RUTAS CONTESTATARIAS: La poesía de Jaime Gil de Biedma se encuentra atravesada por sus propias experiencias.
Jaime Gil de Biedma. Una infancia feliz pero en la que la mirada se amplía para observar que hay un mundo de otros, desgraciado e injusto. A partir de ahí, la poesía crece como una raíz que sirve para ahondar en las desigualdades y en el empeño de trabajar por un mundo mejor. Ahí, la poesía de Jaime Gil de Biedma se levanta con todo el potencial de la palabra pensada y escrita. Ahora bien, ¿qué es lo que resulta tan conmovedor de su escritura? Seguramente, la poesía de Jaime sea una de las más sinceras y descarnadas de las producidas en la Generación del 50, y esto la ha convertido en una de las más destacadas de esta época. Pese a que sus poemas se destacan por un predominante intimismo, Gil de Biedma supo convertir la experiencia personal en materia universal, y esto lo logró gracias al uso de un lenguaje directo, cargado de ironía y sensibilidad. La vida, el paso del tiempo y sobre todo un desencanto en las relaciones y en la política son algunos de los temas vertebrales de una obra magistral.
Entre lo íntimo y lo colectivo
El 13 de noviembre de 1929 llegaba a la familia Gil de Biedma su segundo hijo, Jaime. Era una familia burguesa con aspiraciones culturales, que inculcó en el niño la curiosidad por el arte y el pensamiento. En un ambiente marcado por los privilegios fue creciendo y formándose, pero pronto se topó con un gran muro: la rigidez de su propia clase social; su vida consistiría a partir de esta epifanía en la búsqueda del desclasamiento y la adquisición de la libertad. Los estragos de la Guerra Civil en España provocaron en él de forma temprana una conciencia política que se vería reflejada en su pensamiento primero, y más tarde en su escritura.
Durante su juventud, Jaime descubrió la poesía de T. S. Eliot y W. H. Auden, quienes influyeron profundamente en su observación poética; si bien no hay un gran parecido entre su estilo y el de sus maestros, sí podemos notar una sensibilidad similar a la hora de pensar el mundo y de ponerlo en palabras. Su amistad con escritores como Carlos Barral y Gabriel Ferrater, también serían sumamente significativas en este momento de su vida puesto que lo llevarían a explorar con conciencia su vena como poeta.
Lo primero que notamos al leer la poesía de Jaime Gil de Biedma es el ingrediente autobiográfico que la impregna. Muchas veces expresó que la posibilidad más hermosa que ofrecía la escritura poética era la de la autoexploración y afirmaba que escribir suponía para él un ejercicio de sinceridad para consigo mismo; pese a ello, y más allá de su sonada frase «El argumento de mi obra soy yo mismo», su manera de afrontar ese paisaje personal fue particular y le permitió convertir sus propias experiencias en un asunto colectivo.
En este viaje al mundo interior el poeta se encontró con numerosos temas que atravesaban su pensamiento y su conciencia de la vida que, al mismo tiempo, tenían un carácter universal: el deseo homosexual, la dificultad para afrontar (y aceptar) el paso del tiempo, el desencanto político, las pérdidas, son los principales ejes de su poesía. Y Jaime supo afrontarlos con una honestidad desgarradora, mostrando la lucha entre el deseo y la culpa, entre sus aspiraciones y sus fracasos, y ofreciendo una visión única de la experiencia humana.
El desencanto personal y político
Jaime Gil de Biedma podría ser calificado como el poeta de la libertad. En su obra denunció la represión sexual de su tiempo y también la censura y la violencia de la dictadura. A través de su poesía intimista trató temas universales como el deseo sin fronteras y la libertad de expresión y acción. La rebeldía y la importancia de la autoafirmación son dos ideas sobre las que reincide con frecuencia; sin embargo, el realismo que tiraba de él lo llevó a tener una visión desencantada de la vida.
El desencanto en la poesía de Jaime es personal, y se alimenta de aquellas relaciones truncadas (sufrió muchos desamores y sintió el gran peso de la soledad de los que no quieren estar solos) y de ciertas amistades que se rompieron por las disidencias ideológicas, pero es también político: toda la fe puesta en la República se viene abajo con la dictadura. Y aunque gran parte de su obra se centra en lo personal, no pudo ignorar el escenario político y social en el que vivía. Criticó con firmeza a la España franquista y, principalmente, a la burguesía tibia que no se opuso al régimen sino que, incluso, lo apoyó.
Uno de los poemas en los que mejor se puede notar este desencanto con su tiempo es en Apología y petición; siempre se señala en este poema el cinismo y la desesperanza, sin embargo, creo que hay también un giro luminoso sobre el final. Esto es porque, pese a que la desilusión es la gran sombra en la poesía de este poesía, la poesía le permitía entrar en un estado de melancolía dulce que, incluso en las peores circunstancias, podía poner un atisbo de luz a la realidad. Y ese poema termina de forma contundente pidiendo un cambio rotundo en los valores políticos de España, deseando que quienes guíen a la patria no sean más los aristócratas, sino los obreros.
Jaime Gil de Biedma falleció el 7 de enero de 1990 a los 60 años, víctima de una enfermedad de Hodgkin, un tipo de cáncer. Durante sus últimos años, su salud se deterioró considerablemente, y su vida estuvo marcada por una serie de problemas de salud, que incluyeron su lucha contra esta enfermedad, además de sus problemas con el alcohol. Pese a que continuó siendo hasta el último día un poeta comprometido con su tiempo, el deterioro físico le impidió escribir con la misma asiduidad con la que lo hacía antes.
En su última poesía alcanzó niveles de introspección y sensibilidad magistrales, siendo su propia lucha contra la enfermedad y la muerte el tema predominante. Resulta inevitable volver a leerlo con la fascinación del primer día. Si existe un poeta que defina los valores de la poesía de la posguerra, ése es Jaime Gil de Biedma, abanderado de la palabra y la libertad. La cartografía del amor y el desencanto.
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