La vida trágica de Horacio Quiroga, el autor de «Cuentos de la selva».
Un día como hoy falleció Horacio Quiroga, a quien le debemos cuentos mágicos en torno a la vida de los animales, pero también historias terribles sobre el amor, la muerte y la desgracia. Su vida, como su obra, estuvo marcada por numerosas experiencias de ambos calibres: naturaleza y desgracia. En este artículo repasaremos los hechos más dramáticos que tuvo que vivir y que, de alguna turbia manera, lo convirtieron en el escritor que todos amamos. Hoy es un excelente día para leerlo.
Primer encuentro con la muerte
Horacio Quiroga nació en Salto (Uruguay) el 31 de diciembre de 1878. Fue uno de los descendientes del caudillo Facundo Quiroga, y su padre ejercía de vicecónsul argentino en Salto cuando nació Horacio.
La vida de Horacio Quiroga estuvo marcada por la tragedia. Cuando tenía apenas dos meses de vida su padre falleció de forma terrible al dispararse por descuido con su propia escopeta. Al enviudar, la madre, Pastora Forteza, decidió mudarse a Córdoba (Argentina) con los hijos, pero cuatro años después volvieron a Salto. Allí conoció a Ascencio Barcos con quien contrajo matrimonio. Durante el breve tiempo que Barcos formó parte de la familia Horacio tuvo un padre, con quien mantuvo una estrecha relación. Pero el drama volvería a golpear la puerta de la casa: en 1896 Barcos sufrió un derrame cerebral que lo dejó semiparalizado. Se quitó la vida de un disparo en el momento en que Horacio entraba en la habitación en la que se encontraba. Esta imagen truculenta lo acompañaría el resto de su vida. Con la herencia recibida decidió viajar a París, donde estuvo cuatro meses. La experiencia de este viaje la plasmó en su libro Diario de un viaje a París.
La vida difícil de Quiroga se vio compensada con una gran habilidad para diversas materias: se le daba bien la escritura, la fotografía, el cultivo y la mecánica; con estos dones consiguió desarrollar una vida con momentos de alegría y disfrute. Pero la muerte sobrevolaba sobre su realidad. A principios de 1900 su amigo Federico Ferrando le contó que iba a batirse en duelo con un periodista que había publicado una tremenda crítica sobre su obra, Horacio se ofreció a limpiar el revólver que utilizaría en dicho acto, con tan mala suerte que al intentar desarmarla, se le escapó un disparo que hirió de muerte a su amigo. Este momento terrible marcó un antes y un después en su vida: se separó de todos sus amigos uruguayos y se fue a vivir a Argentina.
La selva misionera ejerció un poder hipnótico sobre Horacio Quiroga. La visitó por primera vez en un viaje organizado por el Ministerio de Educación en el que el escritor Leopoldo Lugones debía investigar las misiones jesuíticas en la zona y él fue en calidad de fotógrafo, profesión con la que estaba ganándose la vida en aquel momento. Fruto e este viaje es su novela Los perseguidos. En 1906, Quiroga regresaría a la selva para quedarse a vivir a la orilla del Alto Paraná. Allí ejerció de juez de paz y dio inicio a una explotación de yerbatales. Allí nacieron sus dos hijos, Eglé y Darío, a quienes educó Horacio mismo en aquel epicentro de bosque y palabras.
La muerte y la tragedia definitivas
La vida volvió a interrumpirse cuando su esposa Ana María Cires se suicidó, en 1915, utilizando un sublimado que Horacio empleaba en el revelado de fotografías. Este hecho nuevamente sacudió los cimientos emocionales del escritor, y decidió mudarse nuevamente a Buenos Aires. No obstante, a partir de ese momento pasaría períodos en la capital y otros en la selva. En 1932 se radicó definitivamente en Misiones junto a su tercera esposa, María Helena Bravo, y la hija de ambos. Pero la vida en la selva fue insostenible para ellas, quienes en 1935 decidieron regresar a Buenos Aires. Horacio permaneció en la selva hasta que los dolores por su avanzada enfermedad, padecía cáncer de próstata, fueron insoportables, y decidió viajar a Buenos Aires para tratarse.
El 19 de febrero de 1937 desesperado por los sufrimientos y anticipándose a los que lo aquejarían si continuaba se quitó la vida ingiriendo cianuro. Murió en pocos minutos. Sus restos se encuentran enterrados en San Ignacio (Misiones) en donde actualmente se puede visitar la Casa Museo Horacio Quiroga. Para esta fecha, cada año, se realizan numerosos homenajes para celebrar la obra de este escritor.
Horacio Quiroga, el hombre perseguido por la sombra de la muerte, que supo encontrar en las palabras y en la selva una forma de mirar el mundo que despejara la grisura y nos ha dejado algunas de las obras más interesantes de la Literatura Argentina, fue despedido por su amigo Emir Rodríguez Monegal con estas palabras:
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