La literatura, a veces, reaviva en nosotros el germen de viejas y olvidadas rutinas y nos recuerda qué fuimos para aceptar mejor aquéllo en lo que nos hemos convertido (o no). En mis noches de insomnio, que durante mi infancia y adolescencia eran casi todas, mi estrategia para luchar contra el miedo era concentrarme en la vida de los objetos. Así, en esas horas de lucidez odiosa mi mente viajaba a la otra punta de la casa y se metía por los cajones y armarios, que dibujaba exactos en sus respectivos sitios. Cuadernos, libros, tazas, cualquier objeto podía ser el escogido. No era el objeto en sí lo importante sino el viaje, la posibilidad de salirme de mi cuerpo, sentir la fría losa, una tapa agujereada, el aroma que despedía cada objeto e iluminar con mi memoria el cajón para olvidarme por un rato de que tenía un cuerpo que estaba acurrucado en la cama con miedo a la oscuridad y una incorregible incapacidad para dormirse. Como un pellizco fue leer las primeras páginas de «Fractura» de Andrés Neuman (Alfaguara) y ver cómo Yoshie Watanabe, el personaje principal, realiza un viaje similar al bajar a la boca del Metro y darse cuenta de que ha olvidado en su casa las gafas y la tarjeta para viajar. Este gesto de distanciamiento que acerca creo que podría definir el cuerpo de esta novela que no trata tanto de lo que sucede sino de lo que no llega a ocurrir y de la incertidumbre que genera en nosotros lo que se nos ha pasado por alto o hemos borrado previsoramente, y que se construye de elementos que habitan en los márgenes: algo, por otra parte, que supone una materia exquisita para la escritura. Es ésta una novela fabulosa que se lee con disfrute y deja en nosotros imágenes y sensaciones impactantes que no desaparecen cuando terminamos de leerla.
La memoria colectiva que se atasca
El dolor y la forma en la que huimos de él o lo asimilamos es uno de los temas más trabajados en la literatura y sobre el que siempre estamos aprendiendo cosas nuevas. En su libro «Los que miran», Remedios Zafra deja en evidencia el hecho de que hayamos convertido la repetición en un método de encubrimiento de aquéllo que nos duele o que no somos capaces de encajar sin sufrir. Y la nombro porque hay ciertos vacíos y preguntas de «Fractura» que me han devuelto a Zafra, y me gusta sentir que dos personas a las que admiro tanto charlan y me charlan acerca de las mismas cosas. El arte de la repitición como antídoto a la herida podría ser, de hecho, una de las cosas que más nos une y nos relaciona interculturalmente. Curiosamente, se activa también colectivamente, para olvidar las grandes tragedias que sacuden el mundo. Así, por ejemplo, a base de tanto repetir el dolor de los inmigrantes en los medios de comunicación parece que llega un punto en que dejan de dolernos (quizás por ese empeño de supervivencia natural), y entonces ya no conectamos desde la empatía sino desde el tedio, desde la saturación. Es decir, que lo que parte como una técnica personal para afrontar las tragedias individuales se convierte en una estrategia colectiva para pasar por alto o ignorar las cosas importantes, sin importar quién sea el adolorido. Y mientras tanto, las fronteras y las alambradas.
Entre los puntos curiosos de «Fractura» hay que señalar el hecho de que Neuman se centra en un tipo de extranjería que parece ser más ajena a nosotros (especialistas en explicar a los otros sin mirarlos). Y lo digo no sólo porque el protagonista sea un japonés (a quienes culturalmente nos enseñan a ver lejos y distintos) sino porque hay una intención abarcativa respecto a la extranjería: no sé si el empeño de construir un mapa-país donde algunos podamos no sentirnos tan extraños. La verdad es que yo no sé si al leer la novela un japonés pueda sentirse identificado o le resulte convincente el personaje, pero a mí me ha cautivado y he podido sentirlo cerquitísima. De todas formas, como creo que no deberíamos pedirle a la literatura que nos enseñe cómo es la vida de los otros sino que nos ayude a imaginarla o a entender la mirada que un autor tiene sobre la vida de los otros, pienso que no hay mucho más que decir. Neuman construye un país más cerca de lo onírico que de lo real. Eso es lo que hace y nos entrega una novela redonda, donde humor y dolor conviven y permiten una trama profunda y cuidada al mínimo detalle.
Pero no se queda ahí. Escarba aún más profundo. Como buen autor que abre las pupilas cuando las luces ya se han apagado o que concentra el oído en escuchar lo que tiene lugar en lo que está fuera de escena, indaga sobre aquéllo que parece menos importante, como preguntándose si el escaso protagonismo de ciertas cosas (como la falta de nitidez con la que recordamos algo) no será precisamente lo que las dote de mayor importancia y urgencia de ser miradas o revisadas. Y una de las cosas que se pregunta es qué sucede con aquéllo que jamás ocurre. Watanabe se salva de morir en ambas bombas atómicas, y esto que puede ser visto desde la luz como una salvación esconde no sólo todas esas vidas que se esfumaron sin poder cumplir años como él sí pudo, sino también introduce la pregunta de cuánto menos dolor tendría que haber visto y sentido de haber muerto en aquella tragedia. Y sobre las catástrofes que no ocurren o las personas que consiguen salvarse de las que sí suceden hay interesantísimas reflexiones que, como mínimo, nos obligan a pararnos a pensar.
La voz narradora, además, va cambiando y turnándose entre la primera y la tercera persona. Cuatro mujeres que se van pasando la posta y nos van contando cómo es la vida del personaje principal y nos permiten descubrir en él lo que a ellas les impactó: porque la forma en la que miramos siempre es única. A su vez, un narrador omnisciente intenta que también sigamos de cerca la manera en la que Watanabe se comunica con su entorno y charla con su pasado. Una forma muy fluida de ayudarnos a vivir sus diversas etapas vitales y de conseguir que el ritmo de la novela no desfallezca en ningún momento. Y no se preocupen que no les he contado nada.
Los acontecimientos que nos cambian
«Fractura» es un novelón. No, lo digo en serio y en todo sentido. Son casi quinientas páginas pero que se leen y disfrutan muchísimo. Y me pregunto: ¿cómo se hace para construir una obra tan larga y a la vez tan cuidada? ¿Cómo se consigue mantener el ritmo, la atención del lector? No lo entiendo y eso hace que mi asombro se multiplique. Es muy difícil, además, no encontrarte con el cuentista que hay en Neuman, porque esa concisión, esa capacidad casi aforística para representar sus ideas y sus imágenes imagino que sólo puede conseguirse ejercitándose con seriedad en el género más ninguneado y a la vez más amoroso de todos. Lo que quiero decir es que pese a tratarse de una novela larga nada sobra en ella. Andrés, que es para mí uno de los grandes cuentistas de nuestro tiempo, novela como cuenta, con frases precisas y sonidos e imágenes que se van superponiendo para mostrarnos cómo suceden las cosas o cómo sienten y piensan los personajes.
Así, al leer esta novela realizamos varios viajes: desde la memoria del personaje hacia la vida de los objetos y desde nuestra experiencia hacia la psique de las narradoras, en un intercambio casi energético. Y también nos llevamos otra certeza: la herida es importante. Vivimos en una época donde la tendencia es aferrarnos a lo superficial y olvidarnos del fondo de las cosas para sufrir menos, lo cual visto desde el presente tiene algo de cierto, sin embargo, a la larga produce desconcierto y angustia. Lo que Neuman nos dice, o lo que podemos intuir a través de las distintas voces que pueblan el libro, es que tenemos que hacer exactamente lo contrario: mirar con decisión la herida para no olvidarla, porque aún después de sanar, ser conscientes de ese hueco puede servirnos para explicarnos y, sobre todo, para aceptarnos (y lo digo en lugar, y quizá con la intención, que otro diría «perdonarnos», pero ciertas palabras del argot religioso me producen un rechazo que no puedo con él; pero la idea es la misma).
La novela política de Neuman
Escribir sobre la herida es algo que Neuman viene haciendo desde el principio y que ha explorado con más intensidad en «Hablar solos», su novela anterior. En «Fractura», regresa sobre ese registro pero esta vez se permite más licencias humorísticas; esto es posible que vuelva más llevadera (qué fea palabra para hablar de pasiones) la lectura pero, a la vez, otorga otros posibles tonos a la narración, lo cual complejiza y enriquece la obra exponencialmente. Pero creo que hay algo más interesante que todo esto y es que el autor parece incorporar con más solidez que nunca su identidad política con su escritura. Pienso que es una novela que apuesta por un discurso que conversa directamente con lo político, y nos confirma que lo personal es siempre definitivamente político.
El feminismo, el pacifismo y la heterogeneidad cultural y racial podrían ser los tres principios políticos que se asoman por «Fractura», y que se apoyan, a su vez, en tres elementos narrativos que desencadenan la historia: mujeres que narran en primera persona la vida de un hombre (eso que los hombres vienen haciendo con nosotras desde tiempos antiquísimos), un hecho crucial que desencadena una serie de acontecimientos (la «caída» de las bombas atómicas durante la Segunda Guerra Mundial y las políticas nucleares) y un personaje extranjero en todos los sitios posibles (extraño incluso, en ocasiones, de sí mismo, que supone la mayor de las extranjerías). Todos ellos atravesados por el amor, la energía nuclear, los desastres naturales (y humanos) y la política y economía, temas que sin duda nos acercan y nos alejan desde que el mundo es mundo. Parece que Andrés ha encontrado en este libro una fórmula narrativa absolutamente impecable que le permite desglosar la trama sobre un espinazo no ideológico pero sí combativo socialmente. ¡Maravilloso!
Decía que es una novela política y feminista. Y quiero volver sobre esto para apuntar una cosita más. Andrés entraña la mirada de sus cuatro mujeres (narradoras en primera persona) no desde la óptica del patriarcado sino con un discurso sincero y directo que por momentos te hace olvidar que hay un hombre detrás de esa voz. Escribir es olvidarte de quien eres, creo que lo decía Duras o alguna genia como ella. Y quise volver sobre esto porque creo que aquí está uno de los grandes logros de la novela. Me gusta sentir que las mujeres podemos conversar de una forma distinta en la literatura que ellos escriben; me gusta sentirme representada desde el otro lado, porque sé que si esa mirada se hace desde la empatía, como también será desde una evidente extrañeza, nos rebelará cosas de nosotras que ignorábamos. Poder conectar con la identidad de un personaje femenino es mucho más que sentirte identificada, es entender cómo experimenta el deseo, que es aquéllo que nos forma, y dialogo ahora con John Irving. Esto es lo que más me ha conmovido de esta novela y que le agradezco especialmente a Andrés.
La vida que insiste
La vida insiste. Y eso le intriga a Watanabe. Esa forma contundente en que las cosas avanzan y nos empujan a continuar. En su caso, la pulsión vital lo lleva a sobrevivir a la guerra, a enamorarse, a huir del dolor, y él se deja hacer. Esta idea se asoma al libro y en medio del dolor y la desesperanza se planta como una luz. Y es esa la luz que he querido llevarme. Porque incluso las cosas tristes pasarán y si sobrevivimos será por esas chispas que se pegan a nuestra memoria y nos sirven para regresar a una tarde de las muchas que hemos vivido, una imagen, un color, un aroma. Asumir el pasado exige la voluntad de no repetir el daño pero también la casi certeza de volver a experimentarlo. Por eso, recordar que eso no era todo y que lo entendimos a tiempo, puede servirnos para que la segunda caída duela o impacte menos. Lejos de ser ésta una novela pesimista, nos ofrece una historia de verdadera superación (cuando la alegría no es forzada y en toda sonrisa hay algo de pus y melancolía) y se compone de imágenes y silencios que sin duda pueden ayudarnos en la propia batalla.
Y voy terminando. «Fractura» es una novela sorprendente, cuya lectura me ha fascinado y me ha recordado por qué admiro y quiero tanto a Andrés. Leerlo es siempre renovar esa sensación: de que los libros existen para que podamos respirar nuestros miedos de infancia en los personajes que habitan las páginas, para sentirnos menos solos. Como si la lectura nos permitiese volver a realizar esos viajes mentales hacia los objetos pero con otra distancia.
Siempre se quedan cosas afuera, porque una lectura no alcanza, porque las novelas de Andrés son universos elaboradísimos, y tú quieres no perderte nada pero siempre algo se te escapa: estrellas fugaces a las que persigues en las relecturas (¡y cada vez encuentras chispas y brillos nuevos!). Quienes lo conozcan saben a qué me refiero. Y los que no, tienen una buena oportunidad para averiguarlo.
¡Lean «Fractura» porque al salir de ella sentirán que más valioso es reconocer dónde está la herida que permitir que las ausencias nos ahoguen!
FRACTURA
Andrés Neuman
Editorial Alfaguara
496 páginas
Papel: 21,90 €
Digital: 9,99
Comentarios2
Que bonito
Lectura que me cautivó, y que me impulsa a leer la novela. Wow me atrapó!
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