Hunter S. Thompson bebía ron y escribía; ambas cosas las hacía de forma absolutamente compulsiva. Y el resto del tiempo las compaginaba con amoríos donde sexo y deseo le imponían el pulso a su vida emocional. Pese a su desordenada vida, o quizás precisamente gracias a ella es uno de los periodistas más respetables de su generación. Hunter es el nuevo protagonista de nuestro ciclo literatura y alcohol, por el que ya han pasado Anne Sexton, Jean Stafford, Jack Kerouac y Charles Bukowski, entre muchos otros.
El nacimiento del Periodismo Gonzo
Hunter Stockton Thompson nació el 18 de julio de 1937 en Louisville (Estados Unidos) y luego de una infancia convulsa se proyectó en el periodismo. Se convertiría en poco tiempo en uno de los iconos de la crónica de su época, ofreciendo una nueva forma de enfrentarse a la escritura periodística. Su verdadero legado consistió en derrumbar ese distanciamiento que existía entre el cronista y la realidad. Estaba convencido de que la realidad debía ser tocada por la voz y el cuerpo del periodista, y así la contaba: parándose a mitad de camino entre objetividad y subjetividad.
El camino a la popularidad le llegó de casualidad cuando realizó un viaje a Puerto Rico, donde debía cubrir una carrera de caballos. Sin embargo, sexo y alcohol se pusieron de por medio y con ellos su desinhibición para el periodismo. Lo que Hunter entregó a la revista que lo había contratado fue una descripción detallada de los lujos y extravagancias de la clase pudiente de la isla; una observación atinada de un mundo corrupto y enviciado. Una nota llena de apuntes subjetivos y que poco tenía que ver con el encargo que había recibido pero que sería la que lo catapultaría a las primeras planas del periodismo.
Hunter ya estaba haciendo sus maletas para regresar a Estados Unidos cuando comenzaron a lloverle propuestas de trabajo porque la exquisitez de su pluma y la impresionante fotografía que había regalado del evento dejó a medio mundo maravillado. Todos querían un Hunter en su lista de cronistas; un hombre atrevido y natural que rompiera con lo políticamente correcto e hiciera del periodismo una actividad social y profunda. Acababa de nacer el inmenso Hunter S. Thompson.
Esa tarde, en aquel hipódromo, había surgido una nueva forma de hacer periodismo, la que más tarde recibiría el nombre de «periodismo gonzo», una forma diferente de contar las historias. Esta línea tan presente en la crónica se caracteriza porque en ella el narrador es también protagonista y vive el suceso con total implicación. Y lo hace describiendo lo que le rodea según cómo le ha cambiado, y sus observaciones ocupan un papel importantísimo en el resultado del reportaje. Sin quererlo, Hunter acababa de revolucionar el periodismo. Como siempre ocurre ante los grandes sucesos de la historia, sin buscarlo, de la forma más sencilla que existe: siendo él mismo.
El pasado y la adicción
Pero la carrera periodística de Hunter había comenzado unas décadas antes en su Lousville natal, donde con 15 años comenzó a escribir sobre las vivencias en las calles y la cárcel donde droga y alcoholismo eran protagonistas. Durante su adolescencia pasó por prisión en varias ocasiones por robar licor en pequeños almacenes. Sin duda aquellas experiencias le fueron formando para convertirlo en uno de los periodistas más rebeldes y necesarios de su generación; pero también lo condicionaron como individuo, llevándolo a una adicción de la que jamás conseguiría desprenderse.
Para Hunter si habías nacido para algo tenías que hacerlo bien, y solía decir que a él se le daba muy bien el periodismo y el consumo de drogas. De hecho, ambas vocaciones las vivía de forma intensa y conjunta: escribía acompañado de una buena dosis de alcohol, marihuana y estupefacientes. El consumo le ofrecía una perspectiva distinta, según decía. Resulta duro verse en el brete de tener que sospechar-afirmar que sólo movido por esos estados de descontrol habría sido capaz de escribir sus imprescindibles columnas o sus novelas. No tendremos jamás la seguridad de que así sea, pero tampoco conseguiremos las suficientes pruebas como para negarlo ya que en Hunter la escritura nunca fue el resultado de la sobriedad.
Su rutina de trabajo era tan desordenada como su escritura. Desayunaba solo y decía que jamás lo hacía antes de la medianoche. Era ésta la comida más importante del día y a la que dedicaba su tiempo: comía en abundancia y no le gustaba recibir a nadie en este momento. Bloody Marys, zumo de frutas tropicales, una taza de café, crepes, bacon, tortilla española, eran algunas de las preferencias alimenticias de Hunter. Y las combinaba con potentes cócteles de drogas y alcohol. Así pasó los años, así escribió, solo y alcoholizado hasta que se quitó la vida, el 20 de febrero de 2005. Desde entonces no hacemos otra cosa que echarlo de menos, a él que solía decir:
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