Te invitamos a leer este libro de cuentos de Ana Gómez Perea, donde confluyen la infancia, los sueños y las segundas oportunidades.
Si pudiéramos meter en una caja todo lo vivido, seguramente lo que tendríamos sería una acumulación bestial de experiencias y emociones desconectadas entre sí que dirían mucho de aquello en lo que nos hemos convertido y, a la vez, no servirían para explicarnos. Si quisiéramos hacer de esa gran caja un libro nos resultaría muy complicado darle forma. Por eso, la literatura no es como la vida y apoyándose en la estética sabe discernir lo que tiene semilla de ser narrado y lo que no. Discernir esto y narrar desde esa experiencia heterogénea es uno de los mayores desafíos. Por eso cuando nos sentamos frente a un libro que lo consigue con acierto no podemos evitar admirar el trabajo. Eso ocurre cuando leemos «Hoy no hay culpables» de Ana Gómez Perea (Mitad Doble), un libro de relatos escrito con ternura y oficio.
De la tradición y nosotras
«Hoy no hay culpables» puede leerse como un cuento de hadas donde la realidad no es tan romántica y los personajes tienen menos ayuda del entorno para conseguir sus metas. En ese sentido es una contra lectura de este género tradicional y podríamos decir que busca ordenar el relato de nuestra historia desde una mirada realista. Y aquí habría que decir, el lugar que las mujeres ocupamos en el relato tradicional.
A medida que avanzamos en la lectura comprendemos que el hilo que unifica los relatos es la infancia. Y ahí quizás supo Ana Gómez Perea dar con el método apropiado para ordenar los objetos de su gran caja. La incredulidad, la violencia, la incomprensión y con ellas los traumas que germinan en la infancia son los puntos de partida de casi todos los relatos. En algunos casos sin mostrarse de forma directa, siendo una realidad oculta, como agujero e gusano que mueve el relato hacia arriba y hacia nosotros.
Pero algo muy interesante de este libro es que en ese escarbar en el pasado no hay victimismo ni autocompasión por parte de los narradores sino una mirada casi humorística y una luminosidad que genera disfrute e inspiración, sin llegar a rozar la frivolidad. Gómez Perea trabaja desde la ironía las posibilidades que se abrieron a causa de esa herida: es decir, sus relatos se construyen desde las posibilidades de la vida y no desde el fracaso, y eso me parece que le otorga a este libro una fuerza contundente.
Los sueños y su sustancia
Entre las particularidades del lenguaje habría que señalar el uso de frases cortas y contundentes y la búsqueda de color a través de imágenes precisas. A Gómez Perea parece interesarle un lenguaje limpio para contar lo mínimo y dar lugar a una serie de realidades soterradas que se visibilizan a medida que leemos. Eso vuelve interesante la lectura y nos incentiva a continuar.
Locas, perdidas, no amadas, criaturas que no han sabido sobrellevar el peso de la vida o que han sido apartadas de la normalidad por diferentes razones, son las protagonistas de estas historias. La mayoría narradas en primera persona, todas ellas bañadas de luz y deseando asirse a nuevas oportunidades.
Otro de los elementos que cabe destacar es el trabajo sobre las imágenes oníricas. Si bien no se trata de una narración simbólica, como a simple vista podríamos pensar, hay una reconstrucción de lo soñado desde una visión luminosa y casi fantástica. Una serie de relatos donde se ve ese intento de narrar un todo aparentemente desconectado, vinculado desde la ilusión de que vida y sueño, pasado y futuro, sean la misma cosa.
Y de nuevo, romper la tradición
La revisión de la tradición donde los personajes femeninos son dulces y abnegados me parece el mejor punto fuerte del libro. Por eso quiero volver a él. Ana construye personajes que a pesar de las heridas consiguen ponerse de pie y sobrellevar una vida desde el fracaso. Busca en la luz el punto de encuentro entre los diversos relatos y consigue atraparnos y bañarnos de ilusión a través de estas historias.
La ironía y el humor son los dos recursos que mejor maneja Ana, pero no hace un uso exagerado de ellos, es decir, jamás llega a la banalidad, los usa en tanto y en cuanto le permiten construir las historias sin perderse. Y este es otro punto fabuloso.
Memoria, sueños y paraíso son los horizontes que apuntalan los cuentos y le permiten a Ana Gómez Perea abrir la caja y presentarnos un universo colorido que se organiza siguiendo el hilo de la luz.
Estamos ante un conjunto de relatos que giran en torno a la vida y a sus posibilidades y que nos invitan a pensarnos en tanto y en cuanto criaturas corpóreas y finitas con mucho por delante que se esfuma si miramos demasiado hacia atrás. Sin lugar a dudas es un libro lleno de luz y encanto que a muchísimos lectores les alegrará la vida.
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