Dudo de los escritores que reniegan de las nuevas tecnologías porque siempre creo que imaginan más de lo que saben. Y aunque de imaginar se trate el oficio si vamos a poner en tela de juicio la realidad más vale ponernos a investigar sí, pero sobre todo, a experimentar a fondo la materia que la compone. Reniego de los que dicen que si las nuevas herramientas de comunicación han empobrecido el lenguaje o aquéllo de que si vivíamos mejor antes, porque me cansa lo que no construye. He visto a muchos que como enviados profetas pueden asegurar exactamente el daño que el uso de Internet ha provocado en nuestras sociedades y lo que nos deparará en el futuro a causa de ello, a nosotros y a los libros, y que se refugian, pese a todo, detrás de una pantalla. Sin embargo, me interesa lo que piensan los escritores y me agrada descubrir lo que observan. Sobre todo cuando construyen una mirada amplia y diversa. Por todo esto me acerqué con entusiasmo a «Las palabras primas» de Fernando Iwasaki —IX Premio Málaga de Ensayo— (Páginas de Espuma) porque quería recorrer ese camino de palabras cruzadas que se proponía el autor y ver cómo era capaz de encajar tamaña travesía con la realidad lingüística que nos representa, en estos tiempos de chats y redes sociales. Lo que encontré en este libro es un universo de palabras compartidas entre los hispanohablantes, un maravilloso homenaje a nuestro idioma, con sus matices y su historia, y una certeza: el mundo cambia (y nos cambia); a veces lo que nos ofrece es valioso y por eso vale la pena la transformación, pero en ocasiones puede empujarnos a la holgazanería, los vicios y a la aceptación del empobrecimiento cultural e intelectual y ¡más nos vale estar atentos para evitar esta caída en picada!
El pasado y el futuro de la palabra
«Las palabras primas» se construye en primer lugar como un vocabulario de palabras perdidas. Iwasaki se propone no sólo rastrear el origen y evolución de ciertos términos, sus cambios según cruzaran el océano y de qué forma, sino también recordarnos que en el empeño de ser modernos e incorporar palabros y extranjerismos a nuestro lenguaje corremos el riesgo de perder palabras bellísimas. También nos presenta una larga lista de palabras de este lado y del otro del océano que, debido al paso del tiempo y a la hegemonía que en el lenguaje tiene el habla culta (que viene a ser, urbana), están desapareciendo.
Para unir ambas orillas se apoya en dos criaturas: el Inca Garcilaso de la Vega y Miguel de Cervantes. Ambos supieron cultivar lenguajes orilleros, donde la identidad de las palabras trascendía la patria. Ambos fueron criticados en su tiempo y, sin embargo, hicieron maravillosas reconstrucciones de la cultura latinoamericana y española, respectivamente. Pero Iwasaki va más allá, para hablarnos de las costumbres, de cómo ambos usaron el lenguaje para poner a salvo las palabras que les interesaban: las relacionadas con el vino en el caso del latino y las vinculadas al juego, en el de Cervantes. Rescata también Fernando muchas de esas palabras y nos ofrece un exquisito capítulo en torno a la relación de Garcilaso con el vino y los viñedos y otro en torno a los diversos juegos de naipes que gustaban al lepantino, ¡una gozada!
De esta forma, Iwasaki, que parte de un presente un poco desalentador donde hemos perdido nuestra capacidad de usar correctamente el lenguaje debido a la urgencia que supone la escritura en Internet, atraviesa un camino que va desde ese primer encuentro de dos mundos, narrado para la posteridad por aquel primer mestizo, hasta el presente y la invención de las nuevas comunicaciones. Pero en vez de dejar las cosas en suspenso concluye que en todos los siglos ha existido esa hegemonía de unas lenguas sobre otras y que es trabajo de los hablantes proteger y transmitir esas palabras que emocionan y crean mundo para evitar su empobrecimiento.
Las palabras y las fronteras
Uno de los rasgos más interesantes de «Las palabras primas» es esa feliz convivencia que en él tienen las palabras latinoamericanas y castellanas. La forma en la que Iwasaki viaja a través de las muchas culturas que compartimos abecedario y cómo nos invita a recuperar la esencia de las palabras me parece realmente fascinante. Me ha gustado esa idea de las palabras como esquejes, porque primero está la imagen pero necesita de alguien que la nombre, porque esa necesidad de nombrar-contar-enseñar es la que hace posible el enriquecimiento y la supervivencia del lenguaje.
Me ha llegado mucho también la reflexión en torno al peso que otras lenguas han tenido en el desarrollo del español culto que ha sido superior al de palabras propias de nuestro idioma traídas de otras regiones. Hay un fabuloso desglose de cómo llegaron las papas a España y la palabra patata, desarrollada a partir de la voz anglosajona, se adaptó y suplantó a la voz latinoamericana, más apropiada para el mismo tubérculo. Y también hay un curioso capítulo en torno al término polla, en el que Fernando despliega toda su habilidad y a la vez que nos alumbra nos divierte y nos invita a apostar.
Y en este punto aprovecho para escribir sobre el humor, que impregna y aromatiza todo el libro. Aprender y reflexionar parecen a veces actividades alejadas de la risa, porque entendemos mal el humor, que es sin duda el acto de rebeldía contra la muerte y las dificultades de la vida más necesario. El humor es además un elemento característico de los hispanohablantes por lo que no podemos hablar de lenguaje y dejarlo aparte. Al leer «Las palabras primas» se reirán mucho (¡Ojalá! ¡Tenemos que reírnos más!).
Las palabras surgen de la realidad y esa frase con la que he iluminado esta última parte de la lectura me parece que se relaciona perfectamente con lo que decía al comienzo. Reniego de quienes critican las nuevas tecnologías porque asumo que en la realidad está el lenguaje, en la relación que establecemos con la tierra y aprendemos a nombrar las cosas cotidianas. Sin duda, tenemos un gran universo de palabras que son familia y que apenas se conocen, como esas primas que vienen de lejos. Eso viene a contarnos aquí Iwasaki.
Humor y palabras primas (y hermanas), entonces, se asoman a este libro, que se nutre de la historia de nuestras muchas naciones —pueblos hermanados en un idioma— y nos habla de esa España, transformada a través de aquéllo que fue una conquista para los castellanos e implicó una pérdida en muchos aspectos para los nativos hispanoamericanos, y de las deudas lingüísticas que el español tiene con las lenguas andinas. Sin quedarse en la herida, Iwasaki rescata el potente intercambio intercultural que tuvo lugar en esos primeros viajes.
Aprender a nombrar el mundo
Otro capítulo absolutamente interesante es el que Iwasaki dedica a recuperar palabras del argot campesino de Andalucía. Cómo puede ser, se pregunta, que en todo el mundo lo español esté vinculado a las tradiciones del sur pero el idioma del sur apenas se conozca, y sus matices y sus muchos y maravillosos acentos pasen desapercibidos para los extranjeros. Me he sentido muy identificada con esa idea de extranjería constante, que implica que para tus compatriotas hayas cambiado tu forma de expresarte y hables como un español (gallego, en argentina) y para los españoles sigas sonando tan extranjero como el primer día. Comparto también esa rabia que expresa Iwasaki de que fuera de España se vincule el sonido del lenguaje a los acentos hegemónicos porque entristece pensar que se están perdiendo tantos matices y diferencias del habla andaluza (según qué ciudad y qué campo) que son un verdadero disfrute. Y me han encantado las muchas palabras sureñas que ha escogido para protagonizar este ensayo.
Aprender a nombrar las cosas resulta tan importante como olvidar o dejar ir las cosas dolorosas del pasado, pero para reescribirnos, por otro lado, es indispensable volver a ellas y mirarlas desde otro lugar. Así, olvidar el idioma del padre es evidentemente tan necesario como recuperarlo, y el trabajo de los amantes del español debería ser olvidarse de la voz rotunda de los académicos y concentrarse en los sonidos sibilantes del campo, donde nació el lenguaje y donde continúa teniendo la sonoridad y autenticidad de sus orígenes. Esto me llevo de «Las palabras primas».
Como último apunte diré que en la bibliografía he echado de menos la presencia de más mujeres. Si bien el capítulo de la maravillosa Pardo Bazán me ha encantado, me ha sabido a poco. Sigo pensando que la mirada sobre ciertos temas continúa siendo dictada por los patriarcas y eso punza. No obstante, es un libro maravilloso que ningún amante de nuestro idioma debería perderse.
Fernando Iwasaki estará presentando «Las palabras primas» el próximo jueves 22 de febrero a las 20.00 en la Librería Proteo Prometeo de Málaga. ¿Se lo van a perder?
LAS PALABRAS PRIMAS
Fernando Iwasaki
IX Premio Málaga de Ensayo
Páginas de Espuma
978-84-8393-232-2
256 páginas
Papel: 18,00 €
Digital: 5,99 €
Comentarios3
Excelente escrito. Gracias por compartirlo
El libro es precioso; no te lo pierdas, Tibaldo. Un abrazo.
Con un contundente razonamiento, te has explayado, sobre los diversos temas relevantes del escrito de Fernando Iwasaki ,lo has acercado, haciendo con tu aprobacion y admiracion, una suerte de iman, que atrae a su lectura .- Felicitaciones eres una excelente y fundamentada comentarista, fue muy interesante, contigo, internarse en las diversas disertaciones de este autor al que tu aludes , te dejo un cordial saludo.- PD intentare leerlo .-
Muchas gracias por tus palabras, Ana María. Me gusta sobre todo eso de "imán que atrae a su lectura". ¡Ojalá que lo leas! Seguro que te gusta. Un abrazo grande.
Gracias, todo mi cariño, para ti.-
Gracias, Ana. Y yo te mando un abrazo grande grandote.
Gracias por escribir sobre su libro de seguro me va a gustar, porque él es uno de los grandes actuales.
Un saludo
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