círculo del pensamiento útil. Y lo mismo pasa con las demás autoridades.
Se hace difícil, entonces, todo.
La educación, si no me equivoco, es la base del desarrollo de un país.
Yo creo que hay intención de mejorar. Y creo que también tenemos que hacer fuerza para que el Gobierno dé buenos frutos. Si al Gobierno le va bien, también nos irá bien a nosotros, el pueblo.
Pero hay tanta gente sin principios básicos de educación. Pululan los ignorantes funcionales, de modo que de un momento a otro, se tendrá que declarar, digo yo, «estado de asfixia».
No sé de un pueblo ignorante que sea víctima del atraso.
Los pueblos con una buena base educativa dieron a la sociedad individuos útiles y provechosos. Han dado artistas y científicos que glorificaron el país en que nacieron y pasaron a ser tema de enseñanza en las universidades.
Hay un límite que debe ponerse a la ignorancia. Y para poner el límite están las autoridades del Ministerio de Educación y Cultura.
Por ahí se pide a los alumnos leer «Yo El Supremo». Pero si esa obra es solo para lectores-escritores.
Los jóvenes estudiantes están renegando de la obra literaria máxima de nuestras letras. Están renegando de nuestro máximo escritor, Augusto Roa Bastos.
¿Dónde está el sentido común? ¿Dónde?
Vuelvo a insistir: En la enseñanza, en la educación, se halla la semilla del crecimiento de un país.
Comentarios3
Totalmente de acuerdo. Un abrazo para la autora y mi felicitación por esa abuela.
Pruden
Totalmente de acuerdo.
Felicidades por la abuela, debió de ser apasionante.
Sin lugar a dudas la abuela de la autora y la autora de este artículo están en lo cierto, el sistema educativo es lo que falla para que haya tanta ignorancia en nuestros pueblos; y lo peor es que el escenario se presentaría mucho más dramático si no hubiera el trabajo de escritores, autores y profesores como la abuela de esta autora, que contribuyen a contrarrestar la miseria de la actitud política de los neófitos gobiernos que dirigen los países. Solo cambiará cuando paguen a los maestros el salario de los políticos que ganan sin trabajar en nada que valga la pena. Lamentable...
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