La lectura de Anotaciones en el margen, el último poemario de Arturo Borra me pareció tan exquisita que quise dividirla en dos partes. En la primera parte (publicada ayer) analizaba la noción de frontera en cuanto a estructura visible; particularmente tocando esos poemas de Borra referidos a la alambrada que divide España y Marruecos. Hoy nos acercaremos a las otros límites, los invisibles, que por sus características parecen menos importantes pero su existencia se encuentra absolutamente ligada a los primeros. Me refiero a esas fronteras que nos imponen desde el nacimiento y que asumimos sin proferir sonido. Es al tocar los límites que podemos inventar lo inédito, dice Arturo, y sólo atravesando esas fronteras podemos llegar a la tierra soñada.
Las jaulas que habitamos
Fronteras, límites, extranjería, son nociones que se pasean por las páginas de Anotaciones en el margen, y en las que se asienta la voz más social de Arturo. Estos conceptos nos van llevando por diversos parajes instándonos a reflexionar no sólo sobre la realidad externa sino también sobre la propia existencia. Además, nos obligan a pensar que la vida que importa es también la de los que viven al margen, que el sufrimiento de los otros debe ser también propio, porque ‘lo irreductible es la experiencia que nos enlaza a los otros‘ dice Borra.
En esas vallas de las que hablábamos ayer no son sólo hay unas alambradas visibles; detrás de ellas se esconde una estructura sólida a la vez que imperceptible que nos mantiene a todos lejos de la frontera. Las frases hechas, la imposición de la fiesta (algo muy apropiado para mencionarlo hoy), la necesidad de vivir una vida de plástico pensada por otros para todos (ni siquiera para nosotros), son algunas de las ideas que pueden hilarse a la de frontera invisible.
Y así llegamos a esos poemas que arremeten contra las jaulas; como «Repetición», donde se deja de manifiesto esta reincidencia cíclica de los errores en el accionar humano. Conquista de América, muro de Berlín, alambrada de Melilla. Monarquía, república, dictadura, seudodemocracia. La repetición es la insistencia del destiempo en todas las épocas y convierte así el propio tiempo en un sintiempo porque no hay cambio, porque se parece a todos los otros: ¿cómo expresarlo mejor? Hay un grito de auxilio en estos versos, en el que se desliza el deseo de trascendencia, de romper con ese ciclo constante y proponer un cambio rotundo que corte la repetición y haga de este el tiempo del respeto por la vida y por la libertad. La fuerza del poema reside en el empeño de resistirse a creer que ya todo está perdido.
Todo esto nos lleva a decir que las fronteras físicas, como la alambrada de Melilla, funcionan como advertencia, aunque no queramos verlo. Si te atreves a saltar ese límite lo que te espera es dolor, cortes profundos, aislamiento, puede que la muerte. La vida funciona de este modo, cuanto menos rebeldes seamos más tranquilos viviremos; a cambio de nuestra felicidad y libertad, claro. Ese es el precio por el que la mayoría desiste de la revolución.
La noción de extranjería
Hay quienes piensan que escribimos siempre sobre los mismos temas; así como los arqueólogos se pasan años detrás de una misma reliquia. Creo que es atinado decirlo porque al fin de cuentas la poesía suele hablar siempre de lo mismo lo que cambia es la perspectiva, es la voz, y eso es lo que la refresca. En Arturo uno de los temas vertebrales es la extranjería, una de esas fronteras que abraza para llevar el lenguaje al límite y ofrecernos una nueva versión de los hechos y de las estaciones. No cambia la reliquia sino los ojos con los que se la mira.
En él la extranjería va modulando en cada verso y te permite arribar a diversas orillas donde enunciar las múltiples maneras de ser-sentirse forastero. Pero sobre todo hay algo presente en su noción de extranjería y es esa sensación de no tener patria, de no saber a dónde volver: ese sentimiento de abandono que sin embargo nos obliga a perseguir un lugar donde sentirnos en casa. En parte creo que eso es lo que motiva la escritura. Siempre a la deriva sin saber hacia dónde ir, construimos ladrillo a ladrillo con letras y armamos una estructura que ni siquiera sabemos si puede servirle para algo a alguien, ni siquiera a nosotros mismos. Pero así como la sensación de extranjería nos lleva a perseguir esa «tierra prometida», lo mismo produce en nosotros la escritura, y esa tierra quizás sea la capacidad para sentirnos vivos.
Algunos apuntes sobre la escritura de este libro
Hay en este libro todo un capítulo dedicado a la labor literaria, a reflexionar sobre ella, mejor dicho. Escribir es una actividad que nos obliga a la extranjería; eso se desprende de todos sus poemas. Y es que la única forma en la que podemos dibujar algo nuevo es escribiendo desde los márgenes. Cuando leemos escribimos y esas frases que fijamos al borde de las hojas es la escritura extranjera, nacida del encuentro entre dos mundos: el del autor y el de nosotros que leemos. Me parece que no hay nada más fascinante en la literatura que ese encuentro con el otro diferente y forastero.
Hay una constante búsqueda de la palabra exacta, las repeticiones permiten percibir eso, el uso de las frases cortadas, la reincidencia sobre ciertos temas. Y es que, como lo dice en uno de los poemas, para Arturo no cabe escribir sin rebelarse a la sumisión de las lenguas.
A lo largo de la lectura nos encontramos también con muchas frases escritas en cursiva. Podría decirse que son anotaciones al borde de un diálogo interno (nos forman tantos yo) porque se distingue claramente una doble voz. Es tan sólo un detalle pero considero que es uno de los puntos fuertes de este libro y que vienen a corroborar que Arturo tiene por un lado una capacidad sorprendente para manejar y jugar con el lenguaje y por el otro, para dotar a sus poemas de una arquitectura auténtica.
Arturo inventa lo inédito, ese pequeño resplandor por el que se cuelan esas esperancitas de las que hablábamos y nos invita a reflexionar sobre los límites que creemos tan certeros, tan inamovibles y que sólo responden a un tema circunstancial. En su poesía encontrarán deshechos, fobias, tristeza, crueldad, agonía y mucha soledad, pero también gotas de luz, porque es en los márgenes donde se la puede hallar. Esos rayos que entran de pronto en una habitación y le arrebatan la oscuridad. Hay muchos poemas que se acercan a esa hendija, algunos perdiéndose antes, otros abrazando ese rayito de esperanza (esperancita), como es el caso de «Apertura», donde Arturo dice.
Este es por lo tanto un libro atravesado por el dolor de las diversas formas que tiene la esclavitud y la opresión, pero también una obra que invita al cambio y que trae inscrita la esperanza. Un libro lleno de activismo y de compromiso con un mundo que se muestra ciego ante todos los mundos. Y una lectura que considero necesaria tanto por las denuncias que encierra como por esa cuota de optimismo y de deseo.
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