Jean Stafford es recordada más por haber sido la esposa de Lowell que por sus logros literarios; una dificultad a la que se enfrentan muchísimas mujeres que se han emparejado con autores de cierto renombre. Pero, al igual que muchas otras, Stafford fue una escritora deslumbrante que les recomiendo profundamente.
Otra razón por la que Jean es recordada es su por haberse obsesionado a partes iguales con la literatura y el alcohol. Hoy intentaré rescatar su nombre a través de esa extraña relación. Sumando así un nuevo texto sobre este peculiar binomio, en el que participan personajes como Jack Kerouac, Elizabeth Bishop, Ernest Hemingway, Jane Bowles, Oscar Wilde y Shirley Jackson.
Infancia y encuentro con la literatura
El 1 de julio de 1915 nació en el seno de una familia intelectual, Jean Stafford. Su padre, John Richard Stafford, era un escritor de historias del Oeste que se publicaban en formato rústico (escritor de novelas de segunda, dicen la mayoría de sus biografías). Cabe mencionar que fue uno de los autores del Western cuyo trabajo se enmarca en la literatura pulp (en una época en la que se echaban de menos los gloriosos años de la fiebre del oro y esto se manifestaba en la búsqueda de historias clásicas donde el bandolerismo y la presencia de los ferrocarriles eran elementos ineludibles). Quizá, esa fascinación de su padre por las historias vaqueras fue un poco responsable de que Jean creciera con ansias de convertirse en una escritora capaz de desafiar las normas de un mundo machista y buscar su espacio en el universo de la literatura. Tal vez sólo tuvo que ver que algo nació torcido en ella.
Sin duda no fue el haber ganado el Pulitzer lo que la convirtió en un personaje ineludible de la literatura de su época sino el haber escritos impresionantes relatos que marcarían un antes y un después en la narrativa de su generación.
Jean entró al mundo de la literatura de una forma decidida: «Boston Adventure», su primera novela, se convirtió pronto en un superventas y fue aclamado victoriosamente por la crítica estadounidense. Después de ella, Jean publicó otras dos novelas, aunque no fueron tan conocidas. Pero sin duda, lo que mejor supo hacer fue relatos. Comenzó publicando en el periódico The New Yorker y algunas revistas literarias de la época. Sus textos que exploran un lenguaje directo y algo insolente, son el ineludible mejor legado que Jean podría habernos dejado.
La depresión y el alcohol en Jean Stafford
Sí, era una gran escritora. No, no era feliz. En la historia de la literatura abundan los casos de autores que no son felices aunque desarrollen una creatividad impresionante y ofrezcan nuevas perspectivas al mundo sobre la realidad. Jean se suma a esa larga lista; y aunque poco se sabe de su infancia, quizá su obsesión por emparejarse con hombres que le hicieran daño puede servir de explicación: la infancia nos persigue allá donde vayamos.
De sus relaciones amorosas se recuerda con más ahínco la que mantuvo con el poeta Robert Lowell. Una pareja que comenzó su acercamiento con dicha pero que fue destruyéndose. Ambos tenían mentalidades inestables y no supieron acompañarse de la forma más adecuada. Sumado a esto, el violento accidente de coche que sufrió la pareja dejó en ella un impacto tan grande que debió contarlo en su relato «El Castillo Interior», una de sus mejores historias. Esta relación dejó en Jean severas marcas físicas (tuvo que someterse a una operación de reconstrucción facial a causa de ese accidente) y emocionales (le diagnosticaron depresión aguda poco tiempo después de que terminara esa relación).
Después de Lowell Jean mantuvo dos relaciones más: con Oliver Jensen y con A. Liebling, también escritores. Con el primero la relación fue más o menos similar a la que había mantenido con Lowell (la inestabilidad mental se hizo con la dirección de ella), con el segundo tuvo momentos de dicha, aunque su felicidad fue interrumpida por la muerte de su marido. La tristeza y el daño emocional que le había dejado su relación con Lowell la perseguirían para siempre y la impulsarían a abrazarse a la bebida como única forma de sobrevivir al pasado.
Junto al alcoholismo vino la depresión: ambos hicieron un hueco en su vida y la acompañaron hasta el final. Su muerte tuvo lugar el 26 de marzo de 1979 (tenía Jean 64 años) a causa de una deficiencia cardíaca; además, Stafford llevaba un tiempo negándose a comer correctamente y la debilidad de su organismo colaboró con su deceso. Cabe mencionar que los últimos 15 años de vida, Stafford los transcurrió recluida entre su casa y el hospital psiquiátrico. Desde allí publicó su última obra, «The Mountain Lion», que tuvo un fantástico recibimiento por parte de la crítica. Pero Jean ya no estaba, y no pudo protagonizar este final sino uno más triste y más solitario.