Hace unas semanas me encontré en la página oficial de Samsung con un mensaje que llamó profundamente mi atención. En la presentación de los nuevos televisores Quantum Dot se muestra un salón en el que se puede ver la figura de un hombre con el mando a distancia mirando la tele, a un lado hay una mujer planchando y en el suelo, una niña que colorea una hoja. Sobre cada uno de los personajes puede leerse: papá, mamá, niño, respectivamente. No sólo me parece terrible que la figura de la mujer siga asociándose con los quehaceres domésticos y la del hombre con el campo intelectual y, parece, el derecho al ocio; sino que además esta forma en la que publicidades y mensajes subrayan el modelo de familia heteropatriarcal y convencional me parece sumamente peligroso.
A raíz de este encuentro nefasto con las formas en la que se inculcan modelos de vida estrechos, he estado trabajando en un par de textos en los que reflexiono sobre la forma en la que nos mostramos y en la que el lenguaje sexista y clasista se cuela en nuestra conversación sin que nos demos cuenta.
Inicio con este texto un par de artículos sobre el lenguaje de género. Comencemos por el principio, ¿es nuestro idioma sexista? Esta y otras preguntas formulo e intento responder en este texto que espero les guste.
El lenguaje como legado cultural
La forma en la que nos comunicamos dice mucho del lugar del que venimos, pero sobre todo del sitio al que queremos llegar. Culturalmente se ha utilizado el lenguaje para insertarnos maneras de ver el mundo y de construirlo, pero en nosotros está que esas líneas gruesas que definen nuestro habla se doblen y seamos capaces de discernir qué significa realmente lo que decimos y de qué forma mejorar nuestro vocabulario para que nuestras representen realmente lo que pensamos respecto al nosotros mismos y al mundo que nos rodea.
El lenguaje es un legado cultural que nos llega con las experiencias acumuladas de nuestros ancestros, y condiciona nuestra forma de mirar el mundo. Teniendo en cuenta esto, si miráramos el lenguaje con un microscopio podríamos entender cómo nos expresamos y qué estamos diciendo a cada momento.
El lenguaje tiene una estrecha relación dialéctica y si conseguimos cambiarlo, con él ayudaremos a construir un presente con una percepción diferente de la realidad.
Uno de los problemas al que nos enfrentamos al pensar en el sexismo en el lenguaje es el purismo a ultranza de las academias de la lengua, que se resisten a cambiar definiciones que insinúan o expresan de forma directa formas peyorativas de mencionar a determinados colectivos, o usos denigrantes de ciertos conceptos, los cuales muchas veces conllevan un mensaje sexista. Se sorprenderían profundamente si buscaran el diccionario de la RAE el término «sexo» al encontrar que según esta distinguida academia las mujeres pertenecemos al «sexo débil» y los hombres al «sexo fuerte». Cabe mencionar también la tardanza y la reticencia que la RAE ha mostrado en la incorporación de femeninos de ciertas profesiones o cargos.
¿Es el español un idioma sexista?
Aunque a simple vista la respuesta que todos damos a esta pregunta es ¡sí! sería interesante hacer un análisis más profundo, ligado a lo que sabemos de nuestro idioma.
Si partimos de la base de que nuestro idioma pertenece a las llamadas lenguas de género (son las que poseen morfemas diferentes que permiten distinguir entre género masculino y femenino) podríamos afirmar que el sexismo es intrínseco a él y que, por ende, el trabajo de construir un lenguaje no sexista es todavía más arduo. Sin embargo, pese a que en los últimos años se han puesto de moda las terminaciones sustantivas y adjetivas de «@» o «x» (Ejemplo: amig@s / amigxs), es necesario aclarar que la mejor manera de combatir el sexismo debería ser enriqueciendo el lenguaje y no estableciendo normas que no tienen una directiva lingüística que las sustente.
En este punto hay que aclarar dos cosas. Antes del período romántico nuestro idioma poseía tres géneros: masculino, femenino y neutro que no se distinguían entre sí por las terminaciones sino por el uso de artículos y demostrativos. Es decir que el hecho de que hoy en día asumamos que los femeninos terminan en «a» y los masculinos en «o» es una degradación (una más) que ha sufrido el lenguaje a partir del romance.
Por esta razón, y si hilamos más fino, nos encontramos con que muchísimas palabras masculinas terminan en consonante, y lo mismo pasa con los femeninos. Algunos sustantivos apelativos que pertenecen a este grupo podrían ser «actriz», «juglar», «príncipe», doctor». Y si todavía investigamos más, llegamos al punto de que muchas palabras no tienen género y éste les viene dado por el artículo que lo acompañe; estos nombres apelativos se corresponden con el denominado «género epiceno» que pueden servir para referirse tanto al femenino como al masculino. En este grupo entran «criaturas», «víctimas», «personas», las tres son de tipo femenino, aunque pueden servir para referirse tanto a hombres como a mujeres. También las hay del género masculino, aunque pueden servir para referirse también a mujeres «vejestorio», «mamarracho», «personaje».
Llegados a este punto podemos decir que, si bien las bases de nuestro idioma pueden denotar un cierto sexismo, si aprendemos a usarlo con responsabilidad podemos cambiar esto sin entorpecer la comunicación ni hacer mamarrachos con el lenguaje. ¡No se pierdan la próxima entrega en la que nos adentramos en el uso del lenguaje no sexista en la ficción! Tampoco se pierdan este texto de la UNESCO que puede servir para aclarar más aspectos sobre el lenguaje sexista.
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