Hoy vuelvo con un libro para nuestra sección del desván de los libros perdidos. En esta oportunidad se trata de una obra de carácter bien andaluz, «Las cosas del campo» de José Antonio Muñoz Rojas. Espero que se animen a leerla. Aquí les dejo algunas buenas razones para hacerlo, y evidencias que me obligan a incluir este texto en esta sección de libros necesarios.
La vida en el campo
«Las cosas del campo» es una obra escrita por José Antonio Muñoz Rojas que, aunque nos obliga a entrar en ella como si de un libro de memorias se tratase, su lectura ofrece una experiencia tan vasta que al poco andar ya nos sentimos dentro de una ficción, o más aún , de un viaje, al corazón de Andalucía. A sus campos, a su gente.
Este libro ha sido aplaudido por voces de innegable referencia en la literatura; el propio Dámaso Alonso le escribió a Muñoz Rojas una carta en la que le decía que acababa de escribir el libro en prosa que más le había emocionado en la vida, por la belleza de su escritura y por el contenido.
Cuando era niña vivía en el campo. He visto cómo la vida se abría paso entre maizales y endurecía la piel de las personas, y a veces también sus corazones. Al leer este libro no he podido evitar volver a esa infancia, a esa tierra, y conmoverme ante estas páginas.
«Las cosas del campo» es un libro que pinta de maravilla el trabajo diario en el campo. Un campo andaluz, que en algunos aspectos se parece tanto al campo de mi infancia en Argentina. Son curiosos los parecidos que hallamos entre dos lugares que deberían ser antagónicos. Mientras caminaba por estas páginas y me encontraba con la árida tierra andaluza, parecía como si en cualquier momento pudiera llegar a cruzarme con los personajes y los fantasmas de mi infancia.
Un cortijo andaluz con historia
Muñoz Rojas vivió en un cortijo típico andaluz ubicado en Antequera, donde recogió los apuntes para dar vida a esta maravillosa obra. Lamentablemente se hicieron de él escasas ediciones, aunque fue una obra aplaudida y alabada por importantes personajes de la literatura de aquel entonces.
El pulso de la tierra, el cambio de las plantas con el correr de las estaciones, la necesidad de las lluvias, el deseo de que acampe, el corazón de la tierra que da vida o permite la vida de los que la labran. Todos estos son elementos fundamentales de esta obra; y nos invitan a observar con precisión el sudor, las heridas, la mugre, el rigor, que caracterizan la vida en la naturaleza.
A modo de diario va presentándonos las lecturas que le marcaron mientras nos permite adentrarnos en la vida del cortijo, haciéndonos notar el constante movimiento que caracteriza la vida allí: a diferencia de lo que suele creerse. Y aparecen criaturas que aunque parecen mágicas, sin duda pueden relacionarse con la forma en la que se gesta la vida en estos rincones apartados. Conocemos así a Miguelillo el pavero, Narciso el cantor, Juanillo el loco, y otros personajes que se nos grabarán para siempre.
También es una obra que permite comprender la forma en la que los seres humanos se relacionan con el medio y cómo la necesidad de los unos hacia los otros es recíproca: los vegetales necesitando de los humanos para dar frutos cada año y continuar su existencia y los humanos precisando de esos frutos para subsistir.
Sin duda, «Las cosas del campo» es una obra maravillosa que no podía faltar en nuestro ciclo del desván de los libros perdidos. Se las recomiendo, para internarnos en un tipo de lectura muy diferente a la que corre por las fronteras de lo corriente, una forma de mirar por otra ventana, de contemplar esa naturaleza de la que tantos y tantas han escrito desde una nueva perspectiva. También los invito a leer otras entregas de este mismo ciclo en las que hemos traído obras como «La caída del rey» de Johannes Jensen, «Walden» de Henry Thoreau y «La puerta» de Magda Szabo.
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