Sobre los Panero se ha escrito muchísimo. Páginas llenas de ira y también de reconciliación. Hoy el que nos ocupa es Leopoldo María Panero, el rebelde y el desordenado de la familia. En nuestro ciclo de literatura y alcohol, por el que ya han pasado William Faulkner, Charles Bukowski, Anne Sexton y Elizabeth Bishop entre muchos otros, recupero la memoria del autor de «Heroína y otros poemas» con una mirada sobre sus adicciones y su pasión literaria.
La familia es lo primero
Era el del medio de los tres hermanos, hijos del poeta falangista Panero. Adorado por muchos, Leopoldo María Panero fue dueño de una poesía caótica que, de a ratos parece escrita a vuela a pluma y en ocasiones se encuentra manchada de reflexiones profundísimas que te revuelven desde dentro.
Nada salvó a Panero del desgarro. De joven se fue de Madrid a Barcelona a estudiar Filosofía, donde se dejó invadir por el desencanto, atándose a la heroína y a cuanto droga se le ponía al alcance. El alcohol comenzó también en aquella época a ser su fiel compañero, como lo fuera de su padre, y el joven Panero se centraba en escribir como Hemingway, poemas de amor desconsolados y a veces mediocres.
La infancia de Leopoldo María estuvo irrigada de soledad y acompañada de una madre incapaz de salvarse y cuidar a sus hijos; así lo experimentó el poeta que, en sus últimos años contaba que ella, Felicidad Blanc, lo había vuelto loco durante la vida y continuaba atormentándolo en sueños. Su progenitora acercándose en medio de las sombras y devorando lentamente su corazón: esa era su imagen onírica más recurrente de los últimos años.
De esa familia no pudo salirse el poeta y nos lo contó en numerosos versos; frases que hablan de la ruptura interior que se produce cuando un mundo que sabías cierto se desvanece, cuando te sabes solo en medio de la locura que los demás no comparten ni entienden. Así llegó al alcohol, a zambullirse en una vida desordenada cuando apenas tenía veinte años, de la que ya no pudo escapar. De la que lo arrancaron los manicomios, sin demasiado éxito, como es de esperarse.
Escribir desde el destierro
El hippismo de los años setenta encontró en Panero en un portavoz. Junto a otros poetas, asiduos también a las tabernas y los bares, Panero confió en esa nueva mirada sobre el mundo e intentó asirse a ella, aunque el dolor ya le consumía y cada vez con más violencia. Y también estaba la familia. Ese núcleo férreo que cayera de cabeza cuando el franquismo dio su último coletazo, dispersando a sus miembros, como entidades irreconciliables e irreconocibles entre sí. Los Panero ya no eran hermanos, y así lo dijo el mayor, que apreciaba más la poesía de Octavio Paz que la de sus hermanos menores.
Mondragón, Santa Águeda, la Clínica Psiquiátrica Pedralbes, el Sanatorio Psiquiátrico Hermanos de Dios, el hospital Insular de Las Palmas y el Dr. Rafael Inglott, fueron algunos de los psiquiátricos en los que estuvo internado y desde los que escribió libros como «Los señores del alma» y «Poemas del manicomio de Mondragón». Dice Antonio Martínez Sarrión que el desequilibrio mental provocó en panero la creación de universo propio único que fue alejando a unos y a otros de su lado, mientras él comenzaba un viacrucis de manicomio en manicomio. Eso no le impediría, sin embargo, continuar escribiendo, aunque en su escritura ya no encontramos la frescura de los primeros años; aquel joven lúcido fue machacado por tratamientos farmacológicos que le fueron aislando posiblemente también de él mismo, de la semilla que le incentivara a escribir su primer poema a los cuatro años, que deslumbrara incluso a su propio padre. Y de ese destierro entre pastillas y poemas no le sacaría nada.
Es difícil pensar en Panero sin recurrir a la autodestrucción y a la certeza de que no existe nada que pueda aferrarnos a la vida. Sin embargo, si revisamos lo que de él y su poesía escribe Pere Gimferrer, quizá exista una forma de acercarnos a leer al Panero rebelde sin tanto ardor estomacal y angustia crónica. Dice Gimferrer:
Comentarios1
Como bien dices, mucho se ha escrito sobre Leopoldo María Panero. Tu artículo ha sido capaz de recoger un retrato bastante fiel del mismo y eso es difícil con tan pocas palabras, así que, felicidades por ello. Un abrazo, Tes.
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