Pocos asuntos en la literatura argentina se encuentran tan impregnados de misterio como la vida de Silvina Ocampo. Una mujer reservada que supo marcar un antes y un después en el cuento nacional y a la que muchos recuerdan como la esposa de Bioy Casares o la hermana de Victoria Ocampo. Una escritora sorprendente, impredecible y escurridiza que para muchos es una de las autoras más interesantes de la literatura del Río de La Plata.
Mariana Enríquez se propone en «La hermana menor» conocer los secretos que giran en torno a la vida de esta extraña mujer; la lee, la investiga, la busca y escribe una biografía imprescindible para hacerle justicia a la menor de las Ocampo.
Mirar desde la ventana
«La hermana menor» es una biografía sobre Silvina Ocampo que acaba de publicar la editorial de la Universidad Diego Portales y que nos ofrece una chispa de luz en torno a la vida emocional y a la escritura de Silvina Ocampo.
La niña terrible, Silvina Ocampo, se rebela contra su familia y se hace amiga de los pobres. Porque los niños terribles necesitan enfrentarse a las instituciones, dice Blas Matamoro, y asumen así el mal pero no la revolución. Silvina ama a los mendigos, siente atracción por la vida de los pobres, por lo que se esconde detrás de las paredes de la enorme casa en la que vive, pero pese a mirar por la ventana, no se enciende en ella el deseo de luchar por cambiar las cosas. Esta obra comienza con una contundente premisa, «Silvina sólo quería que la quisieran» y buscaba fuera (en los mendigos, en los más necesitados) el amor que no recibía en ese entorno aristocrático y frío en el que se criaba.
Dice Enríquez que ninguno de los títulos que rodean a Silvina consigue explicarla. Ni el de esposa de Casares, ni el de amiga de Borges, ni el de hermana de Victoria; tampoco el de menor de las Ocampo. Toda su existencia estuvo rodeada por un halo de misterio: así vivió y así se marchó.
No son pocas las historias de escritores que se rodearon de animales. Compañeros gatos, perros, hurones fueron para muchos los verdaderos amigos. El caso de Silvina Ocampo no es diferente; además de esa extraña devoción por los mendigos, adoraba a los perros y compartió su vida con varios de estos individuos. Lurón es uno de los que más recordados: un gran amigo que compartió con ella sus primeras épocas de esposa de Bioy, en la Estancia Rincón Viejo. A Silvina le gustaba perderse entre los árboles, caminando y cavilando acompañada de ese fiel amigo, de quien ni siquiera dejaba de hablar en sus cartas.
La infancia en los cuentos
Cualquiera que haya leído a Silvina lo sabe: le interesaba la infancia como ámbito en el que todo es posible y sus cuentos son el claro manifiesto de esa fascinación. Podríamos divagar largo rato en torno al por qué de haberse quedado atrapada en esos primeros años; no obstante, lo único que realmente sabemos es que sus relatos se hallan atiborrados de toda clase de personajes extravagantes y variopintos que se encuentran también atrapados en esa instancia.
Quizás fue su segundo nombre lo que la marcó a fuego: Inocencia. Y ante lo primero que sintió que tenía que rebelarse. La crueldad y la ironía determinaban su forma de ser, de mirar el mundo, y, por ende, de escribir. Y las que la ayudaron a configurar todas esas historias con criaturas aparentemente frágiles pero con perniciosos objetivos.
De todos los rincones de la casa, Silvina prefería la sección reservada para los sirvientes. Curioseaba en el cuarto de la plancha, en la cocina, exigiendo amor a los que no pertenecían a su familia ni a su clase. La vida de limpiadoras, cocineras y cocheros le resultaba mucho más atractiva que la que le estaba permitida, la recomendada para una chica de su clase.
La soledad es un rasgo característico de sus cuentos como lo son el deseo de ser mirada, amada, soñada y la frustración constante de no hallar ese amor. Hay algo muy obsesivo y patológico en torno al amor y a la sexualidad en la infancia, por lo que parece casi evidente que la insistencia que la menor de las Ocampo manifiesta en torno a estos temas posiblemente responda a episodios dramáticos que ni siquiera pudo aceptar frente al espejo. Por eso, pese a escribir sobre los encuentros sexuales con un empleado de la casa Ocampo, nunca le puso a este suceso la etiqueta de delito sexual, aunque ella era entonces una niña. Sobre eso dice Enríquez.
La forma en la que Enríquez indaga en la vida de Silvina y en su entorno es sorprendente porque, para no perder la costumbre, aborda con sinceridad y justicia cada ápice de ese mundo; algo que hasta el momento, me atrevo a decir, nadie se ha atrevido a hacer con honestidad. Y se abraza de forma cariñosa pero atenta a la infancia de Silvina para entender qué pasó, qué la volvió tan extravagante, tan apática en ciertas situaciones. Es indudable que hubo hechos que la marcaron a fuego; sus cuentos dejan en evidencia una tristeza y una soledad que araña. Enríquez va más allá ¿Hubo abusos sexuales? ¿Qué significaron para ella esas extrañas premoniciones que tuvo? ¿De dónde surgió su amor por los pobres?
El misterio de Silvina
A través de los registros que fueron dejando las diferentes personas que pasaron por la vida de Silvina: Jovita Iglesias, Noemí Ulla, Elena Ivulich, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Edgardo Cozarinsky, entre muchísimos otros, Enríquez intenta reconstruir la trama de la vida de Silvina, indagando en torno a sus misterios; sin embargo lo que encuentra parece ser más enigmático aún, como si todo en la vida de la menor de las Ocampo estuviera envuelto por un velo de sombra.
Su relación con Adolfo Bioy Casares es sin duda una de las cosas más intrigantes y llamativas de su vida: un hombre que poco hizo para que la literatura de Silvina fuera escuchada, pese a haber retomado la escritura y publicado gracias al incentivo que recibió de ella (posiblemente si Silvina no se hubiera cruzado en su camino hoy no sabríamos quién fue Casares). Un esposo que se acomodó fácilmente a la rutina pero que la expuso a situaciones que sin duda la ayudaron a abrazar el aislamiento (¿puede que también la escritura?).
Y junto con esa extraña relación, la que mantuvieron ambos con Jorge Luis Borges, otro que pareció ignorar las virtudes literarias de Silvina, quizás porque le costaba asumir que una mujer fuera capaz de escribir como ella porque su misoginia pesaba demasiado. Pese a ello, Borges parecía adorar a Silvina, y esto es lo que resulta más misterioso y extraño ¿Hubo un pacto de antemano en el cual Silvina les exigió a ambos prometerle que no desvelarían sus secretos, que la ayudarían a guardar ese manto enigmático que con tanto mimo construía desde pequeña? Eso intenta responder Mariana Enríquez con una frescura y una escritura limpia y honesta.
El campo de Buenos Aires
El pueblo de Pardo ocupa un lugar importante en el libro, y en la vida de Silvina. Es un pueblito chiquito cerca de otro un poco más grande pero también bastante desconocido que se llama Las Flores. Allí, en el centro de la provincia de Buenos Aires, un terreno llano y verde, hay un campo que se llama «Estancia Rincón Viejo» donde Silvina y Adolfo pasaron su primera etapa de casados y supieron encontrar un espacio de tranquilidad donde escribir. Fue una magnífica luna de miel que se vio interrumpida cuando ambos se dieron cuenta de que necesitaban conectarse con la vida literaria argentina. Y, entonces, se mudaron a Buenos Aires.
A Silvina le encantaba el campo; decía que era lo más hermoso del mundo porque allí «las nubes son montañas«; sin embargo, como ocurre con la mayoría de los pueblos de la provincia, la comunicación entre Pardo y la vida urbana era casi nula y por eso Silvina y Adolfo se vieron forzados a regresar a la capital. Pardo no ha cambiado desde entonces: solamente dos autobuses diarios la conectan con otras ciudades, los jóvenes se marchan y los pocos que se quedan se dedican a las tareas agropecuarias. Ésta, quizás, es la explicación de por qué pese a haber alojado a esta importante pareja de la literatura argentina, continúa siendo un lugar desconocido para muchos.
A Silvina le encantaba Pardo donde compraba siempre las mismas alpargatas en un almacén de ramos generales (lo escribo y se me nubla la vista. ¡Es como verlo! —Esa vieja historia de los pueblos de provincia—). Sin embargo, en Pardo no hay ni siquiera un monumento a la menor de las Ocampo, como si nunca hubiera estado allí. En lo que respecta a Bioy todos lo recuerdan, o saben de alguien que lo recuerda, como un hombre reservado y «buena gente» que no supo cuidar su estancia. El Rincón Viejo continúa existiendo pero los actuales dueños no permiten que nadie la visite: el misterio parece haber acampado en este trozo de terreno pampeano. ¿Tendrá que ver Silvina con todo esto?
A lo largo de este libro vamos descubriendo diversas actitudes que la menor de las Ocampo tuvo y que dejarían en evidencia su rechazo por la vida aristocrática y su deseo profundo de haber pertenecido a otra clase, una en la que la hubieran amado. La vemos cada vez más encerrada o deseosa de ver el mundo detrás de una ventana; hasta terminar completamente aislada a causa del Alzheimer.
Nos encontramos con la gran Silvina, la que pese a todo, nunca abandonó la escritura; incluso cuando dejó de hablar con Bioy siguió escribiendo. Supongo que ella no era como los demás niños rebeldes de los que habla Matamoro, porque sí emprendió la lucha. Y si al leerla no asumimos que para ella la revolución era escribir y que su gran rebeldía fue vivir como lo hizo, no la hemos abrazado demasiado.
Así era Silvina, impredecible. Basta leer sus cuentos para darnos cuenta de que todo en ella fue movido por el misterio. Encontrarnos con la menor de las Ocampo en la voz de Mariana Enríquez puede ser una magnífica forma de comprender un poco más que siempre sabremos demasiado poco de Silvina Ocampo, y que eso la convierte en uno de los enigmas más exquisitos de la literatura argentina.
La hermana menor
[Un retrato de Silvina Ocampo]
Mariana Enríquez
Ediciones Universidad Diego Portales, 2014
ISBN: 978-956-314-276-1
217 páginas
$12.000 / us$24
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