Algunas lecturas tienen la extraña habilidad de arrebatártelo todo. Podemos pelear, rasguñar, resistirnos pero siempre, más tarde o más temprano, terminamos embadurnados de sus ideas y silogismos y nos damos cuenta de que todo ese sacrificio ha sido en vano. Lenguaraz, un libro de aforismos de Erika Martínez que publicó Pre-textos, tiene ese capacidad. Aquí va mi pequeña lectura.
Certezas evasivas y aforismos
Todos hemos intentado alguna vez (algunos más en serio que otros) construir un texto aforístico, creyendo, quizás, que basta con plasmar una premisa y guiñar un córner sobre el final para que se deslice el ingenio y no así la idea fundamental. Pero en realidad la construcción de esta brevísima narrativa es algo más complejo. Exige poner sobre la mesa todas las palabras del lenguaje y evitar justo esas que son las que darán en el clavo. Y este es un trabajo serio y minucioso. Me temo que debe llevar más tiempo construir un buen aforismo que escribir una novela de 500 páginas.
Erika Martínez, todos lo saben, es una poeta española que alcanzó una gran visibilidad con su último poemario, El falso techo, que si no lo han leído se los recomiendo de aquí a la China. Es una autora que te descose, como esos libros que te atrapan y de los que no hay forma de desprenderse. Después de haber sido tocado por su poesía a tu barco, ya totalmente lleno de huecos a diestra y siniestra, sólo le queda una salida: abandonarse al naufragio lenta y dulcemente, para no dejar en evidencia el desastre que se cuece tras su proa acribillada. Erika es una estupenda poeta, pero es mucho más que eso. Tiene una forma de pisar las letras absolutamente curiosa; parece andar distraída pero me temo que sabe exactamente a dónde debe apuntar.
Debo reconocer que siempre me han gustado los aforismos pero nunca había leído un libro sólo de textos de este género. Así que me he estrenado a lo grande con Lenguaraz un libro lleno de humor, de combate, de caricias y también de ternura. Y ya desde su prefacio se perfila la intensidad y la dirección de la obra: una cita de Ralph Waldo Emerson que, a modo de premisa ineludible, dice «Todas las paredes son puertas«. Desde ese punto se van hilvanando todos los aforismos que vienen a demostrar la certeza de esa frase; porque Erika los construye partiendo de paredes desnudas.
Poesía que se escurre
Parto con esta frase porque creo que es la mejor definición que se puede hacer sobre este género, cuya verdadera finalidad es poner en palabras el rastro de lo que produce la certeza más que a ella misma. Puede que incluso esta sentencia sea válida para explicar toda la buena literatura. Se espera que un buen libro nos lleve en un viaje hacia el fondo de nosotros mismos donde seamos capaces de abrazar nuestras miserias y de darnos una tregua para regar esas flores que se van marchitando. Si la literatura conquista el costado de las cosas, como lectores no nos queda otro remedio que trabajar a la par que los escritores. Y lo que esta labor común produce son obras inagotables, como lo es la capacidad de razonar e imaginar de la que todos hemos sido dotados.
En este libro hay poesía. Parece que aquellos buenos poetas no pueden escapar a esa pasión por la lírica y, lo quieran o no, siempre terminan ofreciéndote textos de una riqueza lingüística más propia de este arte que de la narrativa. Y Erika conquista ese costado sin dejarse afuera la belleza; quizás ofreciéndole a ella todo el protagonismo.
Lenguaraz está dividido en cuatro partes (La concentración, Las corredoras, La ráfaga y Hematomas). Cada una de ellas se detiene cuidadosamente en la reflexión de temas fundamentales no sólo para la escritura sino también para la vida. La arquitectura me pareció un claro edificio para mostrar esa analogía entre la forma en la que pensamos y el proceso de construcción aforística.
Tendemos a creer que los aforismos son para causar risa. Y quizás, en parte no estamos tan equivocados; la risa es el mecanismo más interesante para poner en marcha los engranajes del cerebro y reflexionar sobre lo que nos rodea. Pero deberíamos dejar ese viejo tópico de que los aforismos son «chistes», porque en verdad estas sentencias tienen otro objetivo: provocarnos la náusea para ser capaces de repensar aquellas cuestiones que creemos intocables.
Atacar el fuerte
Pensar. Arañar el abismo y ver qué se esconde detrás de lo inoculado desde pequeños. Ser buenos. Poner la otra mejilla. Ser atentos. No responder a aquéllos que nos agreden. Perdonar a todos. Todas frases que se han metido en nuestra psique como con un hierro candente. Contra esas evidencias que nadie cuestiona se postula Erika.
Este es uno de mis aforismos preferido, debo decirlo; porque hay mucho más en él que lo que vemos en una primera lectura. Habla de ciertas cuestiones familiares para nosotros y en las que apenas nos detenemos: la sumisión, la culpa, el egoísmo como cosa negativa, el victimismo como herramienta de dominación. Habla de lo peligroso que resulta apoyarse en esa tradición que se presenta dulce y suave pero cuyos únicos objetivos son doblegarnos (¿quién podría resistirse a la bondad de un hombre que permite que le asesinen después de torturarlo durante horas por el bien de TODOS?). Y quizás, si nos ponemos exquisitos, también podemos encontrar en esta frase las estrategias de tantos sistemas que nos determinan, nos ordenan y nos prometen la paz, pero terminan chupando nuestra sangre.
Las corredoras es un canto sobre el feminismo, sobre la lucha de igualdad entre sexos y sobre la necesidad de convencernos de que todo este combate no tiene que ver con una ideología. Se trata más bien de la conquista de los derechos que todos tenemos por haber nacido, y que a muchos (en general muchas) nos los han arrebatado. Entre todas las afirmaciones de Erika me quedo con la necesidad de pensar el feminismo incluso desde los grandes patriarcas y con la idea de que si nos convertimos en cómplices de nuestra propia condena y asumimos sin chistar la sumisión, no tenemos excusa. (un texto religioso habría dicho, perdón).
Ráfagas y hematomas
Un aforismo se escribe en una pared en blanco y apenas la mancha; lo que la cambia es lo que produce esa mínima suciedad. Porque la función de estas breves premisas es mover nuestra perspectiva y obligarnos a tomar partido (difícilmente no lo logran si está bien construidas). En un aforismo se abre el mundo y, a la vez, todo el mundo puede detonar en una brevedad semejante.
En un intento de comprender la esencia homogénea de esta obra me he quedado pensando en el proceso de creación aforística. Primero, la necesidad de fijar la vista en un punto determinado (concentración). Después, de repensar los principios a través de ese vértice (corredoras). Más tarde, volver la mirada hacia otro lado para impedir que la idea fundamental con las palabras que la nombran sea dicha (ráfaga). Y por último, la imagen contada de una forma rota o indirecta, el aforismo propiamente dicho (hematoma). Un aforismo se construye partiendo de la abstinencia de la concisión, dice Erika. Sólo así pueden entrar en juego los guiños, el humor y la irreverencia, las tres cualidades fundamentales de los buenos aforismos.
Este libro te deja con ganas de más Erika Martínez. Escrito a medias entre la máxima ternura y la mayor de las rebeldías parece una obra sin fondo; cuanto más lees más te llevas, más te hace pensar. Sin lugar a dudas estos aforismos alcanzan y doblan su propio objetivo. Galimatías tan trabajadas que dan en el clavo evadiéndolo. ¡Eso sí! Es un libro para leer con mucha calma. Hay que masticar las palabras, revisarlas, escribirlas, llevarlas a otra parte, leerlas de atrás hacia adelante. Y el resultado no es exactamente conseguir una certeza sino vislumbrar su costado.
Hay quienes en su mesa de luz tienen una biblia y cada noche leen una página al azar; yo he optado por Lenguaraz. La diferencia es sutil: una lectura busca en nosotros la afirmación, el convencimiento; la otra, nos invita a cuestionar cada vértice de nuestra realidad.
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