En sus inicios, el cristianismo era considerado como una secta judía. Esta religión monoteísta está basada en la figura de Jesucristo como su fundador y principal figura: los cristianos creen que Jesús es el hijo de Dios y el Mesías que fue anunciado en el Antiguo Testamento. De acuerdo a esta creencia, Jesús murió por los pecados humanos y después resucitó.
En siglo IV, el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio Romano. Desde entonces, se ha transformado en un influencia clave para la cultura occidental y cuenta con más de 2.100 millones de adherentes.
La literatura cristiana es uno de los pilares que sustentan a esta religión. Por supuesto, la obra más importante es la Biblia, un conjunto de libros canónicos reunidos en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento. De acuerdo a los cristianos, las Sagradas Escrituras (tal como se conoce a la Biblia) transmiten la palabra de Dios.
Otros testimonios importantes de la literatura cristiana son las encíclicas papales. Se trata de cartas enviadas por el Papa a los obispos católicos para reflexionar sobre alguna cuestión de la doctrina católica.
Algunas de las más bellas obras de la literatura cristiana exceden a la teología o a los libros sagrados. Podemos citar los escritos de Sor Juana Inés de la Cruz (1651–1595), una religiosa, poeta y dramaturga que también fue conocida como «La décima musa» o «El fénix de América».
El poeta y religioso español San Juan de la Cruz (1542–1591, Patrono de los poetas en lengua española) y Fray Miguel de Guevara (1585–1646) son otros grandes autores de la literatura cristiana. Aunque de éste último autor se conoce poco, muchos especialistas lo señalan como el autor de «No me mueve, mi Dios», un popular poema que llegó a ser atribuido a Rubén Darío (1867–1916).
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