Buscar en la poesía un camino de vuelta a casa. Muchos leemos con ese anhelo y a veces, con ciertos libros, ese regreso es posible. Sucede cuando una lectura sirve para recordarte que aunque las experiencias en la vida se repitan, nunca son las mismas, y que es precisamente eso lo que la vuelve interesante. Eso me ha sucedido con la lectura que aquí narro. «Linterna», el último poemario de Juan Manuel Villalba (Pre-textos) se halla atravesado por esas experiencias repetidas que siempre se renuevan, contadas desde una voz poética que de a ratos suena melancólica y en otros poemas se vuelve vibrante y esperanzadora.
El dolor no justifica los medios
El dolor no es un mérito. Tampoco somos seres extraordinarios escogidos por quién sabe qué dios perverso para que dejemos constancia de lo que sangra. Eso viene a decirnos en «Linterna» Juan Manuel Villalba a través de un discurso que indaga en el sentido del lenguaje, de lo que implica aventurarse en el oficio poético, y lo peligroso del sendero. Esa sensación de ser clarividentes criaturas con una especie de marca de nacimiento que nos vuelve capaces de hacer mundo con las palabras no existe más que para decorar egos, nos anuncia desde el primer poema.
Ni regalo ni maldición, podemos intuir detrás de sus palabras, en todo caso presencia, camino útil para desprendernos del ego natural y hacer de la poesía un templo común; para entender que nadie es especial por lo que sufra, sino por cómo ayude a otros en ese atravesar el sufrimiento. Intuyo que la lectura de este libro, y sobre todo su relectura, puede servirnos como una especie de antorcha para tener a mano en los momentos de tristeza, o cada vez que miramos el mundo detrás de la ventana.
«Linterna» se halla dividido en dos partes. En la primera —»Retrato del poeta adolescente»— nos encontramos con una serie de poemas que giran en torno a los primeros descubrimientos, donde se halla la palabra, la escritura como refugio, pero también el dolor, la soledad, y la búsqueda ansiosa de otros seres con alma que puedan entender el propio llanto y ser eco de la propia risa. Dolor, miradas, besos y escritura se combinan en estos primeros poemas (más luminosos y claros que los de la segunda parte), se cruzan, se retroalimentan y se ensucian de forma pareja y con un ritmo sereno. Si tuviera que citar alguno, me sería difícil dejarme fuera «Deseo de ser otro» y «No todo el mundo entiende«.
En la segunda parte —»Hijos de suicidas»— encontramos un registro más oscuro que es regado por tres manantiales desoladores pero absolutamente vastos para la escritura: la decepción, el fracaso y la pérdida. Esta segunda parte intenta explicarnos por qué esa seguridad de los primeros poemas; cómo se llega al oficio de la escritura sino después de atravesar un determinado camino. ¿No le debemos acaso a nuestra herencia esa soledad mortuoria que nos conminó a hacer de nuestro presente, palabra? Preguntarnos qué somos es imposible sin observar el hogar de donde venimos. Y a veces, para realizar con éxito este proceso es necesario regresar. Aunque ese regresar sea caer en el pozo de las soledades y vulnerabilidades, como le ocurre al poeta. Y quiero destacar de esta parte «El rencor», «Esas otras voces» y «Qué si no», tres poemas brutales. En definitiva, Villalba nos propone una mirada hacia el dolor no como excusa de la escritura, sino como canal para explorar el sentido de las cosas.
Las ventanas, más allá de la casa
Podría decirse que en gran medida es un libro que se construye desde la herencia: ese legado que no podemos escoger y que parece apropiarse de nosotros más que nosotros de él. La herencia que el poeta recibe de su padre es el alcoholismo, un hueco de sombra en el que se cae casi sin darse cuenta. Su madre le ha legado el silencio. En esa combinación tóxica creció, ansioso de palabra, atravesado por la insatisfacción que produce el no decir. ¿En qué otra cosa que poeta podría haberse convertido?
Existen una serie de poemas en torno al alcoholismo que son absolutamente lúcidos e impactantes y que me han interesado mucho porque atraviesan el alcohol como un problema, desmitificando las cualidades que tantos autores han intentado esparcir sobre él. La mirada romántica sobre la bebida como compañera desaparece para dar lugar a una visión cruda y rota de lo que ese lazo pernicioso representa.
Este rasgo de la poesía de Villalba es uno de los más llamativos puesto que, pese a que usa un lenguaje limpio y que apuesta por ritmo y cadencia suave, el panorama que ofrece en sus poemas es más bien pesadillezco o, si se quiere, desgarrador. En gran medida, la importancia está puesta en la piel, en todo aquéllo que se convierte en historia porque (y cuando) nos sucede a nosotros. Y esto, que a simple vista puede resultar contradictorio con lo que decía antes del dolor, es sin embargo la afirmación de que si podemos sentirlo, podemos ser capaces de entender cómo lo sienten los demás y, en ese ir y venir de la piel a la abstracción, es que surgen los poemas más significativos de la literatura. Es como un vivir propio que se impregna de las palabras ajenas para adquirir una nueva dimensión.
El círculo que nunca cerramos
«Linterna» es también un libro sobre la identidad, esa búsqueda incansable que nos representa a todos. Ese punto extraño en el que no hay ideologías porque todos somos ignorantes viajeros en busca de una estrella. Ese camino siempre de ida, que a veces nos parece que es un caminar en círculos, un vivir hozando y buscando las mismas cosas que siempre se nos pierden.
He comenzado la lectura con esos versos que reflejan el hilo conductor de todo el libro: el poeta debe olvidarse de quién es, para verse como un personaje, como un sujeto de laboratorio que ha pasado, casualmente, por sus mismos pozos. Lo presenta como una especie de búsqueda de oficio, pero a su vez puede servirnos como imagen de búsqueda identitaria. La única forma de aceptarnos es aprender a mirarnos como si fuésemos otros, para interpelarnos, para criticarnos, para reírnos de nosotros, de nuestros errores, y poder extraer un aprendizaje, un poema que le sirva a otro, no tanto por lo que nosotros hemos pasado, sino más bien por lo que pueda haber de cierto en aquéllo que hemos interpretado.
«Linterna» propone un método de escritura desapegado del ego y cercano al idealismo de los grandes poetas de nuestra lengua, como Alejandra Pizarnik o Juan Ramón Jiménez, por mencionar dos distantes distintos. Una escritura que tiene como eje central el plano emocional pero que intenta despegarse de los detalles de la propia experiencia para apoyarse en una mirada donde los símbolos intenten ser abarcativos y colectivos. En ese sentido, estamos ante una poesía que, a modo de espejo, sirve para mirar la propia experiencia desde otra perspectiva, con otras palabras, pero, ojalá, con la misma intensidad y certeza de que en la palabra podemos hallarnos.
El poeta en «Linterna» hurga en las luces y sombras con el deseo de saber quién es, y sobre todo, por qué es. Esta idea se ve reflejada en numerosos poemas, así como también la forma en la que cambia el cuerpo, y la experiencia vital con los años. Y, si bien, en muchos versos puede intuirse una oscuridad y una desesperanza salvaje, hay luz. A veces más tenue, como sacada de una vieja linterna con las pilas gastadas, en ocasiones con un brillo nuevo, como esas experiencias que parecen siempre las mismas pero que somos capaces de renovar con espontaneidad y, sobre todo, tozudez, como un grito de resistencia. Una luz blanquecina que parece hilarse a la idea de mañana, a las posibilidades que se abren cada día cuando decidimos dejarnos guiar por la poesía.
Decía que leemos para volver a casa, pero en el camino entendemos que aquéllo a lo que llamábamos casa ya no existe, porque nosotros ya no somos los mismos. Y sin embargo, leer este libro puede rebelarnos a aquel que andamos buscando, que se esconde del espejo y de nuestras certezas. ¡No se pierdan este maravilloso libro!
LINTERNA
Juan Manuel Villalba
Editorial Pre-textos
978-84-16906-56-7
64 páginas
15,00 €
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