En la voz de Clarice Lispector siempre encuentro paz. A diferencia de lo que me ocurre con otras autoras y otros autores, que pueden producirme sensaciones de agitación, en Lispector percibo la paz. No es porque en su narrativa no haya crueldad, que la hay, sino porque en ella la vida parece sencilla. Algo que sucede, la vivamos o no. Algo que sucede, pese a nosotros. Algo que es más fácil de discurrir de lo que parece y cuya certeza podría devolvernos esa tranquilidad. Hoy sumo a este ciclo de recomendaciones que es Las Repeticiones, «La hora de la estrella» de Clarice Lispector.
La luz que brilla
«La hora de la estrella» es una novela corta que intenta discernir cuál es el peso de la luz. Partimos de la realidad de una joven que es nadie a la vista de los otros pero a quien le sucede algo que le sirve para cambiar su vida de una forma rotunda. Un instante para brillar, es todo lo que necesita para romper con el anodino discurrir de sus días. Y eso que le sucede es la mirada de un escritor, que quiere regalarle a esa chica normal una vida especial.
Como bien lo define el narrador, esta historia trata de
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una criatura que vive simplemente; sin aspirar a mejorar pero sin sentirse mal con lo que tiene. Vive como quien está y no está al mismo tiempo en el mundo que respira.
Pero no, no es sobre esa chica que trata la historia sino sobre la quietísima y a la vez intensa y escalofriante actitud creativa. Lispector nos regala un primer capítulo en el que nos permite entrar en la habitación de un personaje que es quien nos contará la historia. Hombre parado que imagina la vida de una joven, que define sus rasgos, su tiempo y sus acciones. Existe así, toda una teoría sobre la creación, sobre las cosas que son importantes a la hora de escribir. Sobre el privilegio que tenemos de poder imaginar y crear mundo.
Al reconocerla y reconocerse en ella, el narrador quiere modificar los ejes de su existencia para que pueda aprovechar mejor el tiempo de frutillas. Así, va dibujando un mapa de entresijos que le darán vuelo a la vida del personaje. Y, nos permitirá a lo largo de la historia presenciar las diversas etapas de la construcción literaria.
De esta forma, el narrador parte de ese primer período que vivimos, en el que la historia se va gestando en nuestro interior; esa primera etapa en la que descubrimos un personaje y nos abrazamos a él, o se sube a nuestros hombros para no dejarnos más; y nos aterriza lentamente en la sensación del agobio que produce tener la historia ahí, en la punta de la lengua y necesitar contarla: ese ya no aguantar más la presión de los hechos, que nos obliga a lanzarnos a la escritura compulsiva.
Narrador que espera y (des)espera
Existe en esta narración un exquisito juego de personajes. Partimos de la mirada de un escritor, que se siente poca cosa en el mundo, y que intenta proyectar sus propias miserias y temores en el cuerpo de una joven de vida mediocre, tal cual nos lo cuenta. A partir de ahí, intentará fabular para conseguir una historia lo suficientemente contundente como para dotarla de un personaje consistente, capaz de vivir más allá de lo que ve, de construir(se) más allá del mundo que le ha tocado.
En ese sentido es una novela fabulosa que intenta desnudar esa trama invisible que tiene lugar cada vez que un escritor se sienta a escribir. La magia de la creación literaria y sus peligros son seguramente uno de los ejes y de los temas fundamentales de toda la historia.
Podemos a través de la lectura entender cómo y por qué un escritor necesita plantear(se) la vida de un personaje y de qué forma se pueden transgredir esas barreras mentales que le impiden vivir libremente. Y en ese punto, cabe un espacio para la responsabilidad. Ahí, el peso de la luz.
Uno de los grandes aciertos de Lispector es escoger una voz narradora masculina; porque genera en nosotras primero una distancia, que se va diluyendo hasta convertirse casi en una voz propia. ¿Son realmente los géneros barreras infranqueables en la narración? Quizá esta sea una de las preguntas que se hace Lispector o que intenta develar con este libro.
Sin duda, leer y releer «La hora de la estrella» de la inmensa Clarice Lispector es una excelente idea para disfrutar de lo que queda del verano; por eso he querido sumarla a este ciclo de recomendaciones. Y termino con esta foto maravillosa de Clarice Lispector junto a Glauce Rocha e Dirce Migliaccio. Pertenece al fotógrafo Moskovics, sobre el que escribí en el ciclo de Fotografías Literarias, y creo que puede ilustrar mucho del sentido de esta novela.
Comentarios2
parece interesante jajaja xD!
Gracias Tes: me la recordaste y me diste la idea de volver a leerla y apreciarla mucho más Es una mujer muy seria, interesante y talentosa, gracias a tí y, a Clarice Lispector. Hasta pronto, las felicito a las dos! Martha Lucía González Uribe
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