María Alcantarilla tiene una manera de enfrentarse al lenguaje que te sacude. A mitad de camino entre la infancia y la pérdida insostenible que trae toda madurez, ofrece contundentes poemas y prosas que te obligan a la reflexión.
Nos conocimos hace tiempo y coincidimos en dos cosas muy importantes: nuestro amor por los animales y nuestro deseo de mantenernos al margen del ruido que imponen las redes sociales y la vida fugaz-falsa de la modernidad. Intuyo que ambas lo intentamos, quizá lo consigamos. Le debía este texto porque desde nuestro encuentro no he dejado de leer sus creaciones, que publica acompañadas de maravillosas fotografías, de las que también es autora la mayoría de las veces, en su muro de Facebook; un espacio en los redes para sobreponerse al ruido falso de la vida revuelta.
Nacer en la escritura
Hace unas semanas me hice con su libro «Ella: invierno» y quise sellar esa promesa que me había hecho de escribir sobre ella. Porque cuando tienes que expresar tu opinión respecto a los libros que te han entusiasmado ya no se puede decir que estés haciendo un trabajo, estás dándote a ti misma lo que te calma el dolor de la vida.
En la poesía de Alcantarilla (me baso sobre todo en la lectura de «Ella: invierno») hay un desgarro absoluto; deambula en cada párrafo esa tristeza bañada de soledad que sufren aquellos que no nacieron para este mundo. Porque María, tiene más de hada desorientada que de mujer, y por eso puede profanar con sus palabras nuestros cimientos, y por eso es capaz de atravesarnos y demostrarnos que nos conoce más a nosotras que nosotras mismas. Y es que su manera de acercarse a la escritura es a través de lo que desconoce. Y, al hacerlo, nace una y otra vez, como vuelve el invierno cada año a nuestra ventana.
La duda es nuestra única certeza
Hay una certeza: la duda. Aquello que no existe y que ignoramos si acaso sería posible. Para muchos es el motor por el que vale la pena despertarse cada mañana; para otros, más pragmáticos, es la eterna enemiga, la que vuelve imposibles todos los intentos. Así somos los humanos; tan diferentes y a la vez tan idénticos, porque todos dudamos.
En «Ella: invierno», Alcantarilla postula que la duda puede ser una forma de volver a nacer, construye a partir de ella la posibilidad no de remediar pero sí de superar el pasado, porque esa incertidumbre es todo lo que sabemos de nosotros («La duda es la certeza de uno mismo»). Y usa esa sentencia para argumentar que el dolor también es parte de esa duda; por eso, aún aquellos que se sostienen a base de lo desconocido para levantarse cada día no pueden negar la tristeza y la desesperación de saberse solos y perdidos.
La pérdida siempre nos mata
Posiblemente no exista un tema más recurrente en la literatura y, sobre todo en la poesía, que la pérdida. No obstante, continuamos volviendo a ella porque nada no es tan incomprensible como aquello que fue toda nuestra vida y de pronto desaparece. La pérdida nos recuerda que la vida es corta y que como mortales que somos no nos queda mucho tiempo. Y nuestro impulso es regresar a la infancia; a ese tiempo en el que todo parecía posible, en el que teníamos toda la vida por delante. Pero no podemos. Y entonces la literatura se nos vuelve imprescindible.
En «Ella: invierno», María se enfrenta al vacío de la pérdida partiendo de la base de que ese que fuimos en otro tiempo (junto a un otro vivo) ya no existe. El hueco de la pérdida no se mide por el vacío que el otro dejó en nuestro entorno, ni siquiera dentro de nosotros, sino por la evidencia de que ya no seremos la misma persona. Y la necesidad de reconstruirnos se nos vuelve imposible de razonar y, al mismo tiempo, de conquistar.
Pero Alcantarilla avanza un poco más, tuerce los límites de esa pérdida y asume que es ese abandono su nuevo germen para vivir, para reconocerse en el mundo y cimentar nuestra existencia. De este modo, la duda que al principio era un motor de difícil anclaje, cambia su mirada del pasado hacia el futuro. Un remate así para un libro tan angustiante me resulta maravilloso; porque la esperanza no reside en creer que las cosas van a cambiar sino en tener la ilusión de que así sea, aunque en el fondo estemos convencidos de que la vida es un sinsentido sin igual, como lo fue la infancia.
Leer a María Alcantarilla es como intentar olvidar la historia:
Comentarios1
Qué bonito todo lo que dices de ella y de su obra. Tendré que leerla ;). Un placer que nos traigas estos descubrimientos.
¡Gracias! Estoy segura de que a ti te encantará, porque eres un buen lector 😉 Un abrazo grande!
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