«La máscara infame. Actas de la inquisición a Eleno de Céspedes» (La tinta del calamar ediciones)


 
 
Hace una semana escribí sobre la postura de la RAE frente al lenguaje inclusivo y mencioné un libro que me parece sumamente interesante y que hoy recomiendo en el ciclo Literatura y sexualidad. Se trata de «La máscara infame. Actas de la inquisición a Eleno de Céspedes», una lectura muy recomendable para comprender la forma en la que se censuró la sexualidad no normativa durante la Edad Media.
 
 

La transexualidad en tiempos inquisitoriales

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Con este epígrafe de «Emblemas morales» de Sebastián de Covarrubias Orozco, comienza «La máscara infame», una obra que narra con fino detalle las acusaciones de sodomía que sufrió Eleno de Céspedes, quien llevó una vida sexual atípica al mantener relaciones con personas de ambos sexos. Eleno explica en dicho texto la forma en la que su vida sexual fue cambiando con los años pasando de sentirse mujer a verse como un hombre, y solicita clemencia ante la iglesia católica; sin embargo, son tiempos de represión moral, por lo que no le resultará sencillo convencer a los jueces de su inocencia.

En estas actas se hace un repaso de la vida amorosa de Eleno de Céspedes –es posible que el nombre a muchos nos suene por considerársela como la primera mujer que ejerció de cirujana en España (quien debió hacerse pasar por hombre para conseguirlo)–. Podríamos decir que se trata de un transexual (aunque él no se define como tal) al que la iglesia acusa de hacer tratos con el demonio para poder burlarse del sacramento del matrimonio. Una criatura que no se reconoce en el sexo que se le adjudica y que defiende su inocencia con las herramientas que tiene, frente a un verdugo que no concibe la posibilidad de que alguien no encaje en los parámetros de sus estrictas normas morales.

Una de las cosas que más ha llamado mi atención es la forma fría con la que se trata a Elena. Para los jueces no hay un hombre, no hay una mujer, no hay una persona; hay una criatura desagradable, que merece desprecio y sobre todo, que debe ser ajusticiada. Así, la obligan a someterse a toda clase de escrutinios y pruebas para comprobar su inocencia y, sobre todo, para entender si su sexualidad ha sido natural o elegida. En esto la iglesia siempre ha sido muy rigurosa, puesto que la única que puede imponer normas por encima de ella es la madre naturaleza. Frente a esta actitud, que puede resultarnos tan conocida (y repetida) a lo largo de la historia, ¿cómo no empatizar con la historia de Eleno?

Respecto al lenguaje, por momentos el texto es un poco reiterativo y cansino; no obstante, sirve para entender la insistencia de la iglesia al tratar ciertos temas. No deja de ser curioso esa preocupación por tener todos los detalles respecto a la sodomía a la que se le acusa a Eleno; quien debe enfrentarse a preguntas absolutamente específicas acerca de su intimidad y de la forma en la que ha vivido su sexualidad. La humillación a la que es sometido con el deseo (llevado a la práctica con saña) de demostrar que no es un hombre sino un farsante, la forma despótica en la que se lo trata a lo largo de todo el juicio, despertarán en nosotros, como mínimo, impotencia.

El texto se enriquece también con un elocuente y exquisito epílogo de Antonio Orejudo, que sirve para internarnos en la visión que la Edad Media tenía sobre la mujer y la sexualidad. Es muy interesante el recorrido que nos permite hacer a lo largo de la historia para ver con claridad cómo la sexualidad no normativa pasó de ser una forma más de relación social-sexual a convertirse en una razón para condenar o torturar a alguien.

La transexualidad en la historia

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Esto que dice Orejudo en el epílogo puede servir de resumen escuetísimo sobre lo que encontramos en este libro, que es, en definitiva, un texto sumamente específico, que redunda en testimonios en torno a la naturaleza de los sexos, un tema sobre el que la iglesia siempre ha escrito y en el que se ha esmerado especialmente en ser «erudita» para conseguir controlar a través del comportamiento humano, el desarrollo social.

Existen numerosas historias de mujeres travestidas en la antigüedad, deseosas de vivir más allá de las fronteras marcadas por los hombres. Eleno fue una de ellas, pero tenemos también a Juana de Arco y a la Monja de Alférez. Y si escarbamos en la historia, las encontraremos a puñados, porque siempre han existido mujeres insumisas, por suerte. Y en este punto creo que no viene mal la aclaración de que todo se trató, desde un principio, no tanto de argumentos vinculados a la relación de poder entre hombres y mujeres sino de algo mucho más perverso por parte de la iglesia (representada por hombres inhabilitados por juramento a hacer uso de su sexualidad). Una estrategia vil para encausar y mantener en su lecho las aguas, es decir, un arma de control social. Por eso, fue necesaria la normalización de la heterosexualidad y la censura de toda sexualidad que pudiera desbordar el deseo y la libertad de los humanos.

Sin duda puede ser ésta una fabulosa lectura para estos tiempos que corren –que se anuncian de cambio aunque no lo son tanto–. Un libro que se posiciona a medio camino entre la ciencia del pornógrafo y el urólogo y que permite pensar que la actitud infame y vil es la del opresor, siempre dispuesto a tocar los órganos genitales de las pobres criaturas moradoras del mundo. Sin duda, resulta espeluznante comprobar cómo desde siempre la iglesia ha tocado donde no debía y los estados han aprobado ese tocamiento a través de instituciones y funcionarios dispuestos a ejercer de sobadores.

Es éste un libro que se lee rápido y que resulta sumamente atrapante. Estamos ante un documento fascinante e íntegro, de una época que sigue despertando en nosotros curiosidad, impotencia y rabia, pero también deseo e intriga. ¡No deberían dejar de leerlo!



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