Lo femenino en Doris Lessing

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Lo femenino en Doris Lessing

«Las mujeres no pueden competir en las carreras de la fórmula 1 por causas fisiológicas. En una carrera el organismo pierde mucho líquido y la fisionomía femenina no está preparada para mantener su estabilidad como lo hacen los hombres », escuché hace unos días en una cata literaria-automovilística.

¿Qué se responde a tamaña imbecilidad? Te quedas callado y te pones a pensar en Ana María Matute, en Alejandra Pizarnik, en Virginia Woolf, en Doris Lessing: personas que supieron salirse de los límites planteados como posibles en su género y nos ofrecieron obras descomunales, que se escaparon de lo estrictamente convencional.

Cuando la literatura cumple una función social

Inglesa por adopción pero profundamente enamorada de Rhodesia, Doris Lessing nos ha dejado un testimonio inexorable. Fue una de las autoras que más se comprometió con las diferencias socialmente aceptadas entre hombres y mujeres, y que lucho por la igualdad de oportunidades.

Podríamos decir que fue, sin lugar a dudas, una verdadera feminista: en cuanto a que no necesitó desnudarse o ponerse tacones para reivindicar su existencia; que uso la palabra como muchos hombres habrían deseado hacerlo y estuvo dispuesta a jugarse por lo que único que verdaderamente le importaba, la escritura, esa herramienta que la conectaba con el mundo y con la naturaleza. No obstante, el término feminista nunca me ha gustado y no lo usaré ahora tampoco.

Lessing nos ha dejado, pero nuestras librerías seguirán gritando sus contundentes frases, y tampoco dejaremos de ver su aspecto arrugado y desaliñado surgiendo de las listas de esos escritores inevitables y necesarios. De los pocos que supieron entender la verdadera función de la literatura y pudieron encontrar al menos al camino a la felicidad.

Cuando en 2007 le avisaron que había ganado el Nobel, Doris Lessing volvía de hacer la compra, con sus 88 años y una pila de sueños todavía por cumplir: y supongo que se habrá llevado más de uno con ella.

Lo femenino en Doris Lessing

Cada vez estoy más convencida de que para escribir bien hay que haber amado mucho y sufrido en igual medida, o a veces más. Y, posiblemente, sea necesario que ese amor y ese sufrimiento estén enlazados con nuestros primeros aullidos, nuestros primeras experiencias de vida: muchas que ni siquiera somos capaces de recordar de forma racional. Puedo intuir entonces que Lessing amó y sufrió muchísimo.

Fue una escritora dispuesta a decir lo que pensaba, aunque esto le trajo tristes consecuencias. Una de ellas: la prohibición a regresar a su amada tierra, Rhodesia, a la que solo pudo volver en cuatro ocasiones durante su juventud.

La literatura no tiene la obligación de ofrecer respuestas a los conflictos sociales, pero indirectamente siempre lo hace. Lessing estaba comprometida con su Rhodesia y a través de su obra intentó combatir los daños que una sociedad corrupta infringía sobre los más vulnerables, los niños.

En su obra podemos encontrarnos con un anhelo impresionante de ofrecer a los niños oportunidades diversas, herramientas para ser capaces de pensar fuera de los sistemas, de crear sus propios juicios de valor, de buscar alternativas a una vida que parece ya desahuciada. Esto es lo que más me apasiona de esta autora.

Desde que leí su primer libro la he devorado con esmero: en lo literario le encuentro algunas carencias, pero su aporte ideológico resulta tan contundente que te convence rotundamente. Termino inclinándome por autores como ella porque creo que un manejo innegable del idioma sin algo que decir es lo peor que puede pasarle a la literatura.

Lo femenino en Doris Lessing

Replantearnos la propia existencia constantemente

Es larga e intensa la lista de novelas de Lessing, por citar algunas: «Canta la hierba», «Un casamiento convencional», «Marta Quest»… Y continúa.

Si tuviera que definir lo que su obra implica, podría decir, coincidiendo con Marta Sanz, en que nos obliga a mirar el mundo con madurez, con decencia. No te permite quedarte al margen, te lleva por un camino sin retorno en el que todo puede ser enjuiciado y puesto en entredicho.

Sin duda, la buena literatura necesita más personas como ella: capaces de jugarse el todo por el todo, de poner en duda todo lo que venimos repitiendo desde hace siglos y que se ha sistematizado a niveles casi inconscientes. Lessing te lleva a replantearte toda tu vida, a ponerla patas arriba y preguntarte qué es lo que realmente estás haciendo y por qué: ahí reside su mayor maestría, que vale más que cualquier tratado de retórica, porque te enseña a vivir. Y cuando la literatura consigue eso, se vuelve necesaria y sublime.

 

Lo femenino en Doris Lessing

Ni feminista ni comunista

Represión, una palabra a la que todavía le tememos, que todavía abunda en las calles y cercena ideas y movimientos. En la obra de Lessing tiene un protagonismo inusitado. En una época de alta censura ella se atrevió a ponerse en el foco y gritar sus ideales; poniendo en palabras las ambiciones y decepciones que miles de individuos sufrían en el mundo.

Hablaba de mujeres, sí, pero escribía sobre la humanidad toda; porque detrás de una mujer que es censurada y reprimida también hay un hombre o dos que lo están siendo. Porque hablar de feminismo y machismo es hablar de lo mismo, y, como lo dijo en más de una ocasión Lessing, vivimos en una sociedad enferma donde la diferencia de sexo cada vez importa más, aunque nos vendan que estamos luchando por la igualdad. Porque mientras existan conceptos como «violencia de género», «literatura femenina», «ropa de mujer», seguiremos detenidos, estancados como sociedad.

Como toda autora controversial, Lessing se fue sin que se la comprendiera realmente. Cuando declaraba que el feminismo no servía como tampoco lo hacía el comunismo, expresaba que ningún movimiento es válido si por su causa se cultiva el odio y la violencia. Pero no la entendieron. Cuando decía que lamentaba muchas cosas, no estaba pidiendo realmente perdón sino intentando demostrar que la vida es corta y que luchar por algo vale la pena si no pone en riesgo la vida de un ser inocente. Tampoco entonces la comprendieron. Y se fue sin que lo hicieran. Es una lamentable pérdida de una premio nobel demasiado tardía y de una mujer incomprendida.

Y volviendo al inicio. Mientras repitamos que una mujer no puede entregarse a un deporte con la misma pasión y entereza que un hombre, repitiendo argumentos fisiológicos que ni siquiera somos capaces de comprender, estaremos echando a la basura la labor de intelectuales incuestionables como Lessing. Y mientras digamos de ella que fue una feminista convencida, estaremos marcando más nuestra diferencia con ella, y, convencidos de acercarnos a su forma de pensar, estaremos trazando un abismo cada vez más profundo entre ambas líneas de pensamiento.

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