No puedo negar mi preferencia hacia Pre-textos en lo que a poesía atañe. La explicación es simple: 1) la calidad de su catálogo y 2) el buen gusto con el que trabajan sus libros. Así que, nada me hace más ilusión que escribir esta reseña sobre el el último poemario de María Negroni deseando que sea la primera de otras lecturas de este maravilloso sello. ¿Vamos allá?
La infancia que se asoma
En Interludio en Berlín me encontré con una María Negroni completamente nueva, ubicada al límite de la ternura, donde la crueldad se turna con la melancolía para hacer frente a una realidad devastadora y a ratos (a páginas completas) solitaria.
María Negroni se caracteriza por ser una autora poco comedida; parece ir en busca de las palabras sin miedo a pronunciarlas y esa es, sin duda, una de las cualidades que dotan a su obra de una autenticidad poco frecuente. Sin embargo, en este libro aparece una voz mucho más intensa que intenta alcanzar una explicación en torno al comienzo de las cosas: al por qué de la escritura y del viaje fundamentalmente. Una voz que se turna (o riñe) con la dulzura y la brutalidad para manifestar la incertidumbre que genera la existencia, y por qué no, la escritura.
Así comienza uno de los poemas que marcará la perspectiva en torno a la cual gira este libro, al que podríamos definir como una búsqueda constante de la propia identidad; más aún, de esas múltiples identidades que vamos creando con el correr de los años, las experiencias y los lugares. Y, en esa pesquisa la escritura juega un papel protagónico, ya que va construyéndose con esos viajes y estructurando el universo poético de la autora.
Se trata de un poemario que crea lazos de tensión entre el vacío y aquello a lo que llaman realidad; que lo cuestiona todo incluso esa constante pregunta que desnuda la materialidad para dejarnos mudos e invadidos de dudas. Y esa desconfianza se pasea y va creando surcos (huellas profundas, quiero decir) en cada una de las líneas de este libro, para poner en palabras las pérdidas y el abandono.
Vuelve aquí esa búsqueda del yo poético. No hay nada que podamos hacer para irnos completamente de aquel que fuimos en la niñez. No hay nada que nos sostenga (o acorrale) más fuerte que lo vivido en esos primeros años. Y en la poesía, la niñez se asoma, incluso en aquellos poetas que se aferran a un idioma nuevo. En María, está en cada rincón como punzando para ser notada: y se traduce en una soledad adulta teñida de desamparo infantil y que constantemente está viajando hacia atrás como para aferrarse a ese deseo que ha desaparecido.
Digo esto porque aparece una clara necesidad de encontrarse a través de la escritura pero con el anhelo de dar con las palabras exactas para expresar el presente, sin que las sensaciones se confundan con el pasado. Quizás por esa tenacidad de vivir el ahora, de empezar de cero, de construirse surgiendo de las cenizas… Pero la poesía parece negar ese espacio porque no permite que el presente se aísle de las experiencias anteriores.
Y, si bien de alguna forma al escribir buscamos afirmar nuestro espacio para asirlo con uñas y dientes y evitar que nos lo arrebaten, no es posible crear un espacio que no tenga marca. No obstante, gracias a la capacidad de asombrarnos podemos construir casi en una página en blanco.
Viajes y escritura
No sólo el título sino la mayoría de los textos de este libro se encuentran atravesados por los viajes. Y esta parece una palabra que se bifurca en ideas diferentes. Por un lado hace referencia a los viajes en sí mismos, a moverse, a estar en un sitio extraño, a volar…, pero por el otro, establece una analogía con la escritura, con ese perseguir constante de algo del que no se tiene la certeza de poder alcanzar; esa búsqueda de la que hablaba antes: de la identidad, del alma, del lugar de cada uno en el mundo.
Las ciudades donde todo pasa y a la vez están desiertas es otra imagen vinculada a los viajes, que reincide en muchos poemas y que podría servir para dibujar el trabajo de la escritura. Por una lado, está esa sensación de llenitud y de placer que genera el componer un texto, y por el otro, la soledad que parece indivisible de este arte y que vuelve contradictoria la necesidad de contar algo porque para eso se requiere la pérdida de ese contacto humano.
Una cosa importante en la poesía es el interlocutor, ¿a quién se dirige el poeta? ¿quién es el que está del otro lado del poema? No me refiero al lector, sino a la entidad que debe responsabilizarse de lo que hay escrito. En este poemario no hay uno sino múltiples interlocutores. Es como si en ese constante viajar en pos de la identidad ésta desapareciera o se perdiera y entonces, la única forma de asirse a las palabras fuera a través de una persecución desesperada de cualquier interlocutor capaz de responsabilizarse del dolor, de la soledad (aquí vuelve la infancia). Por eso, el yo poético de a ratos se dirige a sí mismo, en ocasiones le habla al mundo, a veces reta a su propio corazón y en otros poemas parece dirigirse a cualquiera capaz de arrancar esa melancolía. Creo que esta decisión dota al poemario de una ambivalencia que encaja perfectamente con la incertidumbre que riega sus páginas.
En este libro descubrirán a una María Negroni más madura y por ende, más niña, más inquieta y, sobre todo, llena de contradicciones. Creo que no podría concebirse mejor poesía que una que reúna todas estas características, así que no se los recomiendo, se los aconsejo intensamente, ¡lean «Interludio en Berlín»! Puede que la sensación de estar vivos no alcance para estarlo, pero para ello tenemos la poesía y estos magníficos libritos que nos ofrece Pre-Textos.
Interludio en Berlín
María Negroni
Editorial Pre-Textos, 2014
ISBN: 978-84-15894-54-4
60 páginas
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