En su libro «Ojos y capital» Remedios Zafra plantea la idea de lo colectivo como la consecuencia de una reiterada visión-mensaje que consigue establecerse como construcción simbólica compartida, y apunta que la reiteración constante de una imagen puede convertirla en algo real y político. La historia del valor está estrechamente vinculada a lo político, afirma más adelante Zafra. Con esta idea me he encontrado al leer el ensayo «Iconomaquia. Imágenes de guerra» de Jorge Fernández Gonzalo (Ed. Páginas de Espuma). Este libro ha sido galardonado recientemente con el VIII Premio Málaga de Ensayo, certamen que nos ha dejado alegrías como la de Miguel Albero y su «Godot sigue sin venir. Vademécum de la espera» o la mismísima Remedios Zafra y sus «(H)adas, mujeres que crean, programan, prosumen, teclean». Cabe señalar que mañana será en Málaga su presentación oficial en rueda de prensa.
Un libro sobre la espectacularidad bélica
Los textos sobre la guerra intentan explicarla desde un punto de vista histórico y moralista, olvidándose del carácter iconográfico que la embarga. Las imágenes, sin embargo, han sido fundamentales en la construcción del significado de lo bélico. Así nos lo hace ver Fernández Gonzalo en un libro que aborda las múltiples definiciones sobre el binomio guerra-paz y que avanza sobre los aspectos menos visibles de él. Una de las preguntas que cabe hacerse, dice Gonzalo, es sobre el lugar que debemos adoptar como espectadores de este acontecimiento. Esta y muchas otras inquietudes son las que dan vida a este texto deslumbrante que les recomiendo profundamente.
A lo largo de la lectura de «Iconomaquia. Imágenes de guerra» nos encontramos con tres miradas sobre la guerra. En primer lugar, la forma en la que lo espectacular adquiere relevancia en el mundo y se apoya en lo obsceno para implantar una mirada unívoca sobre los conflictos; es decir, obligando a una mirada unidireccional sobre la vida.
Lo segundo que analiza Gonzalo es la disyuntiva en el significado entre los campos de batalla y la percepción que de ellos se tiene. En este punto cabe una interesante mirada a cómo en nosotros se gesta una necesidad impulsiva de observar con detenimiento imágenes dramáticas, de caos y muerte para no mirar aquello que habita en nuestro interior. La necesidad de mirar es motivada por el vacío existencial, dice. Una idea que puede enlazarse perfectamente con lo que Jung llamaba la sombra, lo que vemos negativo en los otros y que, en realidad representa nuestra propia oscuridad, lo que no deseamos mirar dentro, aunque en Gonzalo se dirige hacia la fragilidad de la existencia.
Hilado con eso llegamos al tercer puntal de la obra: la relación que existe entre guerra e historia y asimismo, entre guerra y cultura. Un punto en el que Gonzalo analiza las diversas formas de dominación y adoctrinamiento de las que se vale el sistema para mantener su poder intacto.
La guerra íntima, los cuerpos como campos de batalla
Si es difícil aislar el comportamiento de nuestro tiempo de las nuevas herramientas de comunicación, es imposible separar la historia de la guerra y a ésta del poder. Todas las civilizaciones parten de Troya, dice Gonzalo, porque es desde una guerra que se abre el camino a la evolución o, mejor dicho, desde donde se explica la vida social. De esa idea surge la guerra como institución que impone sus modos y sus principios; una forma más que adquiere el sistema para controlar la vida y disciplinar los cuerpos.
Sexismo y homofobia no son actitudes que puedan dejarse a un lado al hablar de la guerra. Y sobre ellos se detiene Gonzalo al hablar de ese lado autoritario y censurador del sistema que difunde una idea-imposición del deseo sexual heteropatriarcal e impone una relación con el propio cuerpo estrictamente convencional. Por otro lado, el racismo. La guerra obliga a la desnaturalización del otro, a la idea de que el enemigo no es persona, «la máscara del nadie» la llama Gonzalo. Estas dos ideas componen un interesante capítulo en el que nos adentramos en la forma en la que el sistema se aprovecha de las necesidades materiales de sus «hombres» para redirigirlos e imponer un comportamiento sexual y político de supremacía heterosexual y patriotera.
Pero hay más. Las nuevas formas de comunicación también han modificado la idea que teníamos sobre los conflictos bélicos; de este modo, las nuevas tecnologías armamentísticas han impuesto una nueva forma de combatir y de mirar lo bélico; y que se caracterizan por un distanciamiento físico-emocional que, paradójicamente, viene acompañado de una sobrexposición a lo iconográfico. Es interesante volver a Zafra en este punto, que reflexiona sobre la forma de superar el dolor a través de un exceso de imágenes que nos lo recuerden hasta el olvido.
Todas las sociedades parten de Troya porque en todas ellas la historia se ha contado partiendo de una guerra. En «Iconomaquia. Imágenes de guerra», Gonzalo reconstruye esa idea de lo bélico como eje de la construcción histórica y nos ofrece un libro fascinante, detallado y lleno de ventanas a otras lecturas que pueden servir para comprender en profundidad esa investigación-búsqueda hacia las nuevas formas que adquiere lo bélico en nuestro imaginario colectivo. Roland Barthes, Virilio, Beatriz Preciado, Carl von Clausewitz, Foucault y Rosseau son algunos de los pensadores que se pasean por estas páginas y sirven para amalgamar un razonamiento necesario y gráfico en torno a la guerra.
En la antigüedad sabíamos lo que ocurría en los campos de batalla por las crónicas de los combatientes o los reporteros. Hoy tenemos imágenes más sólidas y constantes de los conflictos. Sin embargo, seguimos sin saber qué es la guerra.
ICONOMAQUIA. IMÁGENES DE GUERRA
Jorge Fernández Gonzalo
VIII Premio Málaga de Ensayo
Páginas de Espuma
978-84-8393-213-1
232 páginas
Papel: 16 €
Digital: 5,99€
Debes estar registrad@ para poder comentar. Inicia sesión o Regístrate.