Así comienza «La señal» uno de los cuentos de Inés Arredondo. La fuerza de sus textos es innegable. Hoy, que se cumple el nonagésimo aniversario de su nacimiento quiero escribir sobre ella, porque sigue sorprendiéndome que no esté en boca de todos, siendo una autora tan intensa, clara y profunda y que supo construir una prosa limpia y revolucionaria. He pensado por ello que traerla a este ciclo de Entrevistas para el Recuerdo podría ser una forma interesante y cercana de pensarla y presentarla. Me apoyo en algunos fragmentos de entrevistas que hay dispersas por la red para componer esta semblanza.
Inés Arredondo me fascina por el motivo de su escritura: escribir contra el padre. Rebelarse contra la autoridad paterna en ella fue buscar un camino propio distinto al que le imponían las buenas formas y las convenciones. Asumió así el apellido de su abuelo materno que fue quien la ayudó a escribir, a estudiar, a convertirse en la escritora mexicana que muchos admiramos. Ni su padre ni su madre querían que se dedicara a las letras, querían hacer de ella una joven abocada a las tareas domésticas y que cumpliera con la moral religiosa (es decir, que su vida no le perteneciera). No lo consiguieron. Cuando vive en ti la necesidad de rebelarte, ¿existirá algo que pueda frenarte?
Lo pagó caro, sin embargo. Su pésima relación con sus progenitores y la falta de apoyo por parte de ellos provocaron en Inés una sensación de desamparo que la llevaron a atravesar períodos de fuertes depresiones. Pero ni siquiera la angustia consiguió aplacar en ella la sed de escritura, de búsqueda. Todo esto creo que la convierte en una persona admirable, y se quedaría en eso si su escritura no perteneciera al grupo de esas que te atraviesan y consiguen sacar de ti lo más oculto.
Inés tuvo además dos importantes aliados, sus abuelos maternos, con quienes pasaba largos veranos y en cuya casa sentía la libertad de dejar volar su imaginación. Fue Francisco Arredondo, su abuelo materno, quien la incentivó a cultivarse y dedicarse a la escritura. El paraíso de la infancia es para ella en su obra el ingenio azucarero Eldorado, donde tuvo la oportunidad de explorar su imaginación, encontrarse con la escritura y sentirse libre. De esa semilla surge toda su obra.
Tanto esfuerzo y sufrimiento dio sus frutos. Inés consiguió hacerse un hueco en las letras mexicanas y compartir esa idea que tenía sobre lo que era la escritura para ella: la forma de cazar la señal que dé significado a los hechos, convencida de que en la vida todo desaparece antes de que nos hayamos detenido a mirarlo en profundidad y de que lo entendamos. Al leerla, descubrimos a una autora que indaga en la oscuridad y en la hostilidad de la humanidad, que ha cuestionado los mandatos y cree en una forma artesana de vivir y escribir.
Cuando se le pide que se defina, Inés replica que está convencida de que no es posible definirse como persona sin caer en una caricaturización (resaltando alguna particularidad o componiendo una frase que deje en evidencia ciertos rasgos). Y continúa:
Respecto al cuento, la forma de entenderlo no cambia a lo largo de toda su vida: desea encontrar la trascendencia. Y en esa búsqueda ocupan un lugar primordial los sentimientos, la manera en la que nos relacionamos con los otros y comunicamos nuestro deseo y nuestras necesidades. Una forma de atrapar ciertas almas y exponerlas, para que en ellas otros podamos sentirnos reflejados e interpretados.
Sin duda, leer a Inés Arredondo nos devuelve la fuerza que las dificultades de la vida en sociedad intenta arrebatarnos. Leerla es volver a la inocencia con la certeza, como dice Bebe, de que «siempre hay luz al fondo».
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