Han pasado por este ciclo de literatura y alcohol muchísimos escritores, que mantuvieron relaciones diversas con la bebida: Charles Bukowski, Anne Sexton, Raymond Carver, Samuel Dashiell Hammett, Elisabeth Bishop, Jane Bowles, Shirley Jackson, Fiódor Dostoyevski… Hoy quiero escribir sobre este español que tuvo muchos amigos y del que todos ellos supieron señalar su lealtad. También fue leal a la escritura, y a la bebida, por eso no podía faltar en este ciclo.
La bebida y la amistad
Aunque García Hortelano tenía un gran sentido de la imaginación, y dio sobradas muestras de ello en sus libros, parecía observar de cerca la realidad y conseguía combinar anhelos con realismo de una forma directa e inconfundible. Es posible que haber sido un niño de la guerra, como le gustaba decir a Ana maría Matute, dejó un él una importante huella, que lo condicionaría no sólo a intentar comunicarse a través de la palabra escrita, sino también a apagar el ruido ensordecedor que deja la guerra sobre las cabezas.
Nacido en Madrid en febrero de 1928 transcurrió unos pocos años en compañía de su familia, el estallido de la Guerra Civil impulsaría a sus padres a enviar a los niños a casa de los abuelos en Cuenca, donde estarían más seguros que en el epicentro del conflicto. Una separación traumática para Hortelano habrá sido aquella, aunque supo suplir esa extrañeza con la impresionante colección de libros que tenía su abuelo. Allí comenzó su pasión literaria, y volvería a aquella casa con premura a lo largo de la vida para recordar las lecturas que más le habían marcado en la infancia.
La bebida llegó un poco más tarde. En su caso, no había una relación vinculada a la escritura, como hemos visto en Hemingway, Wilde o Parker; para Hortelano todo encuentro con amigos ameritaba un buen trago. Para empezar la noche debía beberse un coñac, poco después un gin tonic para refrescarla y más tarde venía el whisky que permitía estirarla más y más.
Decía que no mantuvo Hortelano una relación obsesiva con la bebida, sino que esta era más bien una forma de articular sus amistades y sus buenos momentos; no obstante en algunas de sus historias ese gusto por la bebida se filtra y podemos apreciar hasta qué punto esas coloridas bebidas le alegraban la vida.
La literatura objetiva
Hay un texto precioso sobre él de Juan Cruz en el que podemos descubrir la forma en la que Hortelano era abrazado por sus contemporáneos. Una de sus mayores cualidades era una bondad absoluta. Y es que uno de sus valores más importantes era la amistad, que para él no era una palabra, sino un ejercicio. Y como radical que era la consideraba hermanada con la bondad; por eso les dedicaba muchísimo tiempo a sus amigos y por eso, cuando el Horte ya no estaba, sus amigos continuaban llorándolo como el primer día, a ese amigo sin mezquindad, como dijera Lluís Izquierdo.
De su obra se podría decir muchísimo; pero sobre todo lo que le volvió un autor ineludible de su generación fue su capacidad para explicar-describir el comportamiento de la clase burguesa española de la época, haciéndola parte fundamental de sus novelas. Sin duda, sólo alguien con un alto poder de observación podría haber construido «El gran momento de Mary Tribune», para muchos la mejor novela que se ha escrito sobre Madrid, «Gramática parda» o «Nuevas amistades»; alguien que además cultivaba otra obsesión: la corrección detallada de los textos hasta que no sobrara una coma o un matiz.
Los gin tonics le alegraban la vida a Hortelano, eran la fuente de la felicidad (precisa Juan Cruz) y es posible que disfrutara como nadie de esos momentos mágicos en compañía de sus amigos mientras saboreaba este elixir demoníaco. Cuando falleció, en abril de 1992, el mundo de la literatura estuvo de luto. La orfandad cegaba a los que le habían querido como un amigo, y fue entonces cuando Ángel González comenzó a decir aquello de «se me adelgaza el futuro», en palabras de Juan Cruz. Sin Hortelano se nos adelgaza a todos el futuro, por eso tenemos que leerlo más.
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