El universo de Juana de Castilla, más y mal conocida como Juana la Loca, es uno de esos atractivos mundos en el que suelo sumergirme con cierta asiduidad. Me fascina esa mujer. ¡OJO! No ese arquetipo de mujer enloquecida de amor (demasiado machista para mi gusto) sino esa mujer que comprendió la vida a fondo y que no fue comprendida por ser única en su tiempo.
Juana I de Castilla es uno de los personajes más apasionantes y apasionados del siglo XVI de España. A quien artistas de todo el mundo han dedicado obras y cuya reputación estuviera signada por haber sido la reina más poderosa de Castilla, y también la primera dama a la que nunca le permitieron reinar.
La pregunta que cabe hacerse es ¿realmente estaba mentalmente desequilibrada? Vengo intentando responder esto desde que la conozco. Y cada vez estoy más convencida de que no, no estaba loca; al menos no, antes de que la confinaran en un torreón.
A juzgar por las cosas que se conservan, por sus cartas y por ciertas conversaciones que se incluyen en cartas de otros personajes de la época, sus razonamientos eran completamente lúcidos. Y quizás ese fue su principal problema: una mujer lúcida no era lo que necesitaba la corona castellana de los católicos.
Realeza y feminismo
Juana nació en una familia real y dejó bien claro que sus intereses eran muy superiores a los que se predecían para ella. Estudió varios idiomas y álgebra desde pequeña, desarrollando una capacidad de comprensión similar a la que podían alcanzar los hombres. Claramente no porque entonces los hombres fueran más avivados intelectualmente que las mujeres, sino porque eran los únicos que tenían acceso a la lectura y a los conocimientos, lo cual los convertía en individuos preparados para la vida fuera del hogar.
En contrapartida, las mujeres eran educadas en el amor y el respeto a su esposo e hijos, y desarrollaban capacidades más relacionadas con la vida doméstica. No obstante, hubo muchas que, como Juana, supieron oponerse (al mejor modo Yentl), y se enfrentaron a la sociedad patriarcal en la que vivían. A algunas les salió medianamente bien, pero otras, léase Juana, tuvieron que sacrificar demasiado sin alcanzar jamás la libertad que se merecían.
Monarcas déspotas, ambiciosos y egoístas hicieron de la vida de la reina un infierno, literalmente hablando, y consiguieron convencer incluso a quienes vendrían en la posteridad del desequilibrio de la reina.
Cuando tenía poco más de 15 años, fue enviada a Flandes (actual Bélgica) donde se esposaría con el entonces príncipe Felipe el Hermoso (el de la foto de abajo). No se conocían, ni siquiera habían intercambiado retratos, como era costumbre en la época.
En Flandes comenzó una nueva vida para la reina, marcada por una soledad y una tristeza infinitas, y que se vería interrumpida por la obligación de asumir su rol como reina de Castilla, ante la muerte de sus hermanos mayores (quienes eran candidatos a la sucesión de dicho trono). Juana era la nueva heredera del reino más poderoso de toda Europa, el Imperio español, que ya había bajado anclas en América y dominaba tierras a lo largo de todo el globo.
La lucha por la libertad
Es posible que la soledad y la presión que sobre ella ejerció el poder hayan socavado en cierta forma su espíritu, pero el problema de Juana no fue su estabilidad mental, (bastante bien llevaba este aspecto, si se tienen en cuenta las decisiones que tuvo que tomar y las que debió aceptar sin rechistar) sino el mundo patriarcal en el que nació.
Su madre era una mujer totalmente entregada a los quehaceres del reino, pero siempre fue «la mano derecha del rey». Aunque ciertos investigadores intentan hacernos creer que ella reinaba más que su esposo, tengo serias dudas al respecto. Isabel cumplía a raja tabla los designios divinos y reales y luchaba por un mundo donde la iglesia tuviera un poder intocable. Es decir, confiaba en uno de los organismos que con más esmero han trabajado por el lenguaje y la cultura patriarcal en detrimento de la liberación de la mujer y la igualdad de oportunidades. Ya hemos visto lo que le sucedió a Hildelgarda de Bingen.
Muchos investigadores, incluido el conocido Manuel Fernández Álvarez, expresaron que las razones por las que Juana no pudo asumir su rol, ese activo protagonismo al que, por su alto linaje, parecía destinada, fue su profunda depresión. No obstante, cabría preguntarse si la verdadera razón no estará ligada a esos acuerdos palaciegos que se desarrollaron con el objetivo de dejarla completamente fuera de juego.
Ser mujer en aquella primitiva Castilla era complicado, y si a esto se le sumaba la cualidad de pertenecer a la realeza, la vida podía ser un verdadero infierno: tanto para las que, como Isabel, aceptaban los designios divinos y se dedicaban a llevar una vida «decente», como para aquellas que, como Juana, necesitaban explorar su universo íntimo y no estaban dispuestas a que su condición de mujer las relegara a soportar los designios que el caballero de turno tuviera con su vida.
A veces pienso que aquel viaje extravagante con el cadáver de su esposo en mano no fue otra cosa que la afirmación de sus derechos respecto a su propia vida; para demostrarse a sí misma que podía hacer lo que tenía deseos de hacer, y que nadie podía arrebatarle su libertad. Puede incluso que esos meses deambulando de pueblo en pueblo hayan sido los más felices de vida.
Por otro lado, si lo miramos desde otra perspectiva, este viaje puede haber sido una inteligente decisión para salvaguardar su vida. Si alguien conseguía robar el cuerpo de Felipe (su padre, por ejemplo), tendría algo más con que controlarla; pero mientras ella estuviera cuidándolo, no corría peligro y continuaría siendo la Reina. ¿Esta explicación no haría tambalear en cierta forma la demencia siempre atribuida a Juana?
Flandes y Tordesillas, el infierno de la reina
La desventura de Juana posiblemente se encuentre enlazada no con un desequilibrio mental sino con la certeza del vacío que la rodeaba y la chispa de un deseo profundo horadando su alma. El viaje de encuentro con su amado fue sin duda el punto de partida para la madurez: en el que abandonó a la niña nerviosa y juguetona que había sido para convertirse en una mujer con conciencia de su mortalidad.
Asumo que gran parte de la tristeza de Juana puede estar relacionada con el escaso amor filial que había recibido, ese elemento fundamental para convertir una mente sana y que tanto escaseaba en las personas de la realeza: abocadas a sus tareas de reinar y concibiendo a los hijos como meros herederos.
Flandes se presenta como un país absolutamente diferente a lo que Juana está acostumbrada, con un idioma extraño, y un entorno que le es completamente ajeno. El distanciamiento con lo que nos rodea es el desencadenante del encuentro con nuestra alma; esto puede tener un resultado positivo si conseguimos comprender y sufragar nuestros deseos o negativo si todo lo que deseamos se ve eclipsado por lo que nos dejan alcanzar.
En Flandes comenzaron los primeros encierros. Su esposo, en vez de intentar acercarse a la tristeza (depresión que iba volviéndose más intensa con el correr de los meses), de escucharla, de entender sus miedos, la alejó de su lado. En una tierra extraña y hostil, lo único que la unía a la vida, su esposo, la encerraba. Comenzarían entonces los enclaustramientos que continuarían más tarde en Tordesillas, primero por parte de su padre y, finalmente, de su hijo primogénito.
Felipe (esposo), Fernando (padre) y Carlos (hijo), hombres todos a quienes no les interesaba la vida que estaban sacrificando y que sí manifestaban claros desequilibrios emocionales forjados con la misma guadaña que había tallado a Juana: la distancia de los padres en la primera infancia.
Intuyo que cuarenta años de encierro pueden turbar cualquier alma; es posible que los últimos de Juana hayan sido de una intensa locura. ¿Quién podría no enloquecer ante tamaña realidad?
Juana, una reina poderosa
Juana era poderosa: tenía una educación que le permitía estar a la altura de cualquier situación y a través de la cual podría haber controlado y nucleado todo el poder; no obstante, en un mundo caudillista y gobernado por hombres, sus posibilidades eran bien pocas. En un mundo, que se construía en base a los tratos no siempre claros, ella no tuvo aliados. Eso, posiblemente, fue lo que permitió que la dominaran con más certeza. La suya fue una sociedad patriarcal que no comprendía los comportamientos que se salían de las previsiones. Juana era una mujer poderosa y eso era lo que la volvía rara, incapacitada, loca.
Es difícil cuestionar la salud mental de una mujer que vivió hace tantos siglos; no obstante, es lo que se ha hecho desde siempre. La pregunta es ¿Por qué Juana? ¿Por qué se ha cuestionado tanto su salud mental y jamás se ha puesto en duda la de Carlos V (hijo que contrató al Marqúes de Denia para cuidar de su madre, y que pese a estar al tanto de los malos tratos que ella sufría por su cuidador, continuó ligado a dicho sádico) o la de Fernando (que, si no hubiera encerrado a Juana podría haber perdido el control sobre el reino de Castilla, en caso de que ella hubiera vuelto a casarse). No, esas mentes viriles no pueden cuestionarse; a cambio se construyen escuelas y calles que nos recuerdan lo inmensos que fueron.
Como bien lo dice Josemi Lorenzo Arriba, la historia quiso que Juana pasara a la posteridad como la mujer amorosa: la convirtieron en un estereotipo de lo femenino (parece que la locura de amor solo es posible en nosotras). Creo que ya va siendo hora que le devolvamos a la reina lo que le pertenece, su cordura. Para ello, qué mejor forma que comenzar citando a Enrique VIII, quien cuando conoció a Juana, dijo:
Comentarios4
Que conste por adelantado, no soy ningún entendido en la materia. Creo que Enrique VIII vio lo que con un análisis serio de la situación como el que acabas de hacer querida Tes, se podría apreciar.
De loca tenía muy poco, lo único era ser mujer y preparada en una época donde lo que se premia era lo contrario.
Un abrazo.
No es la primera autora que ve a Juana como víctima del machismo por parte de su padre,marido y después de su hijo. Rosa Montero en su libro Pasión habla con projilidad de ese asunto y cree que la reina fue víctima de intereses político de su época. Me ha gustado mucho el artículo.
Yo creo que Juana se volvio loca a causa de los celos e infidelidades por parte de su marido Felipe el Hermoso, unido a eso la soledad y la tristeza que le toco vivir en Flandes.
Te felicito muy bueno este articulo.
Enhorabuena por este artículo, por tan completo.
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