El deseo, la desesperanza y la búsqueda de la alegría del presente son los temas que se deslizan en «El invierno a deshoras», de Valeria Correa Fiz. Un poemario que nos anima a mirar la vida con la madurez de quien conociendo el sinsentido se lanza a la embriaguez del instante.
Las palabras olvidadas, aquello que hemos amado y se nos ha quedado chico, aquello que no supimos entender a tiempo o el cansino suceder de los días que nos empuja al olvido de las cosas importantes. Leer «El invierno a deshoras» de Valeria Correa Fiz (Poesía Hiperión) es intentar llegar al origen de esos temas que contienen nuestra experiencia. Una crónica del desarraigo en todas sus facetas; en lo referente a la distancia física que se necesita para mirar el pasado con luz y a lo que de carne hay en la mirada cuando amamos. Un poemario que combina de forma fabulosa la lucha por una estética clásica con un lenguaje que va siempre hacia delante, donde el juego es narrar en forma de poema.
El invierno del instante
Los almendros del campo han florecido; los árboles responden una vez más al frío del invierno tiñéndose de rosa. La imagen de las flores que le plantan su cuerpo y sus vívidos colores al mal tiempo siempre me ha entusiasmado. La vida, y cuesta asumirlo, es esas flores, es ese contraste que hiela o calienta, según qué matiz. Cuando nieva dentro, sin embargo, es difícil ver lo bueno que tiene la violencia, y por eso necesitamos de la poesía.
Y este libro tiene mucho de invierno, y de infierno; lo cual significa una búsqueda rabiosa por distinguir lo cierto de lo falso, en una carrera siempre confusa, tanto en lo lingüístico [in(v/f)ierno] como en lo vital [cada dos por tres, la vida escuece]. Esta inquietud filosófica y estética le permite a Valeria construir un libro que, aferrándose a una voz apuntalada en la mirada de la mitología (porque se pasean por estas páginas numerosos y entrañables personajes de la literatura) intenta desvelar lo que de luz hay en toda experiencia.
«El invierno a deshoras» es un poemario sobre el deseo. Y es también un homenaje a las segundas oportunidades, a las reconstrucciones, y a lo que de ilusión hay en todo vuelo, por bajo que resulte. Un libro que se construye con poemas que arañan la piel-corazón y que tanto pueden inclinarse por alabar las bondades del placer de la carne, como romper en pedazos todo principio y colgar un aullido desesperado en la noche, porque perder es siempre romperse un poco más [cada dos por tres].
El dolor es otro de los temas que atraviesa el poemario. Esa espina que pincha el deseo –cuando pinchar es sinónimo de hacer desaparecer (como si todo lo anhelado fuera aire atrapado en una bolsa)–. Me parece especialmente interesante la forma en la que Valeria va introduciéndolo en el libro. Comenzando por ese dolor superficial de las relaciones amorosas que empiezan con ganas de acabar(se), continuando por el dolor que se instala cuando la vida cambia (y nos cambia), y derivando finalmente en el dolor de la pérdida de un hijo, quizá la forma más extrema de angustia que se puede experimentar. Joan Didion dice que hablar de la mortalidad es referirse a los hijos; es posible que el dolor insoportable en ese lugar del pecho, que describe con maestría Correa Fiz en «Una piedad», sea la mejor evidencia de que hay miedos peores que el miedo a la propia muerte y miles de formas de malgastar los instantes.
En la insistencia del suspenso, la escritura
Uno de los ejes que sostienen el discurso de este libro es el placer sexual y su violencia. La forma en la que Fiz describe la pasión carnal en su poesía me parece lúcida y precisa, sin perder por ello un sentido estético abrasivo. Al leerla podemos descubrir sensaciones propias del erotismo clásico con ingredientes nuevos, que lo vuelven más sincero, menos artificial y, por ende, más específico. Pero no se olvida la autora de que escribir es ir hacia las cosas y coquetear con el lenguaje para nombrarlas desde la orilla menos evidente. Creo que consigue de forma magistral la construcción de una poesía que dice mucho más de lo que cuenta; y este es el rasgo que más me ha interesado de su poética.
A simple vista, decía, «El invierno a deshoras» es un poemario acerca del deseo y las relaciones amorosas. Sin embargo, los temas que abarca son muchos más. Están ahí los miedos de la ruptura, de la pérdida de la identidad que se instala cuando la extranjería llega. Están también las razones que nos llevan a apostar por una relación (o no), que se cimentan en miradas de un pasado cada vez más lejano. Están los sueños, y está también la desilusión.
Valeria usa el deseo como hilo conductor del libro: la chispa de esperanza que se enciende cuando… [y cada dos por tres] Aquello que brota en lo más profundo de nosotros y que nos impulsa a seguir. Imágenes de un romance que no fue pero habita en nuestra memoria, miradas en andenes que nos devuelven a una identidad más alegre, cuando las bombas todavía no habían devastado nuestro mundo. Recorridos por parques que son idénticos a los que pisamos y a la vez tan distintos. La búsqueda del deseo es la semilla de la mayoría de los poemas. Y en su consecución, la escritura.
El deseo, esa fuerza centrífuga
Y ahí, donde el deseo y las ansias, también la extranjería. Los viajes cruzados, las ciudades que nos pertenecieron y que se han quedado, como las palabras olvidadas, en un eco dormido. La pérdida del terruño que se convierte en un lugar ajeno, distante-distinto donde habita el horror.
La última parte del libro, que es para mí la más intensa, comienza con un poema que conecta todos los mundos que habitan en el libro. «Fuerza centrífuga» es una reflexión en torno a las muchas dimensiones que adquiere el deseo y los mecanismos de control que aprendemos a respetar para mantenernos a salvo del miedo. Y es también una reflexión sobre la naturaleza humana y nuestra incapacidad para observar el dolor de los otros e identificarnos con ellos.
Dice John Irving que nos forma el deseo y este libro puede servir para comprender cuánto. Valeria Correa Fiz nos ofrece aquí un poemario que se asoma a la abierta herida e intenta describir cómo lo que sangra siempre viene del deseo, porque nuestra búsqueda ancestral siempre ha sido la misma: huir de las formas y buscar una vida sin estrenar. Y aunque tarde o temprano renunciamos también a eso, tenemos la esperanza de regresar a esa idea: creer que los sueños pueden ser mucho más que sueños, y la vida mucho más que eso que sucede mientras cumplimos ordenadamente los mandatos.
La angustia existencial, que nos obliga a buscar en el amor lo que en la vida no podemos: ese volar sin alas, es otro de los elementos que surge y resurge en la poesía de Correa Fiz. Me gusta su forma de buscar en lo carnal lo celestial, de mezclar lo sangriento con lo sublime y demostrar que vivir-escribir es ir hacia lo abstracto pero siempre con un lenguaje que conecte con lo vivo, con la materia, con aquello que es experiencia y que da sentido al canto.
Para entender los grises oscuros que amenazan con voltearnos y mirarlos de frente, sin miedo, sirven libros como éste, que reconstruyen la fuerza del deseo y de la ilusión como herramientas imprescindibles para reinventarse. Leer para levantarnos, como los almendros, contra el frío del invierno.
¡No te pierdas este precioso poemario, porque hay vida más allá de la tristeza; porque la poesía tiene la capacidad para devolvernos la ilusión del instante!
EL INVIERNO A DESHORAS
Valeria Correa Fiz
Premio Claudio Rodríguez 2016
Hiperión Poesía
978-84-900209-4-4
288 páginas
9,62 €
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