La relación entre sueño y literatura es tan antigua que es difícil establecer el momento en el que se originó. Muchísimos autores a lo largo de la historia han explorado el universo onírico y escrito en torno a ello. Autores que, como si de una epifanía se tratase, sueñan con el argumento y cada uno de los personajes que conformarán su próxima obra. Historias que parten del universo mágico del sueño para desembocar en espeluznantes realidades. Personajes que plantean una dinámica que nos impide discernir con precisión de qué lado de la frontera entre la realidad y el mundo de los sueños se encuentran. Sí, tan antigua es que muchos escritores no dudaron en internarse en ella para intentar explicarla, llegando arribando a conclusiones interesantes e inquietantes.
Según Jung en los sueños no sólo se dibujan nuestros problemas como en un lienzo, sino incluso, sus soluciones. De ahí que sea tan importante acercarse al simbolismo que los rodea e intentar interpretarlos para conseguir sentirnos más a gusto con nosotros mismos. Cabe mencionar que si no fuera por sus propios sueños, Jung contaba que no habría sido capaz de establecer el concepto de «inconsciente colectivo», el cual le vino dado a través de estas imágenes oníricas y de la profundización posterior en su significado.
Y en la literatura han sido muchísimos los autores que han dado vida gracias a haber soñado a atisbado un mecanismo en sus horas de sueño. ¿Qué mejor forma de explicar nuestra habilidad de habitar en otros espacios o de sacar lo peor o lo mejor de nosotros mismos que combinando estas dos grandes facultades: el soñar y el crear?
Kekulé, Mary Shelly y Stevenson
Friedrich August Kekulé y toda la comunidad científica le deben mucho al mundo de los sueños. Según se cuenta fue gracias a una «cabezadita» que Kekulé pudo determinar la arquitectura de la molécula de benceno, lo cual permitió resolver un interesante problema sobre el que venía reflexionando desde hacía tiempo. También Dmitri Mendeléyev se aferró a las imágenes oníricas: a través de un sueño consideró el orden de los elementos en la tabla periódica que se volvería tan famosa que muchísimos años más tarde continuaría manteniéndose casi intacta a como él la soñara.
Ya para internarnos en el mundo de las letras podemos hablar de Mary Shelly, quien soñó con Frankenstein y después se puso manos a la obra para plasmar este personaje tan característico. Del mismo modo surgió «El extraño caso de doctor Jekyll y el señor Hyde«, de Robert Louis Stevenson.
Lovecraft, por su parte, se entrometió completamente en este universo. En su obra el clima de los sueños es una espesa neblina que va apoderándose más y más del ánimo de los protagonistas y que consigue modificar profundamente sus facultades. Cuentos tenebrosos que tienen al mundo de los sueños como ambiente icónico.
Coleridge, Kafka y Cortázar
Samuel Taylor Coleridge fue otro autor que se mostró interesado por el universo de los sueños. Tal es así que escribió que las imágenes que aparecen en la vigilia arrastran sentimientos a la realidad y que se representan en imágenes contundentes vinculadas a nuestra memoria, a nuestras experiencias, a nuestro yo más íntimo y obstinado.
A su vez, Coleridge se apoyaba en los sueños para sus creaciones. Cierta vez soñó con un poema de más de trescientos versos y, al despertar, podía recordar con precisión cada estrofa y se puso a escribirlo. Pero alguien interrumpió su trabajo cuando llevaba escritos unos cincuenta versos y al intentar retomarlo, ya no pudo continuar porque no recordaba nada: las palabras tan claras instantes antes se habían evaporado como por arte de magia. Pese a ello publicó el poema (aunque tiene cincuenta versos en lugar de trescientos) bajo el nombre de «Kubla Khan».
Y seguramente cualquiera que ame las historias de Kafka es capaz de darse cuenta de que hay en sus climas un aire absolutamente onírico: esa realidad que se vuelve difusa para dar lugar a la aparición o el engendramiento de terribles criaturas, la constante lucha entre lo que se cree y lo que se desea ver, la sensación de pérdida de control, ¿no son acaso formas ineludibles de extraer todo el jugo de los sueños para volverlos literatura?
También Cortázar otorgaba gran credibilidad y espacio en su escritura al mundo de los sueños. Su relato «Casa tomada» se construye a partir de un sueño que tuvo. Sin duda es uno de los relatos cortazarianos más imponente; en el que podemos encontrarnos elementos que aparecerán después una y otra vez en la narrativa de Julio. En esta historia sabemos que algo se apodera de la casa pero no se sabe bien qué es; y esa incertidumbre que corta la respiración y que otorga a la atmósfera una tensión extrema es una prueba más de la estrecha relación que hay entre sueños y literatura.
Los sueños nos ayudan a resolver problemas
Todos soñamos; aunque a algunas personas les resulte más difícil que a otras recordar lo que experimentaron mientras estaban dormidas. Nuestro cerebro no descansa; se abre camino a través de nuestras obsesiones, traumas y dolores y nos ofrece una película alucinante o pesadillezca de la que sólo podemos salir si abrimos los ojos y recuperamos la consciencia.
Cuando dormimos nuestro cuerpo descansa pero nuestro cerebro pasa a otra instancia: una en la que deberá encargarse de fijar nuestros recuerdos y de prepararnos para adquirir nuevos conocimientos.
Durante muchísimo tiempo se tuvo la creencia de que cuando dormíamos era como si desenchufásemos el cerebro y entrásemos en una fase en la que no ocurre nada. Pero nada más lejos de la realidad: el sueño es la herramienta más potente que nos ha dado la vida para aprender y para crear. Fue el psicólogo alemán Hermann Ebbinghaus quien así lo dijo y se dedicó a estudiar esa vida oculta de las neuronas durante el sueño de los individuos. Lo que descubrió lo dejó asombrado y es que el cerebro, cuando dormimos, trabaja igual de intenso que durante el día.
En el estado de vigilia nuestro cerebro escanea el entorno y recolecta información sin parar y la almacena. Cuando dormimos se interrumpe la búsqueda de datos y comienza una etapa en la que se procesa todo lo recogido durante el día (algunos científicos afirman que los datos pueden quedar latentes para ser usados durante varios días). Junto con esos datos, el cerebro analiza nuestras experiencias y emociones (aquello que hayamos visto, sentido, leído, saboreado, oído durante el día) y clasifica aquello que considera pueda ser útil para el día siguiente.
Podríamos decir que si como dijo Jung analizar los sueños puede ser una idónea forma de sanar ciertas dolencias emocionales, escribir sobre lo que nos encontramos en el universo onírico, es el mejor uso que podemos hacer de estas experiencias y mundos que habitamos durante el sueño, dotando a nuestro universo onírico de una realidad: nuestros textos literarios.
Algunas fotografías pertenecen al blog El Rincón de Cabal.
Comentarios1
La capacidad de soñar, íntimamente ligada a la capacidad de imaginación es para mí una de las mejores herramientas de las que puede disponer un escritor. Los ejemplos de los que hablas son sublimes, genios a la hora de llevar los sueños a la hoja en blanco. Creo que este artículo puede dar para otros muchos o no? 😉
Un abrazo, Tes.
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