Hoy se cumple un nuevo aniversario del fallecimiento de Anne Hébert, autora canadiense famosa por producir una literatura intensa y reflexiva en la que prima el choque del mundo interior con la realidad externa. Sin duda es una autora que llama la atención porque pese a que la literatura canadiense no gozaba entonces de un buen prestigio, Hébert consiguió ponerla sobre la mesa y, en un mundo sexista, ella se hizo un hueco con nombre y apellido.
Por todo esto no se me ocurre mejor forma de recordarla que una pequeña semblanza y un repaso a través de su obra. No dejen de leerla.
La voz de la literatura canadiense
Anne Hébert nació el 1 de agosto de 1916 en Quebec (Canadá) y se destacó por su poesía y sus peculiares guiones. En un tono que va de lo erótico a lo filosófico, construyó una obra generosa y potente. Vivió varias décadas en París, ciudad a la que amó desde pequeña. Pese a que ya llevaba muchos años escribiendo, en esta etapa le llegó la fama y su obra adquirió una cierta visibilidad.
«Los sueños en equilibrio» fue su primer libro, que publicó cuando tenía 26 años. Desde entonces no cesó de escribir ni publicar, aunque tuvo que recorrer un largo camino de anonimato hasta que su nombre comenzó a figurar entre los más destacados de la literatura canadiense. Entre sus títulos más interesantes se encuentran «El torrente», «Los hijos del sabbat», «Habitaciones de madera», «Kamuraska» y «Poemas para la mano izquierda».
A lo largo de su amplia trayectoria, Hébert publicó novelas, poemarios y textos de versátil estilo; aunque sobre todo se hizo conocida por sus novelas y su estilo poético que impregnó todas sus creaciones. Algo de la poesía le llamaba poderosamente la atención, evidentemente, ya que su voz siempre tiende a torcerse sobre este lenguaje independientemente del género que tocara.
Cabe mencionar que también trabajó durante muchos años como guionista para una cadena de televisión canadiense. Desarrollando esta labor de forma paralela a la producción poética y novelística. Su último título, «Un traje de luz» lo terminó de escribir poco antes de fallecer, el 22 de enero de 2000 (cuando tenía 83 años) y se publicó de forma póstuma.
La palabra como misterio
La obra de Anne Hébert se encuentra llena de detalles y es sumamente llamativa su gran capacidad para contar historias centradas en tramas donde las pulsiones internas jugaran un papel importante, sin por ello convertirse en novelas banales.
En su mirada hay una pasión por arañar el misterio que guardan las palabras, ese que no se aparece a simple vista. A través de la forma, nos va guiando por laberínticos escenarios en los que podemos encontrar un gran simbolismo que se construye con imágenes a veces muy evidentes pero que esconden un trasfondo que si no estás atenta se te puede escapar. Es decir, sus creaciones presentan una interesante doble lectura que resulta deliciosa.
Otro elemento que cabe resaltar de su obra es la importancia de la carne, de lo que nos vuelve seres vivos, de nuestras miserias más naturales, en las cuales se apoya para mirar hacia una serie de cuestiones más abstractas que la obsesionan y que, viene a decirnos, se encuentran absolutamente vinculadas a nuestra sangre, a nuestra bilis, a lo que nos hace terrenales.
Por otra parte, los temas fundamentales de la obra de Hébert son el choque entre el universo interior y la realidad, y la forma en la que se experimenta y nos transforma el choque con el afuera. Asimismo hace un especial énfasis en la responsabilidad del artista de transformar el mundo que le rodea para completarse como persona.
Indudablemente hay mucho que extraer de la obra de Hébert por lo que es una autora que merece nuestra atención. No dejen de leerla para descubrir qué tiene para ofrecerles a ustedes.
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